Cuentos Clásicos

Cuando el Amor Se Convierte en Posesión

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y ríos cristalinos, un joven llamado Martín. Con el cabello alborotado y una mochila siempre llena de libros, Martín tenía una pasión insaciable por las aventuras y las historias. Pasaba horas en la biblioteca del pueblo, sumergido en relatos de dragones y caballeros, pero también se encantaba con las fábulas que hablaban de la amistad y el amor.

En esa misma aldea vivía Leonora, una niña con una risa contagiosa y una curiosidad brillante. Su largo cabello castaño siempre bailaba al viento, y sus ojos destilaban una chispa de alegría. Desde pequeños, Martín y Leonora habían sido amigos inseparables. Juntos exploraban los bosques cercanos, construían refugios en los árboles y compartían su amor por las historias. Sin embargo, a medida que crecían, los sentimientos entre ellos empezaron a cambiar.

Un día, mientras caminaban por el bosque, Martín tomó la mano de Leonora de forma especial, como si quisiera protegerla. “Eres mi mejor amiga, Leonora”, le dijo con una sonrisa, “pero a veces siento que hay algo más. Quiero que siempre estés a mi lado”. Leonora sonrió, sin saber que esas palabras, aunque llenas de dulzura, podían llevar a complicaciones.

Los días pasaron y el vínculo entre ellos se volvia más intenso. En sus corazones, el amor florecía como una hermosa flor silvestre. Sin embargo, con este amor también llegó la duda y el miedo. Martín comenzó a sentir que quería que Leonora estuviera solo con él, que no compartiera su tiempo con nadie más. Por su parte, Leonora valoraba profundamente su amistad, pero comenzaba a temer que su propio corazón no estuviera dispuesto a ser poseído o atado por los celos.

Una tarde, mientras exploraban un viejo castillo abandonado cerca del pueblo, Martín notó que Leonora se reía con un nuevo amigo, un niño llamado Julián, que había llegado al pueblo hacía poco tiempo. Julián era lleno de energía y contaba historias fascinantes sobre diferentes lugares. Martín sintió un nudo en el estómago. ¿Por qué debía Leonora reírse tanto con él y no con él?

No pasó mucho tiempo antes de que Martín comenzara a sentirse incómodo. Cada vez que veía a Leonora disfrutar de la compañía de otros niños, un vendaval de celos lo invadía. Sin darse cuenta, comenzó a excluir a Julián de sus aventuras, sintiendo que esto fortalecería su vínculo con Leonora. “No necesitamos a nadie más”, le decía. “Nuestro mundo es solo de dos”.

Leonora, atrapada en su propia confusión, intentaba entender lo que estaba sucediendo. Adoraba a Martín y disfrutaba de su compañía, pero también quería ser libre para hacer nuevos amigos y explorar el mundo a su manera. Sin embargo, cada vez que quería invitar a Julián a unirse a sus juegos, podía notar la incomodidad de Martín, lo que la hacía dudar.

Una mañana, mientras caminaban juntos hacia el río, Martín se detuvo y miró a Leonora con seriedad. “¿Te gustaría que fuéramos solo nosotros dos, sin nadie más? Podríamos ser felices solo tú y yo”, le propuso. Las palabras sonaron dulces, pero en su interior, un retazo de posesión se deslizó en su corazón.

Leonora sintió un frío en su pecho. “Martín, yo… no sé si eso es lo que quiero. Me gusta disfrutar con mis amigos y creo que Julián está bien. No puedo prometer que siempre seré solo tuya”. Al escuchar esto, Martín sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. El enfado brotó de su interior, transformando la dulce conversación en un enfrentamiento.

“No entiendes, Leonora. Si de verdad me quisieras, querrías estar solo conmigo”, respondió Martín, sin pensar en las palabras que estaban a punto de dañar su amistad.

Leonora sintió que una sombra se cernía sobre sus sentimientos. “Martín, eso no es amor. No quiero que me poseas. Quiero ser libre”. Con los ojos llenos de lágrimas, se alejó, dejando a Martín solo con sus pensamientos.

Los días que siguieron fueron difíciles. El viento soplaba fríamente, y las risas que solían llenar el aire se transformaron en un pesado silencio. Martín, dando vueltas sobre sí mismo, comprendió su error: su deseo de sentirse amado se había convertido en una necesidad de control. Su actitud había ahogado la esencia de su amistad.

Por su parte, Leonora buscó refugio en la lectura de un viejo libro que había encontrado en la biblioteca. Era una historia sobre un príncipe que había perdido a su amada por querer poseerla en lugar de amarla genuinamente. La niña sintió que podía identificar cada palabra con su propia experiencia. Quería amar y ser amada, pero sin límites que la encadenaran.

Un día, mientras Leónora estaba sentada bajo un gran roble, apareció Julián, quien había notado su tristeza. “¿Qué te sucede, Leonora? Se te ve preocupada”, le preguntó, apoyándose en el tronco del árbol. Leonora suspiró, sintiéndose en confianza. Esa charla con Julián le permitió expresar su dolor y confusión, y Julián escuchó con atención.

“Es difícil cuando alguien a quien amas comienza a limitarte”, dijo Julián, con una mirada comprensiva. “La amistad se basa en confianza y libertad. Si una persona no te deja ser tú misma, tal vez no comprenda lo que significa realmente el amor”.

Las palabras de Julián resonaron en el corazón de Leonora. Podía ver la verdad en cada una de ellas, y en ese momento, decidió que era hora de enfrentar a Martín y hablar abiertamente sobre sus sentimientos. Lo haría con respeto, sin perder la esperanza de recuperar la amistad que tanto atesoraba.

Al día siguiente, Leonora se dirigió hacia el bosque donde sabí que encontraría a Martín. Con cada paso, su corazón latía más rápido. Al llegar, lo vio sentado en una roca, pareciendo perdido en sus pensamientos. Ella se acercó, y al notar su presencia, Martín levantó la vista, sus ojos llenos de confusión y arrepentimiento.

“Martín, necesitamos hablar”, dijo ella, con firmeza pero delicadeza. “No quiero perderte, pero tengo que ser honesta contigo. Tu amor no puede ser posesivo. Quiero a alguien que respete mi libertad, así como yo respeto la tuya”.

Martín sintió que una oleada de tristeza lo invadía. “Lo siento, Leonora. No quise hacerte sentir así. Me dejé llevar por el miedo a perderte y pensé que si te mantenía cerca, todo estaría bien”.

Leonora sonrió levemente, sintiendo que Martín mostraba verdadero arrepentimiento. “El amor verdadero no se trata de posesiones. Se trata de compartir, de apoyarnos mutuamente y de crecer juntos, pero también de permitir que cada uno sea quien realmente es. Valoro mucho nuestra amistad y no quiero perderte por esto”.

Martín respiró hondo, sintiendo que la carga empezaba a levantarse. “Tienes razón, Leonora. Me dejé llevar por mis inseguridades. Te prometo que, a partir de hoy, seré un mejor amigo. Quiero aprender a amar sin intentar controlarte”.

Los dos se miraron a los ojos y una luz de esperanza comenzó a brillar en el fondo de sus corazones. Con el tiempo, lograron encontrar un equilibrio entre su amistad y sus sentimientos. Invitaron a Julián a sus aventuras, riendo y disfrutando de cada momento juntos, sin la sombra de los celos.

Pasaron días, semanas y meses, explorando y creando recuerdos hermosos. Martín y Leonora comprendieron que el amor, en todas sus formas, florecía mejor con confianza y libertad. Su amistad se volvió más sólida que nunca y se convirtieron en un hermoso trío junto a Julián.

Así, el pueblo volvió a escuchar sus risas mientras recorrían los senderos del bosque, contando historias de dragones y aventuras. Y en el corazón de cada uno de ellos, encontró la certeza de que el amor verdadero no era posesión, sino un espacio sagrado donde podían ser libres y ser quienes realmente eran.

Y, por siempre, vivieron felices en su pequeño mundo de amigos, donde las historias nunca terminan, y las lecciones de amor se atesoran en el fondo del alma.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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