En un pequeño y pintoresco pueblo llamado Villaluz, vivían dos niños muy especiales: Steveen y Martha. Aunque ambos eran amigos inseparables, tenían formas muy distintas de ver el mundo y las relaciones sociales. Steveen, con su cabello oscuro y siempre despeinado, era reflexivo y pensativo. Martha, con su melena rubia y sus ojos curiosos, era aventurera y muy sociable.
Una mañana soleada, mientras paseaban por el bullicioso mercado del pueblo, comenzaron una conversación que cambiaría su forma de ver el mundo. El mercado estaba lleno de vida: los vendedores pregonaban sus productos, los niños corrían de un lado a otro y los adultos intercambiaban noticias y saludos. Villaluz era famoso por su comunidad unida, y el mercado era el corazón de todo esto.
—Mira, Steveen, todo el mundo parece tan feliz aquí —dijo Martha, observando a la gente interactuar—. Es increíble cómo las personas se apoyan mutuamente.
—Sí, pero ¿te has preguntado por qué lo hacen? —respondió Steveen, mirando a su alrededor con ojos analíticos—. A veces pienso que la gente solo actúa de cierta manera porque esperan algo a cambio.
Martha frunció el ceño, no entendiendo del todo lo que su amigo quería decir.
—¿A qué te refieres, Steveen? Creo que las personas son amables porque les gusta ser amables, no porque esperen algo a cambio.
Steveen suspiró y se detuvo frente a un puesto de frutas. El vendedor, un hombre mayor con una sonrisa amable, les ofreció unas manzanas.
—Gracias, señor —dijo Steveen, tomando una manzana y dándole una moneda.
—De nada, jovencito. Que tengas un buen día —respondió el vendedor, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
—Mira esto, Martha —dijo Steveen mientras mordía la manzana—. Este hombre nos sonrió porque le pagamos. Pero, ¿y si no hubiéramos tenido dinero?
Martha pensó por un momento antes de responder.
—Tal vez todavía nos habría sonreído. No todas las relaciones son transacciones, Steveen. Hay algo llamado bondad genuina.
Decidieron seguir caminando, cada uno pensando en su conversación. Pasaron por el puesto de la señora Elena, conocida por su generosidad y sus historias fascinantes. Al ver a los niños, les ofreció un trozo de pastel.
—¿Qué hay de la señora Elena? —preguntó Martha, tomando un trozo de pastel—. Ella siempre es generosa, incluso cuando no tiene mucho.
Steveen sonrió, sabiendo que Martha tenía un buen punto.
—Es cierto, Martha. La señora Elena es un buen ejemplo de alguien que da sin esperar nada a cambio. Pero, ¿cuántas personas son realmente así?
Siguieron caminando y llegaron a la plaza del pueblo, donde un grupo de niños jugaba y reía. Uno de los niños, llamado Tomás, se cayó y empezó a llorar. Sin pensarlo dos veces, Martha corrió a ayudarlo, levantándolo y dándole unas palabras de consuelo. Steveen observó la escena con interés.
—Ves, Steveen, esto es lo que quiero decir. La ayuda no siempre está motivada por el interés propio. A veces, las personas simplemente quieren ayudar porque es lo correcto.
Steveen asintió lentamente, comenzando a ver la perspectiva de Martha. Mientras caminaban de regreso a casa, se encontraron con el anciano Don Roberto, quien solía pasar sus tardes en el banco de la plaza, observando la vida del pueblo. Don Roberto tenía fama de ser sabio y siempre estaba dispuesto a compartir sus conocimientos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.