Cuentos Clásicos

Aventura en el Campo de Maíz

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Había una vez, en un tranquilo pueblo rodeado de colinas y campos verdes, dos niños llamados Romel y Yatzil. Romel era un niño alegre con una sonrisa brillante y ojos curiosos, mientras que Yatzil era una niña dulce con largas trenzas que siempre estaba llena de energía. Ambos vivían en la ciudad, pero cada verano tenían la oportunidad de pasar unas semanas en la casa de sus abuelos, Chava y Lety, quienes vivían en una hermosa granja.

La granja de Chava y Lety era un lugar mágico para Romel y Yatzil. Allí, los días estaban llenos de aventuras, exploraciones y, sobre todo, mucha diversión. La granja estaba rodeada de campos de maíz altos y dorados que se mecían suavemente con la brisa, como si estuvieran saludando a los niños. A menudo, después de ayudar a sus abuelos en las tareas de la granja, Romel y Yatzil corrían al campo de maíz, donde comenzaban sus juegos.

Una mañana brillante, mientras el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, Romel y Yatzil se despertaron emocionados. “¡Hoy vamos a jugar en el campo de maíz!” exclamó Yatzil, saltando de la cama.

“Sí, pero primero, deberíamos ayudar a la abuela Lety a recoger los huevos de las gallinas,” sugirió Romel. “Siempre es divertido hacerlo.”

Ambos se vistieron rápidamente y corrieron a la cocina, donde el aroma del desayuno llenaba el aire. Lety estaba preparando tortitas doradas, y al ver a sus nietos, sonrió con ternura. “Buenos días, mis pequeños aventureros. ¿Listos para un día emocionante?”

“¡Sí, abuela! Pero primero, ¿podemos recoger los huevos?” preguntó Yatzil, con los ojos brillantes de entusiasmo.

“Por supuesto. Aquí tienen una canasta,” dijo Lety, entregándoles una canasta de mimbre. “Tengan cuidado con las gallinas, y no olviden que hay que ser amables.”

Los niños asintieron y salieron corriendo hacia el gallinero. Allí, entre los suaves clucks de las gallinas, comenzaron a buscar los huevos. Romel y Yatzil se turnaban para recogerlos, riendo cada vez que una gallina picoteaba sus zapatos o se movía rápidamente a su alrededor. Después de un rato, lograron llenar la canasta con los hermosos huevos.

“¡Mira cuántos conseguimos!” exclamó Romel, mostrando la canasta llena a su abuela.

“¡Buen trabajo! Ahora vayan a jugar, que se lo han ganado,” dijo Lety, dándoles una palmadita en la cabeza.

Sin perder un segundo, Romel y Yatzil corrieron hacia el campo de maíz. El sol brillaba intensamente, y el cielo estaba despejado. Cuando llegaron al campo, los altos tallos de maíz se alzaban ante ellos, creando un laberinto verde y dorado.

“¿Quién llega primero al final del campo?” propuso Yatzil, con una sonrisa desafiante.

“¡Yo ganaré!” dijo Romel, preparándose para correr. “¡En tres, dos, uno!”

Los dos niños corrieron tan rápido como pudieron, riendo y gritando mientras se perdían entre las filas de maíz. A medida que avanzaban, se hicieron un poco más competitivos, pero también se aseguraron de divertirse. “¡Soy más rápido que tú!” gritaba Romel.

“¡Eso no es cierto!” respondía Yatzil, intentando alcanzarlo. El viento acariciaba sus rostros mientras se movían entre las plantas, llenos de alegría y emoción.

Después de un rato de correr, llegaron al final del campo y se detuvieron para recuperar el aliento. “¡Ganaste, pero fue muy divertido!” dijo Yatzil, sonriendo.

“Gracias. ¡Vamos a explorar el laberinto de maíz!” sugirió Romel, y así lo hicieron. Comenzaron a caminar por los senderos, disfrutando de la sombra y el frescor que ofrecían los altos tallos.

De repente, Romel se detuvo. “¿Escuchaste eso?” preguntó, inclinando la cabeza.

“¿Qué?” preguntó Yatzil, mirando a su alrededor.

“Como un murmullo,” dijo Romel, concentrándose. “Parece que viene de esa dirección.” Señaló hacia un rincón del laberinto.

“Vamos a ver,” dijo Yatzil, sintiendo que la curiosidad la invadía.

Los niños se adentraron más en el campo de maíz, siguiendo el sonido. A medida que se acercaban, el murmullo se hizo más claro. “¿Qué crees que es?” preguntó Yatzil, un poco nerviosa.

“No lo sé, pero ¡vamos a averiguarlo!” dijo Romel, decidido.

Finalmente, llegaron a un pequeño claro en el laberinto donde encontraron un grupo de pequeñas criaturas que nunca habían visto antes. Eran unos duendecillos diminutos, de color verde y con alas de mariposa, que danzaban entre las mazorcas de maíz. Los duendes estaban cantando y riendo mientras jugaban, disfrutando del día soleado.

“¡Mira, son duendes!” exclamó Yatzil, sorprendida. “Nunca he visto algo así.”

“¡Qué bonitos!” dijo Romel, observando cómo los duendes giraban y se movían al ritmo de su música.

Los duendes notaron la presencia de los niños y se acercaron, sonriendo. “Hola, amigos humanos,” dijo uno de ellos, con una voz suave y melodiosa. “Nos alegra que hayan encontrado nuestro hogar.”

“¿Qué están haciendo?” preguntó Romel, con curiosidad.

“Estamos celebrando el Festival de la Cosecha,” respondió otro duende, que llevaba una corona de flores. “Es un día muy especial para nosotros. Cada año, celebramos el maíz y la amistad.”

“¿Podemos quedarnos a ver?” preguntó Yatzil, emocionada.

“¡Claro! Cuantos más, mejor. ¡Vengan y únanse a la celebración!” dijo el duende con entusiasmo.

Así fue como Romel y Yatzil se unieron a los duendes en su celebración. Jugaron y bailaron en el claro, aprendiendo sus canciones y juegos. Los duendes les enseñaron a hacer coronas de flores, y se divirtieron tanto que el tiempo pasó volando.

Cuando el sol comenzó a ponerse, el cielo se tiñó de hermosos tonos anaranjados y rosados. “Ha sido el mejor día de todos,” dijo Romel, mientras los duendes se reunían para una última canción.

“Gracias por hacernos parte de su fiesta,” agregó Yatzil, sonriendo a los duendes.

“Siempre serán bienvenidos en nuestro hogar. Recuerden que la amistad y la alegría son los mayores tesoros,” dijo el duende líder, mientras todos los duendes se unían en un gran abrazo.

Al despedirse, Romel y Yatzil prometieron volver a visitar a sus nuevos amigos. Mientras regresaban por el camino del maíz, se sintieron llenos de felicidad. Habían vivido una aventura mágica, y su amistad se había fortalecido aún más.

“Hoy fue increíble,” dijo Yatzil, riendo. “No puedo creer que hayamos encontrado a los duendes.”

“Sí, nunca olvidaré esta experiencia. Y lo mejor es que la vivimos juntos,” respondió Romel, con una sonrisa.

Cuando llegaron a la casa de sus abuelos, Chava y Lety los recibieron con abrazos. “¿Cómo les fue en su aventura?” preguntó Chava, con curiosidad.

“¡Fue genial! Conocimos a duendes que celebraban el Festival de la Cosecha,” exclamó Romel, con emoción.

“¡Eso suena maravilloso!” dijo Lety, sonriendo. “Siempre que hay amistad, hay magia en el aire.”

Esa noche, mientras se preparaban para dormir, Romel y Yatzil se acurrucaron en sus camas, con sonrisas en sus rostros. La experiencia de aquel día les enseñó que la amistad podía llevarlos a lugares inesperados y llenos de magia.

Con el corazón lleno de recuerdos felices, ambos se quedaron dormidos, soñando con nuevas aventuras y la promesa de regresar al campo de maíz para ver a sus amigos duendes. La magia de la amistad los acompañaría siempre, donde quiera que fueran.

Y así, Romel y Yatzil demostraron que los verdaderos tesoros en la vida son aquellos momentos compartidos con amigos, llenos de risas y amor.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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