Cuentos Clásicos

El coleccionista de plumas

Lectura para 4 años

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Español

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Diego siempre había sido un hombre peculiar, diferente a todos los que conocía. Mientras la mayoría coleccionaba monedas, estampillas o figuras, él tenía una pasión única y extraña: coleccionar plumas, pero no cualquier tipo de plumas, sino aquellas con las que grandes escritores de la historia habían dado vida a sus más emblemáticas obras. Desde muy joven, Diego había leído los trabajos de escritores como Cervantes, Borges, Kafka, Dickens y Víctor Hugo, y en cada uno de esos libros, sentía una conexión especial con las plumas que esos autores habían utilizado. Para él, las plumas no eran simples herramientas, sino objetos mágicos que contenían la esencia creativa de cada uno de esos genios.

La obsesión de Diego comenzó cuando, un día en una pequeña librería de antigüedades, encontró una pluma que, según el dueño, perteneció a Charles Dickens. Estaba guardada en una vitrina polvorienta, rodeada de libros viejos. Diego, incrédulo al principio, se sintió atraído por la historia que acompañaba a la pluma: un pergamino escrito a mano explicaba que con esa pluma, Dickens había escrito algunos capítulos de «Oliver Twist». Aunque nunca supo si la historia era del todo cierta, ese fue el inicio de su viaje. Compró la pluma, y con ella, nació su fervor por coleccionar más.

Los años pasaron, y Diego se dedicó por completo a su colección. No era una tarea fácil, pero él estaba dispuesto a hacer lo que fuera por conseguir las plumas de los más grandes escritores. Algunas las obtuvo con ingenio, otras mediante métodos que no eran del todo correctos, pero para él, el fin siempre justificaba los medios.

Una de las plumas más valiosas de su colección fue la de Franz Kafka. Diego la encontró en una subasta de antigüedades en Praga, a la que asistió después de haber investigado durante meses. La pluma, una sencilla de color negro, había sido usada por Kafka para escribir algunos de sus relatos más oscuros. La subasta fue feroz, y Diego tuvo que competir con varios coleccionistas, pero no iba a rendirse fácilmente. Al final, cuando el martillo del subastador cayó, la pluma era suya. La guardó con cuidado en una pequeña caja de terciopelo que siempre llevaba consigo.

No todas las plumas llegaron a él de forma tan legal. Una de las historias más intrigantes de su colección fue la de la pluma de Jorge Luis Borges. Diego se enteró de una partida de póker clandestina en Buenos Aires, donde uno de los jugadores, un hombre llamado Juan, era el orgulloso dueño de la pluma con la que Borges había escrito varios de sus cuentos. Diego no era un experto en póker, pero sabía que tenía que estar allí. Se infiltró en la partida, aparentando ser un simple aficionado. El juego fue largo, y cuando la noche avanzaba, Diego vio su oportunidad. Juan, confiado en su mano ganadora, apostó la pluma de Borges. Diego, con un farol bien ejecutado, se llevó la victoria y la pluma con ella.

Pero no todos los métodos de Diego eran tan arriesgados. Una de las plumas, la de Víctor Hugo, fue adquirida con una estrategia más sutil. Investigando durante años, descubrió que un hombre adinerado llamado Ricardo, un gran admirador de Víctor Hugo, tenía en su colección personal la pluma con la que el autor francés había escrito algunas de las páginas de «Los Miserables». Diego, haciéndose pasar por un amigo interesado en la literatura, logró acercarse a Ricardo. Después de varios encuentros, Diego aprovechó un descuido y robó la pluma, reemplazándola por una réplica. Ricardo nunca lo notó, y Diego añadió otro trofeo a su preciada colección.

Sin embargo, la historia más triste de todas fue la adquisición de la pluma de Cervantes. Diego viajó a España, donde había rumores de que la pluma con la que se escribió «Don Quijote» estaba en manos de un coleccionista privado que no quería venderla a nadie. Diego intentó comprarla de varias maneras, pero el coleccionista era firme. Finalmente, Diego recurrió a chantajes y amenazas, pero el coleccionista no cedió. Esa pluma fue la que más le costó obtener, y aunque logró arrebatársela, la culpa lo persiguió el resto de su vida.

Con los años, Diego fue acumulando más y más plumas. Cada una de ellas estaba guardada en una pequeña caja de madera, similar a una caja de puros cubanos, con una hoja de papel en la que describía la historia de cómo la había adquirido. Cada vez que alguien le preguntaba por su colección, Diego respondía con evasivas, ya que no quería que nadie supiera de su obsesión. Para él, las plumas no eran solo objetos de colección, sino una extensión de los escritores, una conexión tangible con la historia de la literatura.

Pablo, un joven amigo de Diego, siempre había sentido curiosidad por las extrañas cajas que Diego guardaba en su estudio. Un día, después de la repentina muerte de Diego, Pablo fue a la casa de su viejo amigo para ayudar a organizar sus cosas. Fue entonces cuando, al abrir una de las cajas, descubrió la colección de plumas. Había algo mágico en esas cajas; cada una parecía contener una pequeña parte de la historia literaria del mundo.

Pablo sacó una de las hojas que Diego había dejado con las plumas. La primera que leyó fue la historia de la pluma de Kafka, cómo Diego la había adquirido en Praga y cómo esa pluma había escrito algunas de las obras más famosas del escritor. Fascinado, Pablo continuó abriendo más cajas y descubriendo las historias detrás de cada pluma. Había algo misterioso y emocionante en cada una de ellas, como si Diego hubiera vivido una vida de aventuras solo para reunir esos objetos.

Al final, Pablo decidió que las plumas debían ser compartidas con el mundo. Organizó una exposición en una biblioteca local, donde cada pluma estaba acompañada de su historia. A través de la colección de Diego, otros pudieron sentir la magia de los escritores y sus plumas, y entender que, aunque los escritores ya no estaban presentes, su esencia seguía viva en cada trazo que dieron con sus plumas.

Y así, la colección de Diego, que había sido su obsesión en vida, se convirtió en un legado literario para el mundo, permitiendo que nuevas generaciones apreciaran no solo las palabras de los grandes escritores, sino también las herramientas con las que esas palabras habían sido creadas.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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