Cuentos de Ciencia Ficción

Ian Gerard: El Niño del Futuro

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez un niño llamado Ian Gerard, que vivía en un lugar muy especial, pero no era cualquier lugar. Ian vivía en el año 3050, en un mundo lleno de tecnología avanzada, robots que hacían de todo y ciudades flotantes que alcanzaban las nubes. A pesar de vivir en este asombroso mundo futurista, Ian tenía algo que todos los niños tienen: grandes sueños. Pero lo mejor de todo es que, en su época, los sueños se podían cumplir de maneras sorprendentes.

Ian era un niño curioso, siempre preguntándose cómo funcionaban las cosas y qué aventuras le esperaban más allá de las estrellas. Todos los días, después de la escuela, se dirigía a la Academia de Exploradores, donde los niños podían aprender a pilotar naves espaciales, construir robots y hasta viajar a planetas lejanos. A Ian le encantaba todo eso, pero había algo que lo hacía diferente: él no quería hacer una sola cosa, ¡él quería ser muchas cosas!

Un día, mientras caminaba por la academia, Ian vio una puerta que nunca antes había notado. Era una puerta luminosa, hecha de cristal brillante, con símbolos que parecían cambiar de forma. Sentía una gran curiosidad, así que decidió abrirla. Al cruzar, se encontró en una sala llena de pantallas gigantes, luces y una máquina enorme en el centro que emitía un suave zumbido.

De repente, una voz amigable habló desde la máquina:

—Bienvenido, Ian Gerard. Sabemos que tienes un gran sueño: ser lo que quieras ser.

Ian se sorprendió, ¿cómo sabía la máquina su nombre?

—Yo soy el Generador de Realidades —continuó la máquina—, y puedo ayudarte a vivir todas las aventuras que imagines. Solo debes decirme, ¿qué es lo que quieres ser hoy?

Ian sonrió emocionado. ¡Podía ser cualquier cosa! Su mente comenzó a llenarse de ideas, y entonces, sin dudarlo, dijo:

—Quiero ser un piloto espacial.

La máquina comenzó a brillar, y en un abrir y cerrar de ojos, Ian ya no estaba en la sala. Ahora se encontraba dentro de una enorme nave espacial, vestido con un traje espacial brillante y con el control de la nave en sus manos. Miró a través de la ventana y vio el espacio infinito, con estrellas que brillaban como diamantes y planetas de todos los colores.

—¡Guau! —exclamó Ian—. ¡Estoy en el espacio de verdad!

La nave estaba programada para explorar un planeta lejano llamado Zorbon-9, conocido por sus montañas flotantes y ríos de colores. Ian pilotó con destreza, y después de un emocionante vuelo, aterrizó suavemente en el planeta. Al bajar de la nave, fue recibido por criaturas amigables que lo invitaron a explorar las maravillas del lugar.

Pasó horas recorriendo los paisajes mágicos de Zorbon-9, saltando entre las montañas flotantes y nadando en ríos que cambiaban de color cada vez que tocaba el agua. Todo era increíble, pero después de un rato, Ian sintió que quería hacer algo diferente.

Regresó a la nave, y antes de que pudiera decir algo, la voz del Generador de Realidades volvió a hablar.

—¿Te gustaría probar otra aventura, Ian?

Ian pensó por un momento y respondió:

—Sí. Ahora quiero ser un inventor de robots.

Otra vez, la luz de la máquina lo envolvió, y esta vez apareció en un laboratorio futurista lleno de piezas metálicas, herramientas y pantallas brillantes. Delante de él había un robot a medio construir, y junto a él, instrucciones que le decían cómo terminarlo.

—¡Esto es genial! —dijo Ian, entusiasmado.

Con paciencia y dedicación, Ian empezó a ensamblar el robot. Con cada pieza que colocaba, veía cómo el robot tomaba forma. Le puso unos brazos fuertes, piernas rápidas y una cabeza llena de luces intermitentes. Finalmente, lo encendió, y el robot cobró vida.

—Hola, Ian —dijo el robot con una voz metálica—. Soy tu amigo Rob. ¿Qué quieres que hagamos hoy?

Ian y Rob pasaron el resto del día construyendo más robots, resolviendo acertijos y aprendiendo sobre tecnología avanzada. Ian estaba fascinado, pero pronto sintió que quería explorar otro sueño.

—Generador de Realidades, ¿puedo ser algo más? —preguntó Ian.

—Por supuesto —respondió la máquina—. ¿Qué te gustaría ser ahora?

Ian lo pensó por un momento y luego dijo con una sonrisa:

—Quiero ser un defensor de la Tierra.

De repente, Ian se encontró en una ciudad futurista, donde grandes torres de cristal se alzaban hacia el cielo y autos voladores surcaban el aire. Pero algo estaba mal: un grupo de robots gigantes estaba causando estragos, y la gente corría asustada.

—¡Tengo que detenerlos! —exclamó Ian.

A su lado apareció un traje especial, diseñado para darle la fuerza y habilidades que necesitaba. Se lo puso rápidamente, y de inmediato sintió cómo su cuerpo se llenaba de energía. Saltó hacia el primer robot y, usando su inteligencia y sus nuevos poderes, logró desactivarlo. Uno a uno, fue enfrentándose a los robots hasta que todos quedaron inofensivos. La gente de la ciudad lo vitoreaba y le agradecía por salvar el día.

Ian se sentía como un verdadero héroe. Había defendido la Tierra, había volado por el espacio y había creado robots increíbles, todo en un solo día. Pero entonces, la voz del Generador de Realidades volvió a sonar.

—Ian, eres muy valiente y talentoso. Pero ahora es momento de regresar a casa.

Ian asintió. Sabía que, aunque esas aventuras habían sido maravillosas, siempre habría más por vivir. Cuando regresó a la sala original, la máquina le habló una vez más.

—Recuerda, Ian, siempre puedes ser lo que quieras ser. Tus sueños no tienen límites, y cada día es una nueva oportunidad para hacerlos realidad.

Ian salió de la sala con una gran sonrisa en el rostro. Sabía que el Generador de Realidades le había enseñado una lección muy importante: no importa qué tan grande sea el sueño, con esfuerzo y determinación, todo es posible.

Desde ese día, Ian siguió explorando nuevos mundos, inventando cosas increíbles y ayudando a los demás. Y aunque tenía muchas aventuras por delante, sabía que lo más importante era que siempre tenía la libertad de soñar en grande y ser lo que quisiera ser.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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