Cuando Tomás abrió los ojos, todo a su alrededor era confuso. La luz era fría, brillante, y las paredes parecían metálicas, como si estuviera en el interior de una máquina. No reconocía el lugar, y su cuerpo… algo estaba mal.
Quiso moverse, pero sintió un dolor agudo en su brazo derecho, o al menos donde debería estar su brazo. Giró la cabeza lentamente y vio que no estaba. En su lugar, solo había un muñón envuelto en vendas. El pánico lo invadió de inmediato. Su respiración se aceleró, y trató de levantarse, pero estaba demasiado débil.
«Tranquilo, Tomás», dijo una voz cercana. Era calmada, pero fría, y venía de un hombre que estaba de pie junto a una máquina con luces que parpadeaban. El hombre llevaba una bata blanca, y su rostro estaba parcialmente cubierto por una máscara. «No te alteres. Te has despertado después de un largo tiempo.»
Tomás intentó hablar, pero su garganta estaba seca. Después de tragar saliva con dificultad, logró susurrar: «¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?»
El hombre se acercó lentamente, sus pasos resonando en el suelo metálico. «Mi nombre es Luis. Te he rescatado de un accidente. Estuviste en coma durante siete años.»
«Siete… ¿siete años?» repitió Tomás, incrédulo. «¿Qué accidente? No recuerdo nada.»
Luis suspiró, como si hubiera contado esta historia muchas veces antes. «Hubo un accidente automovilístico. Tus amigos murieron en el acto. Tú… fuiste el único que sobrevivió, pero apenas. Tuvimos que hacer mucho para mantenerte con vida.»
Tomás se quedó en silencio. La idea de haber estado en coma durante tanto tiempo y de haber perdido a sus amigos era demasiado para procesar de golpe. Sin embargo, algo más lo preocupaba. «¿Por qué me falta un brazo? ¿Y mi ojo…?» Tocó su rostro y sintió las vendas que cubrían parte de su cabeza.
Luis asintió lentamente. «El accidente fue devastador. Perdimos mucho de ti. No solo tu brazo, también tu ojo derecho quedó destruido. Pero no te preocupes, Tomás. He estado trabajando en una solución.»
«¿Una solución?» preguntó Tomás, sintiendo que el miedo comenzaba a apoderarse de él.
Luis caminó hacia una mesa cercana y levantó una pequeña caja. «Sí, una solución. Te hemos estado preparando para algo… especial.» Abrió la caja y dentro de ella había lo que parecía una prótesis metálica. «Este será tu nuevo brazo. Es más que un reemplazo. Es… mejor.»
Tomás miró el brazo metálico con horror. «¿Qué me estás diciendo? ¿Qué me has hecho?»
«Te salvé», dijo Luis con una sonrisa que no alcanzó sus ojos. «Te estás transformando, Tomás. En algo mejor, más fuerte, más resistente. No eres solo un humano más. En unos días, completaré el proceso y serás más de lo que jamás soñaste.»
El corazón de Tomás comenzó a latir más rápido. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿En qué lo habían convertido? Quiso gritar, pero su cuerpo no respondía. Estaba atrapado en un cuerpo que no reconocía, en un lugar que parecía salido de una pesadilla.
«Tranquilo», repitió Luis, acercándose más. «No va a doler. Pero debes aceptar lo que eres ahora. La humanidad… tu vida anterior, quedó atrás. Estás evolucionando.»
Tomás no podía creer lo que escuchaba. Se sentía como un prisionero en su propio cuerpo, incapaz de huir de lo que le estaban haciendo. Intentó levantarse, pero sus piernas no lo sostenían. Estaba demasiado débil.
«Te falta energía», explicó Luis, como si leyera su mente. «Aún no estás listo para levantarte, pero lo estarás pronto. En unos días, cuando todo esté completo, serás libre de moverte, libre de usar tus nuevos poderes. Pero primero, necesito terminar lo que comencé.»
«¿Qué me vas a hacer?» preguntó Tomás, con la voz quebrada.
Luis se agachó hasta quedar a la altura de Tomás, su mirada fría y calculadora. «Te transformaré en algo monstruoso, Tomás. Algo que va más allá de lo que cualquier humano podría imaginar. No tienes opción.»
Tomás sintió cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos. El dolor físico era intenso, pero lo que más lo atormentaba era la pérdida de sí mismo, la sensación de estar siendo despojado de su humanidad. No sabía si podría soportar lo que venía.
Durante los siguientes días, Luis lo mantuvo sedado la mayor parte del tiempo, trabajando en su cuerpo, reemplazando partes con metal, ajustando mecanismos que Tomás no entendía. En sus momentos de lucidez, podía sentir su cuerpo cambiando, volviéndose más frío, más pesado, menos humano.
Finalmente, llegó el día. Tomás despertó, pero esta vez, ya no sentía dolor. Se levantó de la cama sin esfuerzo, y al mirar su brazo, vio el brillante metal donde antes había carne. Movió los dedos metálicos, que respondieron perfectamente a sus órdenes. Pero algo dentro de él había muerto. Sabía que ya no era el mismo. Sabía que lo habían convertido en algo que no quería ser.
Luis lo observaba desde la distancia, con una sonrisa satisfecha. «Lo lograste, Tomás. Ahora eres más fuerte que nunca. Estás listo para enfrentar el mundo.»
Pero Tomás no se sentía listo. Miró su reflejo en una superficie metálica cercana y apenas reconoció al chico que una vez fue. Su ojo derecho era ahora un brillante orbe de metal, su brazo una máquina perfecta, pero su alma… esa parte de él se había perdido en algún lugar de la transformación.
«¿Qué soy ahora?» preguntó Tomás, su voz llena de amargura.
Luis se acercó y colocó una mano en su hombro. «Eres la evolución, Tomás. Eres lo que el futuro necesita.»
Pero Tomás no se sentía como el futuro. Se sentía como un monstruo.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Portal Mágico
El Viaje a la Escuela de Magia de Hiro y Ami
Hannah y el Mundo Virtual de Glitch Productions
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.