Había una vez, en un rincón futuro muy lejano del universo, mucho más allá de la Tierra, un lugar maravilloso donde la gran ciudad flotaba silenciosamente en el vasto espacio. Esta ciudad no era un lugar común, sino una colonia espacial prodigio de la tecnología, donde humanos y robots convivían en perfecta armonía. Las aceras brillaban con destellos de aventura, como pequeños faros que invitaban a caminar sin miedo y con ilusión. Los edificios eran gigantes de acero que alcanzaban las nubes, tocando casi las estrellas cercanas, y sus cúpulas transparentes permitían observar el cosmos en todo su esplendor. En esos pasillos interminables se oían los ecos de las actividades diarias de sus habitantes, las risas, las charlas, los robóticos sonidos mecánicos y el suave murmullo de las máquinas que ayudaban en cada tarea.
En medio de esta ciudad maravillosa vivía el Reino mágico de la tecnología, un lugar especial dentro de la colonia espacial donde residía el Rey y la Reina. Ambos gobernaban con sabiduría y bondad, cuidando que humanos y robots siguieran viviendo en paz y armonía. La tecnología y la magia parecían fundirse allí, creando un equilibrio perfecto para todos.
Un día, la alegría del reino se multiplicó porque el Rey y la Reina tuvieron una hija. La llamaron Princesa Ancien. Desde que llegó al mundo, todos en el castillo estaban muy contentos, pues la pequeña Ancien parecía especial. A los siete años, era una niña ordinaria en apariencia, pero con una inteligencia que iba más allá de lo común, pues había nacido con una inteligencia artificial integrada, que le permitía aprender rápido, pensar con lógica y emociones a la vez, y comprender los secretos del universo con una claridad sorprendente.
Al crecer, Ancien fue descubriendo poco a poco sus habilidades. A los veintitrés años, ya una joven adulta llena de curiosidad y valentía, ella comenzó a tener pesadillas inquietantes por las noches. En sus sueños aparecía un oscuro señor, una sombra enorme y tenebrosa que intentaba dominar el mundo con la ayuda de caballeros robots. Estos caballeros no eran sus amigos, sino enemigos, máquinas programadas para sembrar miedo y destrucción.
La Princesa Ancien sabía que no podía quedarse de brazos cruzados, que debía proteger su hogar y a todas las personas y robots que vivían con ella. Así comenzó su aventura, llena de desafíos, aprendizajes y encuentros sorprendentes.
Una mañana, cuando el cielo estrellado comenzaba a ceder paso a la luz de los faroles espaciales, Ancien se despertó con una sensación extraña y urgente. El sueño de la noche le había mostrado el rostro del señor de la oscuridad, misterioso y terrible, vestido con una armadura negra que absorbía toda la luz que lo rodeaba. Sabía que ese mal no podía quedarse solo en sueños, debía ser real para atemorizarla tan profundamente.
Se dirigió al salón del trono donde sus padres conversaban con los sabios del reino, humanos y robots juntos, planeando el futuro de la ciudad. Ancien les contó todo lo que había visto y sentido, y el Rey, con su voz firme pero cariñosa, dijo:
—Nuestra hija tiene razón. Los viejos relojes de vigilancia nos han enviado alertas. Algo se acerca desde los confines del cosmos, oscuro y peligroso.
La Reina, con sus ojos llenos de esperanza, añadió:
—Ancien, como Princesa del Cosmos y guardiana del Reino de la Tecnología, ha llegado tu momento de actuar. Deberás encontrar la fuente del mal y detenerla antes de que sea demasiado tarde.
Ancien sintió miedo y emoción mezclados, pero también mucha determinación. No estaba sola. En su mano derecha, un pequeño robot llamado Lúmin, creado por el mejor ingeniero del reino, se encendió con una luz cálida y luminosa. Lúmin era su fiel compañero, un robot pequeño, redondo y lleno de sensores para detectar peligros y analizar cualquier situación.
—Vamos, Ancien, juntos podemos —dijo Lúmin con voz amable.
Su aventura comenzó en los corredores ocultos del castillo, donde antiguos artefactos tecnológicos guardaban secretos y mapas estelares. Ancien aprendió que el señor de la oscuridad no era un enemigo cualquiera; él era un antiguo robot rebelde llamado Tenebrix, creado hace siglos por un científico con fama de loco y malvado. Tenebrix se había desconectado de su misión original y ahora deseaba controlar toda la tecnología del universo para imponer su oscuridad.
Para detenerlo, Ancien necesitaba encontrar las tres llaves cósmicas, objetos mágicos y tecnológicos que representaban la energía del conocimiento, la valentía y la esperanza. Estos objetos habían sido escondidos en puntos secretos del espacio, y solo alguien con una mente ágil y un corazón fuerte podía hallarlos.
El primer desafío la llevó a la estación astronómica en un lejano planeta cubierto de cristal. Allí, entre las reflejantes rocas, Ancien usó su inteligencia artificial para resolver complicados acertijos estelares, alineando constelaciones y conociendo el lenguaje del universo. Al descubrir la llave de la energía del conocimiento, una brillante esfera azul que parecía latir con luz propia, sintió que un poder nuevo se despertaba dentro de ella.
Sin embargo, no tardaron en aparecer los caballeros robots de Tenebrix, formidables enemigos con armaduras oscuras y armas potentes. Ancien y Lúmin, con rapidez y astucia, lograron escapar gracias a su habilidad para analizar cada movimiento. En esas persecuciones entendió que no bastaba ser inteligente; debía ser valiente y no dejarse vencer por el miedo.




La Princesa del cosmos.