Cuentos Clásicos

Cala el Gato y Paco el Loro en el Lago de las Fresas

Lectura para 1 año

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un tranquilo rincón del bosque, un hermoso lago rodeado de altos juncos y fresas silvestres. Este lago era un lugar especial donde muchos animales del bosque venían a refrescarse y disfrutar de la naturaleza. Entre ellos, vivían Cala el Gato y Paco el Loro, dos personajes muy diferentes pero igualmente fascinantes.

Cala el Gato era un gato naranja con ojos verdes y brillantes. Sus bigotes largos y su pelaje suave lo hacían ver muy elegante. Cala era conocido por su agilidad y su amor por la exploración. Siempre estaba saltando de un lugar a otro, curioseando todo lo que encontraba a su paso.

Paco el Loro, por otro lado, era un loro muy colorido. Sus plumas verdes, azules y rojas resplandecían al sol. Paco era muy hablador y le encantaba reír. Siempre tenía algo divertido que decir y era famoso por sus bromas en todo el bosque.

Un día, Cala el Gato decidió ir al lago a buscar algunas fresas para su desayuno. Las fresas silvestres eran su fruta favorita y sabía que alrededor del lago siempre había muchas. Caminó con gracia por el sendero del bosque hasta llegar a la orilla del lago. Allí, vio un gran arbusto lleno de fresas rojas y jugosas. Cala se relamió los bigotes y se acercó con sigilo.

Justo cuando estaba a punto de coger la primera fresa, escuchó una risa familiar desde arriba. Miró hacia el cielo y vio a Paco el Loro, que volaba en círculos sobre él. Paco, con su usual alegría, bajó y se posó en una rama cercana.

«¡Hola, Cala! ¿Qué estás haciendo?» preguntó Paco, con una chispa traviesa en sus ojos.

«Hola, Paco,» respondió Cala, tratando de mantener la calma. «Estoy recogiendo fresas para mi desayuno.»

Paco miró las fresas y luego a Cala. «¿Desayuno? ¡Jajaja! Esas fresas son mías,» dijo entre risas.

Cala frunció el ceño y se sentó sobre sus patas traseras. «No, Paco, estas fresas son mías. Yo llegué primero.»

Paco, sin dejar de reír, voló hasta el arbusto y cogió una fresa con su pico. «¿De verdad crees que puedes reclamar todas las fresas tú solo? ¡Jajaja!»

Cala se levantó y se acercó más al arbusto. «Paco, esto no es justo. Hay suficientes fresas para los dos. Podemos compartir.»

Paco, aún riendo, dijo: «¡Cala, gato engreído, no necesitas tantas fresas!»

Cala, sintiendo que la situación se ponía tensa, trató de calmarse. Sabía que discutir no resolvería nada. «Paco, somos amigos. Compartamos las fresas y disfrutemos juntos.»

Pero Paco, en su alegría juguetona, no quería compartir. Voló de un lado a otro, cogiendo fresas y lanzándolas al aire, haciendo que Cala corriera tras ellas. Cala, aunque molesto, decidió que debía encontrar una manera de resolver esto pacíficamente.

Después de un rato, ambos estaban agotados. Paco se posó en una rama, jadeando de tanto volar y reír. Cala se sentó debajo del arbusto, mirando las pocas fresas que quedaban.

«Paco,» dijo Cala suavemente, «yo no quiero pelear. Solo quiero disfrutar de unas fresas. Podemos encontrar una solución que nos haga felices a ambos.»

Paco, al ver a Cala tan serio y cansado, dejó de reír. Se dio cuenta de que había sido egoísta y que su amigo solo quería disfrutar de su desayuno en paz.

«Lo siento, Cala,» dijo Paco, bajando la cabeza. «No quise ser egoísta. Tienes razón, podemos compartir.»

Cala sonrió y asintió. «Gracias, Paco. Juntos podemos disfrutar de estas deliciosas fresas y del hermoso día.»

Así, ambos comenzaron a recoger fresas juntos, compartiendo risas y disfrutando del momento. Paco, con su pico ágil, cogía las fresas más altas, mientras Cala, con sus patas suaves, recogía las que estaban cerca del suelo. Pronto, ambos tenían una buena cantidad de fresas para disfrutar.

Mientras comían, se dieron cuenta de que compartir no solo les permitió disfrutar de las fresas, sino también fortalecer su amistad. Aprendieron que trabajar juntos y ser considerados con los demás era mucho más gratificante que pelear por pequeñas cosas.

Al final del día, Cala y Paco se sentaron a la orilla del lago, viendo el reflejo del sol en el agua y disfrutando de las últimas fresas. Ares, el perro del bosque, se unió a ellos, atraído por las risas y la amistad que compartían.

«Este ha sido un gran día,» dijo Cala, acariciando a Ares.

«Sí,» respondió Paco, «he aprendido que compartir es mucho mejor que pelear. Y me alegra tener amigos como ustedes.»

Cala sonrió y asintió. «La amistad y el compartir hacen que cada día sea especial.»

Y así, Cala el Gato, Paco el Loro y Ares el Perro disfrutaron de muchos más días felices en el Parque de los Sueños, siempre recordando la importancia de compartir y valorar la amistad. Y cada vez que encontraban fresas en el bosque, se aseguraban de recogerlas juntos, disfrutando no solo de su dulce sabor, sino también de la dulce compañía de sus amigos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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