Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de densos bosques y montañas, un niño curioso llamado Mateo. Desde muy pequeño, Mateo había sentido una profunda conexión con la naturaleza. Le encantaba explorar el bosque, trepar árboles y descubrir rincones secretos. Conocía cada sendero y cada arbusto como la palma de su mano.
Un día, mientras paseaba por el bosque, Mateo se topó con algo que nunca había visto antes. Entre las ramas de un viejo roble, encontró una puerta cubierta de hiedra y flores silvestres. La puerta era pequeña y antigua, con un pomo de hierro que brillaba a la luz del sol. La curiosidad de Mateo era insaciable. “¿Dónde llevará esta puerta?”, se preguntó.
Sin pensarlo dos veces, empujó la puerta y la abrió. Lo que vio al otro lado lo dejó sin aliento. Se encontraba en un hermoso jardín encantado. Las flores eran de colores vibrantes, rojas, amarillas y azules, y el aire estaba impregnado de su dulce fragancia. Había árboles frutales cuajados de manzanas y peras, y en el centro del jardín había un pequeño estanque que reflejaba el cielo.
Mateo sintió una paz inmensa en aquel lugar. “¡Es como un sueño!”, exclamó. Decidió que ese jardín sería su secreto, su lugar favorito. Durante las semanas siguientes, Mateo visitaba el jardín todos los días después de la escuela. Allí, cuidaba las plantas, regaba las flores y hablaba con los animales que habitaban el lugar. Había conejitos que saltaban alegremente, aves que cantaban en las ramas y mariposas que danzaban entre las flores.
Con el tiempo, el jardín floreció más que nunca. Las flores eran más brillantes, los árboles daban más frutas, y Mateo se sentía orgulloso de su pequeño paraíso. Sin embargo, un día, mientras recogía algunas manzanas, escuchó un murmullo. “¡Mateo, Mateo!”, decían unas voces suaves. Mateo miró a su alrededor y vio a varios animales reunidos a su alrededor. “¿Quiénes son ustedes?”, preguntó curioso.
“Somos los guardianes del jardín”, respondió una pequeña ardilla que se acercó. “Te hemos estado observando y queríamos agradecerte por cuidar de este lugar. Gracias a ti, el jardín ha prosperado”.
Mateo se sintió feliz al saber que su esfuerzo había sido reconocido. “¡Es un lugar mágico! Me encanta venir aquí”, dijo con entusiasmo. Los animales le contaron que el jardín había estado en peligro antes de que él llegara. Había sido descuidado y se había vuelto triste. Pero gracias a su amor y cuidado, había recuperado su esplendor.
A partir de ese día, Mateo se convirtió en el protector del jardín. Pasaba horas allí, cuidando de las flores y aprendiendo de los animales. Jugaba con los conejos y observaba cómo las aves construían sus nidos. A medida que pasaba el tiempo, el jardín se llenó de risas y alegría.
Sin embargo, un día, mientras Mateo exploraba una nueva parte del jardín, se encontró con algo inquietante. En el borde del jardín, vio un grupo de campesinos que se acercaban con herramientas de jardinería. “¿Qué están haciendo aquí?”, se preguntó Mateo, sintiendo un nudo en el estómago.
Los campesinos comenzaron a hablar entre ellos sobre la posibilidad de desmalezar y vender las flores. “¡No, eso no puede suceder!”, pensó Mateo, sintiendo que debía hacer algo para proteger su jardín. Decidió que tenía que hablar con ellos y explicarles lo especial que era el lugar.
Con valentía, se acercó al grupo. “¡Hola! Mi nombre es Mateo. Este jardín es muy especial. Si lo cuidan, puede ser un lugar maravilloso para todos”. Los campesinos lo miraron, sorprendidos de ver a un niño tan decidido. “¿Por qué deberíamos escuchar a un niño?”, dijo uno de ellos, con una sonrisa burlona.
Pero Mateo no se dio por vencido. “Porque este jardín es un hogar para muchos animales y plantas. Aquí hay magia, alegría y vida. Si lo destruyen, perderán algo precioso”. A medida que hablaba, los campesinos comenzaron a prestar atención.
La ardilla y otros animales se acercaron, apoyando a Mateo. “Es cierto”, dijo la ardilla. “Este jardín nos da un lugar seguro. Sin él, muchos de nosotros no podríamos vivir”. Poco a poco, los campesinos se dieron cuenta de la importancia del jardín.
“Está bien, haremos un trato”, dijo el líder del grupo. “Si podemos trabajar juntos para cuidarlo, no lo destruiremos. Podríamos organizar un festival en el pueblo para que todos lo disfruten”. Mateo sonrió, sintiendo que había ganado una batalla importante. “¡Eso sería increíble!”, exclamó.
Así, Mateo, los campesinos y los animales del jardín comenzaron a trabajar juntos. Se organizaron jornadas de limpieza y plantación. Todos aprendieron sobre la importancia de cuidar la naturaleza y el jardín floreció aún más. En poco tiempo, el jardín se convirtió en un lugar de encuentro para el pueblo. La gente venía a disfrutar de sus colores, a escuchar el canto de los pájaros y a participar en actividades con los animales.
El día del festival llegó, y el jardín estaba lleno de vida. Familias enteras llegaron con sonrisas y alegría. Había juegos, música, y un gran picnic donde todos compartieron deliciosos alimentos. Mateo se sintió orgulloso de haber sido parte de esa transformación. “¡Mira lo que hemos hecho juntos!”, le dijo a la ardilla, mientras miraban a la multitud disfrutar.
Al final del día, cuando el sol comenzaba a ponerse, Mateo se sentó en el césped junto al estanque. Observó cómo las flores brillaban con la luz dorada del atardecer. “Este es el lugar más hermoso del mundo”, pensó. Y tenía razón.
Desde aquel día, el jardín encantado se convirtió en un símbolo de amistad y colaboración en el pueblo. Mateo aprendió que cuando las personas se unen por una causa, pueden lograr cosas increíbles. No solo había protegido su jardín, sino que había hecho nuevos amigos y había unido a la comunidad.
Así, el jardín siguió floreciendo, y Mateo, junto con sus amigos, siguió cuidándolo y disfrutando de la magia que había creado. Aprendió que la naturaleza es un regalo que debemos valorar y proteger, y que juntos, podemos hacer del mundo un lugar más hermoso.
Y así, en un pequeño pueblo rodeado de un bosque encantado, la historia de Mateo y su jardín mágico perduró en el corazón de todos, recordando siempre la importancia de cuidar la naturaleza y trabajar juntos.
Fin.





Cuentos cortos que te pueden gustar
Mi Papá, el Silencio Que Habla Más Fuerte Que las Palabras
Ypo en el Bosque Encantado
Liam y el Jardín de la Ciudad
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.