Cuentos Clásicos

El Amor en las Calles Empedradas

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de montañas y campos verdes, vivían dos jóvenes cuyos corazones latían con fuerza por un sentimiento que, para muchos, estaba prohibido. Natalia y Juanes se conocieron un día de verano, cuando el sol brillaba intensamente y las flores adornaban las calles empedradas del lugar. Desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron, algo especial nació entre ellos, algo que ni el tiempo ni las adversidades podían borrar.

Natalia era la hija de una familia acomodada. Su padre era el dueño del molino del pueblo y su madre se encargaba de organizar las festividades y eventos más importantes. Desde pequeña, Natalia había sido criada con todas las comodidades, asistiendo a clases de piano y recibiendo la mejor educación que se podía ofrecer. Era una joven de cabello largo y oscuro, siempre bien arreglada y con un porte que denotaba su buena crianza.

Juanes, por otro lado, provenía de una familia humilde. Su padre trabajaba en los campos, cosechando trigo y maíz, mientras que su madre ayudaba en las tareas de la casa. Juanes era un chico de pocas palabras, pero de gran corazón. A pesar de no tener las mismas oportunidades que Natalia, era inteligente y trabajador. Su ropa, aunque sencilla, siempre estaba limpia, y su mirada reflejaba la nobleza de su espíritu.

El primer encuentro entre Natalia y Juanes ocurrió en una tarde en la plaza central del pueblo. Natalia estaba sentada en un banco, leyendo un libro bajo la sombra de un árbol, cuando Juanes, que había terminado sus labores en el campo, pasó por allí. Al verla, se quedó fascinado por su belleza y, sin poder evitarlo, se acercó a ella.

—Hola —dijo Juanes, un poco nervioso—. ¿Qué estás leyendo?

Natalia levantó la vista del libro y sonrió, sorprendida por la amabilidad del joven.

—Es un libro de historias antiguas —respondió—. Me gusta leer sobre tiempos pasados.

Juanes se sentó a su lado, y aunque al principio la conversación fue tímida, pronto ambos se sintieron en confianza. Hablaron de muchas cosas: de la vida en el pueblo, de sus sueños y aspiraciones, y de cómo veían el mundo a través de sus ojos jóvenes. Para Natalia, la compañía de Juanes era refrescante y diferente a la de los jóvenes que solían cortejarla. Para Juanes, estar con Natalia era como un sueño hecho realidad.

A medida que pasaron los días, los encuentros entre Natalia y Juanes se hicieron más frecuentes. Se reunían en la plaza, en los jardines del pueblo, o en los caminos que llevaban al bosque cercano. Su amistad se fue transformando en algo más profundo, y aunque ambos sabían que su relación no sería bien vista por la sociedad, no podían evitar lo que sentían el uno por el otro.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que los rumores comenzaran a esparcirse por el pueblo. Las personas, con sus miradas de desaprobación y sus comentarios a escondidas, empezaron a hablar sobre la extraña relación entre la hija del molinero y el hijo del campesino. Las murmuraciones llegaron a oídos de los padres de Natalia, quienes, preocupados por su reputación, decidieron intervenir.

—Natalia, necesitamos hablar contigo —dijo su madre una tarde, con un tono serio en su voz.

Natalia, que ya sabía de qué se trataba, bajó la cabeza y se preparó para lo que vendría.

—Hemos escuchado que te has estado viendo con ese muchacho, Juanes —continuó su padre—. Sabes que eso no es apropiado para alguien de nuestra familia.

—Pero, papá, Juanes es un buen chico —intentó defenderse Natalia—. No importa de dónde venga, lo que sentimos es real.

—Eso no es suficiente —respondió su madre—. Las diferencias entre ustedes son demasiado grandes. No podemos permitir que te mezcles con alguien que no es de tu clase.

Las palabras de sus padres fueron como dagas en el corazón de Natalia. Sabía que sería difícil luchar contra los prejuicios de la sociedad, pero no estaba dispuesta a renunciar a Juanes.

Por su parte, Juanes también enfrentaba la desaprobación de su familia. Su madre, al enterarse de la relación, le advirtió sobre los peligros de enamorarse de alguien que pertenecía a una clase social diferente.

—Hijo, esa chica no es para ti —le dijo—. No quiero que te hagas ilusiones. Su familia nunca permitirá que estén juntos.

Juanes, sin embargo, estaba decidido a luchar por el amor que sentía por Natalia. Sabía que no sería fácil, pero también sabía que lo que sentían el uno por el otro era algo único y especial.

A pesar de las dificultades y de las constantes miradas de desaprobación de los habitantes del pueblo, Natalia y Juanes continuaron viéndose en secreto. Se encontraban en lugares apartados, lejos de las miradas curiosas, y cada vez que estaban juntos, el mundo a su alrededor desaparecía, dejando solo el amor que compartían.

Sin embargo, la presión social seguía aumentando. Un día, mientras caminaban por un sendero en el bosque, Natalia tomó la mano de Juanes y le habló con sinceridad.

—Juanes, no sé cuánto tiempo más podremos seguir así —dijo, con tristeza en su voz—. La gente del pueblo nos está vigilando, y mis padres están cada vez más insistentes en que deje de verte.

Juanes apretó su mano, comprendiendo la angustia de Natalia.

—Lo sé, Natalia. Pero no quiero perderte. No puedo imaginar mi vida sin ti.

—Ni yo sin ti —respondió ella, con lágrimas en los ojos—. Pero no sé qué más podemos hacer.

Ambos se quedaron en silencio, contemplando la difícil situación en la que se encontraban. El amor que sentían era fuerte, pero las barreras que la sociedad había puesto entre ellos parecían infranqueables.

Fue entonces cuando Juanes, con una mezcla de determinación y desesperación, propuso algo inesperado.

—Natalia, ¿qué te parecería si nos fuéramos juntos? —dijo—. Podríamos dejar este pueblo, ir a un lugar donde nadie nos conozca y empezar una nueva vida.

Natalia lo miró sorprendida. La idea de escapar y dejar todo atrás era tentadora, pero también aterradora.

—¿Irnos? —preguntó, tratando de asimilar la propuesta—. ¿Y dejar a nuestras familias y amigos?

—No sería fácil —admitió Juanes—. Pero podríamos estar juntos, sin que nadie nos dijera lo que podemos o no podemos hacer. Podríamos ser libres.

Natalia reflexionó sobre la propuesta de Juanes. Sabía que sus padres nunca aceptarían su relación con él, y que quedarse en el pueblo solo les traería más sufrimiento. Pero también sabía que huir implicaba dejar atrás todo lo que conocían.

Después de un largo silencio, Natalia tomó una decisión.

—Si nos vamos, lo haré contigo —dijo, finalmente—. Pero tenemos que ser cuidadosos. No podemos simplemente desaparecer. Necesitamos un plan.

Los siguientes días, los amigos más cercanos de Natalia y Juanes comenzaron a notar su comportamiento reservado y la seriedad con la que hablaban en voz baja cuando creían que nadie los escuchaba. Los dos jóvenes estaban planeando su huida, organizando cada detalle para no dejar ningún cabo suelto. Querían asegurarse de que no los encontraran hasta estar lejos del pueblo, en un lugar donde pudieran comenzar de nuevo.

La noche en que decidieron partir, el cielo estaba despejado y la luna brillaba intensamente, iluminando el camino que los llevaría a su nueva vida. Natalia y Juanes se encontraron en la plaza central, como lo habían hecho tantas veces antes, pero esta vez sabían que sería diferente. Con mochilas a cuestas y el corazón lleno de esperanza, se tomaron de la mano y caminaron hacia las afueras del pueblo.

Sin embargo, cuando llegaron al borde del bosque, una figura familiar se les interpuso en el camino. Era el padre de Natalia, que, con una expresión seria en el rostro, los miraba fijamente.

—¿A dónde crees que vas, Natalia? —preguntó con voz firme.

Natalia sintió un nudo en la garganta, pero no dejó que el miedo la dominara.

—Papá, me voy con Juanes. No podemos quedarnos aquí y vivir nuestras vidas bajo las reglas de los demás. Necesitamos ser libres.

El padre de Natalia la miró con una mezcla de tristeza y resignación. Sabía que no podía detenerla, no sin romper su espíritu y forzarla a vivir una vida que ella no quería.

—Siempre te he querido, Natalia —dijo su padre, con un tono más suave—. Solo quiero lo mejor para ti.

—Lo mejor para mí es estar con Juanes —respondió ella, sin dudar.

Después de un largo silencio, su padre suspiró y se apartó del camino.

—Si es lo que realmente quieres, no te detendré. Pero recuerda, el camino que eliges no será fácil.

Natalia asintió, agradecida por el gesto de su padre, aunque sabía que lo estaba lastimando.

—Gracias, papá —dijo, y con un último vistazo, se despidió.

Juntos, Natalia y Juanes se adentraron en el bosque, dejando atrás el pueblo, las miradas de desaprobación y los prejuicios que los habían mantenido separados. Caminaban hacia un futuro incierto, pero lo hacían con la esperanza de que, con su amor, podrían superar cualquier obstáculo.

Y aunque no sabían lo que les deparaba el destino, estaban seguros de una cosa: mientras estuvieran juntos, podrían enfrentar cualquier dificultad.

Fin

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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