Cuentos de Ciencia Ficción

Llamas en el Pasillo de la Infancia

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Ana siempre había sido una niña curiosa. Desde que tenía uso de razón, pasaba horas explorando el jardín de su casa, preguntándose qué habría más allá de las flores y los árboles. Su mejor amiga, Elara, la acompañaba en estas aventuras, siempre dispuesta a sumergirse en lo desconocido y a crear historias fantásticas en su imaginación. Las dos amigas soñaban con ser grandes exploradoras de mundos lejanos, así que, un día, decidieron crear una máquina del tiempo en el garaje de Ana, a partir de piezas viejas que encontraron en el rincón más polvoriento.

Al principio, su «máquina del tiempo» era poco más que un montón de cajas apiladas, un viejo sillón cubierto de mantas y algunas luces de colores que Ana había encontrado en el ático. Pero con cada idea creativa que compartían, la máquina iba tomando forma. Elara diseñó un panel de control con botones de colores, mientras Ana se encargó de hacer que todo pareciera más real, utilizando pinturas y calcomanías de estrellas y planetas.

Una tarde, después de varias semanas de trabajo, la máquina estaba lista. Las dos amigas estaban muy emocionadas. Se miraron mutuamente con sonrisas cómplices, y Elara dijo, «¡Es el momento de probarla!». Ana asintió, sintiendo una mezcla de miedo y emoción en su estómago. Se sentaron en el sillón, y Ana presionó el botón rojo más grande. Con un ruido chirriante, la máquina pareció cobrar vida; luces parpadeaban y sonaban unos ruidos extraños que asemejaban un motor en marcha.

«¿A dónde vamos?» preguntó Elara con los ojos brillantes de emoción. Ana respondió: «Quiero ir al futuro, ¡a ver cómo será el mundo dentro de cien años!» Elara asintió con energía, y juntas gritaron a coro: «¡Viaje al futuro!».

De repente, una intensa luz las envolvió, y sintieron que todo a su alrededor giraba y cambiaba. Un instante después, el sillón se detuvo y ambas desearon abrir los ojos al nuevo mundo. Cuando lo hicieron, se encontraron en un lugar diferente, más brillante y colorido. Las edificaciones parecían flotantes, llenas de plantas y luces que cambiaban de color. Las calles estaban llenas de vehículos que se movían sin contacto con el suelo, como si volaran.

—¡Increíble! —exclamó Ana, maravilla en su voz—. Mira, los coches parecen tiburones voladores.

—¡Y esas casas! —dijo Elara, apuntando a unos edificios que brillaban en tonos de azul y verde—. ¡Se parecen a burbujas!

Las chicas comenzaron a caminar, empapándose de las maravillas del futuro. La gente vestía ropas que parecían sacadas de una película de ciencia ficción, con colores brillantes y formas únicas. Todos parecían estar tan ocupados, y había una sensación de felicidad en el aire. De repente, al cruzar una esquina, se encontraron con un grupo de niños jugando. Tenían en sus manos unos dispositivos que giraban y flotaban, creando luces y sonidos. Ana sintió un impulso de unirse a ellos.

—Hola —dijo Ana, acercándose al grupo—. ¿Qué es eso que tenéis?

Uno de los niños, con ojos grandes y una sonrisa amplia, respondió: «¡Son nuestros juguetes voladores! Se llaman ‘Antigravitrans’. Funcionan con energía solar y pueden flotar en el aire todo el rato, ¡podemos hacer acrobacias!»

Elara se emocionó, y pronto se unió a la conversación. Se dieron cuenta de que los niños eran muy amigables y estaban dispuestos a compartir sus juguetes. Después de unos minutos de jugar, decidieron invitar a las chicas a un evento especial que se llevaría a cabo esa tarde en un parque cercano. «¡Es el Festival de la Luz! Allí habrá espectáculos de luces y música», dijo una niña llamada Nia, quien se presentó al grupo.

Las chicas decidieron que sería divertido asistir al festival, así que siguieron a los niños por las calles del futuro, rodeadas de paisajes que cambiaban en cada esquina. El evento fue un despliegue de creatividad: luces que parpadeaban y danzaban al ritmo de la música, y en el aire flotaban figuras luminosas que se transformaban en animales y formas extrañas.

Mientras disfrutaban del festival, Ana y Elara comenzaron a conversar sobre sus sueños, las maravillas que habían visto y cómo todo parecía posible en ese mundo. Sin embargo, al caer la noche, Nia les sugirió que fueran a un lugar que “daba miedo”: un aparente laberinto de luces. Era una atracción popular, pero todos advertían sobre lo extraño y misterioso que era.

—¿Te atreves? —preguntó Elara, mirando a Ana.

—¿Por qué no? —respondió Ana—. ¡Siempre hemos querido explorar lo desconocido!

Las tres chicas se aventuraron en el laberinto. En el interior, un juego de luces titilantes les hizo sentir un poco nerviosas, pero, al mismo tiempo, se dejaron llevar por la curiosidad. Sin embargo, al entrar más adentro, perdieron rápidamente la noción de la dirección. A medida que exploraban, comenzaron a escuchar susurros y risas lejanas.

De repente, se encontraron con una habitación completamente oscura que parecía estar suspendida en el aire. A lo lejos, había una figura que se dibujaba entre luces intermitentes. La figura parecía una niña, aunque diferente a cualquier otra que habían visto antes: tenía una piel luminosa que brillaba y ojos como dos estrellas. «Hola, soy Lía», dijo la extraña niña con una voz suave. «Estaba esperando a alguien que pudiera ayudarme».

Ana y Elara, intrigadas, se acercaron. «¿Ayudarte en qué?» preguntó Ana. Lía les explicó que en el laberinto había un objeto muy antiguo y poderoso que había sido perdido, un «Cristal de la Infancia», que aseguraba que la imaginación de los niños nunca se apagara. Sin embargo, por alguna razón, aquel cristal había caído en manos equivocadas. «Si no lo recupero, el mundo de la infancia perderá su magia», expresó Lía con preocupación.

—¿Y cómo podemos ayudarte? —preguntó Elara, sintiendo que su corazón latía con emoción.

Lía sonrió, y sus ojos brillaron aún más. «Necesito que ustedes encuentren la clave. Está escondida en cada rincón de este laberinto. Ustedes tienen la imaginación y la curiosidad necesaria para resolver el enigma».

Las amigas asintieron, sintiendo que esta era una aventura aún más grande. A pesar de su miedo, se dieron cuenta de que trabajar juntas les daría la fortaleza que necesitaban. Lía les dio una pequeña esfera de luz que iluminó el camino y les dijo que siguieran el rayo de luz hasta un portal oculto dentro del laberinto.

Así que las tres chicas comenzaron su búsqueda, adentrándose en el laberinto, encontrando diferentes pistas en cada esquina. En cada habitación oscura que exploraban, se encontraban con retos que requerían de su ingenio; tenían que unir colores para crear combinaciones mágicas, formar palabras secretas, e incluso hacer bailar las luces al ritmo de su risa. Poco a poco, se dieron cuenta de que la felicidad y la creatividad eran clave para encontrar la salida.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegaron a una gran sala donde el cristal brillaba intensamente. Pero antes de que pudieran acercarse, una sombra oscura se interpuso en su camino. Era una figura enorme, con una risa escalofriante que resonaba en las paredes. “Puedo sentir su miedo”, dijo la figura. “Este cristal ahora me pertenece”.

Ana, Elara y Nia retrocedieron, pero Lía, tomando valor, se adelantó y dijo con firmeza: «La alegría de los niños nunca puede ser controlada. El cristal no es un objeto, es un sentimiento. ¡No te pertenece!». La figura se quedó inmóvil, confundida ante las palabras de Lía, y las chicas, inspiradas por su valentía, comenzaron a cantar una canción que habían aprendido en el festival, una melodía de felicidad y libertad.

A medida que su canto resonaba en la sala, la sombra se desvaneció, incapaz de sostener su forma frente al poder de la celebración. El cristal comenzó a vibrar, y un brillo cegador inundó el lugar. Cuando la luz se desvaneció, la figura oscura ya no estaba, y ellas pudieron acercarse al cristal.

Con cuidado, Lía tomó el cristal y lo abrazó. «Gracias, amigas. Juntas hemos restaurado la magia del mundo. Sin la imaginación y el valor, todo esto hubiera sido imposible». Las chicas se sonrieron, sintiendo que estaban unidas por una amistad más fuerte que nunca.

Al regresar al laberinto, Lía les guió de vuelta al lugar donde las había encontrado. Cuando llegaron a la salida, se dieron cuenta de que el festival había terminado y que rápidamente se estaban acercando a su máquina del tiempo. “No tendrán que preocuparse”, dijo Lía, “la magia de la infancia nunca se irá, siempre y cuando sigan imaginando”.

Con un gran abrazo lleno de emoción, las chicas se despidieron de Lía, quien prometió que siempre serían parte del mundo que habían salvado. Regresaron a su máquina del tiempo, donde presionaron el botón que las llevaría de vuelta a casa. Al concluir su viaje, se encontraron de nuevo en el garaje de Ana, llenas de historias increíbles y recuerdos imborrables.

Mientras compartían sus aventuras, Ana y Elara se dieron cuenta de que, aunque habían regresado a su tiempo, lo que habían vivido continuaría con ellas para siempre. Desde aquel día, decidieron seguir creando aventuras juntas, explorando no solo su jardín, sino también la vasta galaxia de su imaginación.

El relato de esa tarde las inspiró a llevar su máquina del tiempo en su corazón, perpetuándola como un símbolo de su amistad y de todos los lugares que podían alcanzar, siempre que mantuvieran viva la chispa de su imaginación. Y es así que Ana, Elara y Nia aprendieron que el verdadero poder reside en lo que se es capaz de imaginar, y que la infancia es un tiempo valioso para perseguir los sueños, por más inalcanzables que parezcan.

Así, la historia de las dos amigas terminó, pero su aventura apenas comenzaba, con la promesa de que cualquier día podrían regresar a ese mágico mundo del futuro, donde la imaginación y la amistad siempre triunfan sobre el miedo.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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