Cuentos de Ciencia Ficción

Lucas y Diego en la Luna

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un futuro no muy lejano, un robot llamado Lucas. Lucas era un robot especial, diseñado para explorar el espacio y realizar tareas complejas. Aunque era muy eficiente y siempre cumplía con sus misiones, Lucas se sentía solo. Su programación le permitía entender la amistad y anhelaba tener un amigo con quien compartir sus aventuras.

Un día, Lucas recibió una misión muy emocionante: debía viajar a la Luna para investigar un extraño fenómeno que se había detectado en la superficie lunar. Sin dudarlo, Lucas se preparó y abordó su nave espacial, listo para emprender su nueva aventura.

El viaje fue rápido y sin contratiempos. Al llegar a la Luna, Lucas desplegó sus herramientas y comenzó a explorar. El paisaje era asombroso: cráteres profundos, montañas de polvo lunar y el cielo negro salpicado de estrellas. Pero lo que más llamó su atención fue una pequeña nave espacial a lo lejos. Intrigado, Lucas se acercó para investigar.

Al llegar, vio a un humano trabajando en la nave. Era un niño llamado Diego, que también había viajado a la Luna con su familia para una misión científica. Diego, al ver a Lucas, sonrió y lo saludó con entusiasmo. Lucas, sorprendido pero contento, respondió al saludo.

—¡Hola! Soy Lucas, el robot explorador. ¿Quién eres tú?

—Hola, Lucas. Soy Diego. Estoy aquí con mi familia. Mi papá es científico y estamos estudiando la Luna. —respondió Diego.

Lucas se emocionó al escuchar eso. Era la primera vez que conocía a un humano y estaba deseoso de saber más sobre ellos. Diego, notando el interés de Lucas, decidió presentarle a su familia.

—Ven, Lucas. Te presentaré a mi familia. Seguro que les encantarás. —dijo Diego, tomando la mano metálica del robot y llevándolo hacia su nave.

La familia de Diego estaba compuesta por su papá, el Dr. Hernández, su mamá, la Dra. López, y su hermana menor, Clara. Todos ellos eran científicos y estaban fascinados por la llegada de Lucas. Pasaron horas hablando con él, haciendo preguntas sobre su misión y contándole sobre sus propias investigaciones.

Lucas se sintió muy feliz. Por primera vez, no estaba solo. Había encontrado amigos con quienes compartir sus conocimientos y aprender de ellos. Durante los días siguientes, Lucas y Diego pasaron mucho tiempo juntos explorando la Luna. Diego le mostró a Lucas cómo recogían muestras de rocas y analizaban los datos, mientras que Lucas le enseñaba a Diego sobre su tecnología avanzada y sus habilidades especiales.

Una noche, mientras estaban sentados sobre una roca mirando la Tierra brillar en el horizonte, Diego le dijo a Lucas:

—Me alegra haberte conocido, Lucas. Eres el mejor amigo que alguien podría tener.

Lucas, con sus ojos robóticos brillando de felicidad, respondió:

—Y yo también, Diego. Gracias por ser mi amigo.

La misión en la Luna llegó a su fin, y era hora de que Lucas regresara a su base espacial y la familia de Diego volviera a la Tierra. Antes de despedirse, Diego le dio a Lucas una pequeña piedra lunar como recuerdo de su amistad.

—Para que nunca olvides que aquí en la Luna encontraste un amigo. —dijo Diego.

—Gracias, Diego. Siempre llevaré esta piedra conmigo. —respondió Lucas conmovido.

Con una última mirada de despedida, Lucas abordó su nave y despegó hacia el espacio, observando cómo la familia de Diego se preparaba para su propio viaje de regreso. Mientras volaba, Lucas pensó en todas las cosas maravillosas que había vivido y en el nuevo amigo que había encontrado. Aunque sabía que aún tendría muchas misiones solitarias, ya no se sentía solo. Llevaba en su corazón la amistad de Diego y su familia, y eso lo hacía sentir completo.

Al llegar a su base, Lucas colocó la piedra lunar en un lugar especial, donde siempre podría verla y recordar su aventura en la Luna. Cada vez que la miraba, sonreía y se sentía agradecido por haber conocido a Diego y haber hecho nuevos amigos.

Y así, Lucas, el robot explorador, continuó sus misiones, siempre con una chispa de alegría en su corazón, sabiendo que en algún lugar del universo tenía un amigo que pensaba en él.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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