Era una fría noche de diciembre en Ciudad Brillante. La nieve caía suavemente sobre los tejados y las luces navideñas titilaban como estrellas bajitas. En la azotea del museo, cuatro siluetas se movían con agilidad y elegancia. Eran las Cuatro Chicas Batman: Luna, la estratega; Sol, la optimista; Estrella, la inventora; y Nube, la silenciosa pero valiente. Llevaban sus capas negras, aunque esa noche las habían decorado con pequeños copos plateados para celebrar la Navidad a su manera.
Mientras vigilaban la ciudad, Estrella exclamó con emoción: —¡He detectado algo extraño! El sistema de luces del árbol gigante de la plaza está apagado… y debería estar encendido para el concierto de medianoche.
Las chicas descendieron suavemente por una cuerda y, al llegar a la plaza principal, notaron que el enorme árbol no solo estaba sin luces, sino que también faltaba la estrella dorada que coronaba su punta. En su lugar, había una pequeña nota que decía:
“Si quieren que vuelva la Navidad, deberán seguir las pistas del pensamiento aleatorio. Empiecen por lo más pequeño que pueda brillar en la oscuridad.”
Luna frunció el ceño, concentrada. —Esto suena a un juego… o una trampa.
Sol sonrió, brillante como siempre. —¡Entonces juguemos!
Nube observaba en silencio, intentando escuchar cualquier sonido sospechoso, mientras Estrella ya analizaba la nota con sus ojos brillantes de curiosidad.
—Lo primero es entender qué es eso de “lo más pequeño que pueda brillar en la oscuridad” —dijo Luna con voz decidida—. ¿Qué es lo más chiquito que podríamos encontrar en esta ciudad que realmente brille?
Estrella tocó su mentón. —Podrían ser luciérnagas, pero en esta época del año ni siquiera se acercan a la ciudad.
—¿Ahí en el museo hay algo que brille? —preguntó Sol, mirando hacia el edificio antiguo.
Nube señaló hacia un rincón de la plaza donde unos pequeños robots recogen basura cada noche. Eran pequeños y tenían luces como ojos. —¿Y si son ellos?
—No, lo que se pide es algo que pueda brillar sin necesidad de energía externa —explicó Estrella—. Algo con luz propia.
Justo entonces, Luna recordó algo. —¡Las estrellas de plasma! En el laboratorio del museo, Estrella tiene un proyecto con microestrellas artificiales que brillan sin baterías. Son tan pequeñas que caben en un frasquito.
Con la ayuda de Nube, que vigilaba la calle, las chicas corrieron hacia el museo. Allí, las aguas blancas de los pasillos reflejaban la luz tenue del hielo en las ventanas. Estrella sacó un frasquito de su laboratorio y lo abrió cuidadosamente. Dentro, una diminuta esfera azulada resplandecía suavemente.
—Esta es una microestrella de plasma —explicó Estrella—, una bola minúscula que puede mantenerse brillando gracias a campos electromagnéticos.
Luna leyó la pantalla holográfica que Estrella activó sobre el frasco. —Hay un mensaje oculto —comentó—. Dice: “Busca donde el tiempo duerme y los números se vuelven invisibles.”
Sol frunció los labios pensativa. —¿Dónde duerme el tiempo?
Nube, que había estado escuchando y observando, señaló hacia la estación central de trenes, un edificio antiguo donde hay un gran reloj parado desde hace tiempo. —El reloj enorme de la estación… allí el tiempo se detuvo hace años.
Las Cuatro Chicas Batman no dudaron. Se dirigieron hacia la estación, sus pisadas apenas visibles en la nieve, bajo las luces cálidas que aún titilaban en las calles. En la estación, el viejo reloj gigante estaba cubierto por telarañas y polvo. Luna usó su habilidad para abrir el panel detrás del reloj y encontró una pequeña caja metálica con otra nota:
“Para continuar, deben encontrar el sonido que no se puede oír, pero que mueve las estrellas.”
Estrella suspiró. —¡Eso es imposible! ¿Un sonido que no se puede oír?
—Quizá se refiera a algo que no escuchamos como tal —dijo Sol animada—, como el silencio o el viento.
Nube miró hacia el techo y señaló. —O tal vez es una frecuencia que solo detectamos con aparatos especiales.
Estrella rápidamente sacó un pequeño dispositivo que había creado para detectar ondas electromagnéticas invisibles. Al acercarlo al reloj, el aparato comenzó a pitar suavemente y una luz intermitente empezó a parpadear.
—¡Es! —exclamó Estrella— Una señal invisible, parece un código en forma de ondas. Luna, ¿puedes decodificarlo?
Luna sacó un pequeño cuaderno y comenzó a analizar el código. Después de unos minutos, dijo: —Es un mensaje en clave Binaria. Los números parecen indicar un lugar: el antiguo observatorio de la ciudad.
Las chicas salieron hacia el observatorio, un edificio redondo con un telescopio que miraba hacia el cielo estrellado. La nieve hacía crujir los árboles y el aire frío les llenaba los pulmones con vida. Al entrar, cada paso hacía que las luces de sus copos plateados en las capas brillaran un poco más, como si respondieran a la magia de la noche.
En el centro del observatorio, había una mesa con un modelo del sistema solar y una nota encima:
> “El copo dorado sigue en quien entiende la luz y la oscuridad. Busca donde las sombras se mezclan con el resplandor de un amanecer artificial.”
Sol observó un gran panel con luces que simulaban el amanecer, parte del viejo equipo del observatorio.
—¿Y dónde están las sombras? —preguntó.
Luna se acercó al panel y, usando un botón que estrellaba en la parte oculta, encendió una luz tenue que proyectaba sombras danzantes en las paredes.
De repente, Nube notó algo extraño: detrás de una de las sombras se asomaba un destello dorado, casi invisible.
—¡Allí! —dijo— Está el copo dorado escondido detrás del trampantojo de luces y sombras.
Estrella usó una pequeña herramienta para sacar con cuidado una pequeña pieza en forma de copo, claramente dorada y brillante, que emitía una luz cálida y reconfortante.
—¡Lo tenemos! —exclamó Sol con alegría. —¡Ahora podemos devolver la estrella al árbol gigante!
Al salir del observatorio, las Cuatro Chicas Batman sintieron cómo la ciudad parecía cobrar vida. La nieve se iluminaba con destellos suaves y las estrellas en el cielo parecían brillar más fuerte.
Regresaron a la plaza y colocaron el copo dorado en la punta del árbol, donde una base oculta lo recibió perfectamente. En ese instante, el árbol se iluminó con miles de luces, reflejos y colores, y la verdadera estrella dorada, construida con tecnología muy avanzada, comenzó a girar lentamente y a emitir un brillo cálido, acompañada de una suave melodía que envolvió la plaza.
La gente comenzó a llegar, maravillada, y el concierto de medianoche comenzó con alegría y risas. Las luces de Navidad parecían vivir una nueva magia que no solo venía de la tecnología, sino también del valor, la inteligencia y el compañerismo de las Cuatro Chicas Batman.
Luna, Sol, Estrella y Nube se miraron contentas y en silencio. Habían resuelto el misterio combinando su talento, su valor y el poder de la amistad.
Al terminar la noche, en la azotea del museo, la nieve ya había cesado y las luces de la ciudad brillaban con calma. Sol dijo: —Lo más pequeño que brilla en la oscuridad puede ser una esperanza que crece con cada uno de nosotros.
Estrella añadió: —Y la ciencia y la tecnología pueden ser magia si las usamos con corazón.
Nube, sonriendo apenas, dijo: —Nunca subestimemos el poder del silencio y la observación.
Luna concluyó: —Juntas podemos resolver cualquier misterio, por complicado que sea.
Y así, en una noche llena de estrellas, tecnología y la calidez de la Navidad, las Cuatro Chicas Batman demostraron que en la unión y la creatividad está la verdadera magia que hace posible que cada año, la Navidad vuelva a iluminar Ciudad Brillante.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.