Había una vez, en un pequeño pueblo al borde de un bosque encantado, una bruja llamada la Señora Mala. Aunque su nombre sonaba aterrador, en realidad era una bruja un poco peculiar. Siempre vestía un gran sombrero de ala ancha y una larga túnica negra llena de estrellas brillantes. Tenía una risa un poco extraña y una sonrisa traviesa que a veces asustaba a los niños del pueblo.
En este pueblo también vivía un niño llamado Yo, que era muy curioso y le encantaba explorar. Un día, mientras caminaba por el bosque, se encontró con la casa de la Señora Mala. La cabaña estaba llena de cosas extrañas: frascos con líquidos de colores, escobas apoyadas en las paredes y un gato negro que lo miraba con ojos brillantes.
“¿Qué estará haciendo la Señora Mala?”, se preguntó Yo, sintiendo una mezcla de miedo y emoción. Decidió acercarse un poco más para ver si podía espiar a la bruja. Cuando se asomó por la ventana, vio algo que lo sorprendió: un hermoso juguete brillante que giraba y emitía luces de colores. Era un juguete que nunca había visto antes.
“¡Wow! ¡Eso es increíble!”, exclamó sin darse cuenta de que había hablado en voz alta. De repente, la puerta de la cabaña se abrió de golpe y apareció la Señora Mala, con una mirada curiosa. “¿Quién anda ahí?”, preguntó con su voz temblorosa.
Yo se asustó un poco, pero recordó que no quería ser grosero. Así que salió de detrás del árbol y se presentó. “Hola, soy Yo. Estaba mirando tu juguete. Es muy bonito”.
La bruja lo miró de arriba a abajo y, en lugar de enojarse, sonrió. “Gracias, pequeño. Es un juguete muy especial, pero no es solo eso. Tiene un poder mágico que puede hacer que las cosas cobren vida”.
“¿De verdad?”, preguntó Yo, asombrado. “¿Puedes enseñarme cómo funciona?”. La Señora Mala asintió, emocionada de tener a alguien con quien compartir su magia. “Claro, pero primero, necesito que me ayudes con algo”, dijo.
Intrigado, Yo aceptó ayudarla. “¿Qué necesitas?”. La bruja lo llevó adentro de la cabaña, donde había un montón de ingredientes para pociones. “Necesito preparar una poción mágica para que el juguete funcione correctamente. Pero hay un problema: me falta un ingrediente muy especial, y tú me ayudarás a encontrarlo”.
“¿Qué ingrediente es?”, preguntó Yo, entusiasmado por la aventura. “Necesito un pelo de unicornio”, respondió la Señora Mala. “Son muy raros y se encuentran en el bosque encantado”.
“¡Vamos a buscarlo!”, exclamó Yo, sin dudarlo. La Señora Mala le entregó una pequeña bolsa y le dijo: “Aquí guarda todo lo que encuentres. Pero debes tener cuidado, ya que los unicornios son criaturas muy tímidas y asustadizas”.
Así que Yo y la Señora Mala se adentraron en el bosque. Mientras caminaban, vieron árboles gigantes y flores que parecían hablar. La bruja le mostró a Yo cómo reconocer las huellas de un unicornio. “Mira, aquí hay unas marcas en el suelo”, dijo, señalando el camino. “Vamos a seguirlas”.
Después de caminar un rato, llegaron a un claro donde el sol iluminaba todo con su luz dorada. En el centro del claro, había un hermoso unicornio blanco con un cuerno brillante. Era más hermoso de lo que Yo había imaginado. “¡Mira, ahí está!”, susurró la Señora Mala, señalando al unicornio.
Yo se sintió emocionado y un poco nervioso. “¿Cómo lo haremos para acercarnos?”, preguntó. La bruja sonrió y dijo: “Debemos ser pacientes y tranquilos. Los unicornios son amistosos si no les asustamos”.
Se acercaron lentamente, pero el unicornio se dio cuenta de su presencia y dio un paso atrás. “¡Espera!”, gritó Yo, levantando las manos para mostrar que no quería hacerle daño. “Solo queremos ayudarte”.
El unicornio los miró con curiosidad. Yo comenzó a hablarle suavemente. “Eres muy bonito. Solo necesitamos un pequeño pelo para una poción mágica”, dijo con voz suave. Para su sorpresa, el unicornio se acercó un poco más, como si hubiera entendido.
La Señora Mala sonrió y le dijo a Yo: “Veamos si se siente cómodo”. Con mucho cuidado, Yo extendió su mano hacia el unicornio. En ese momento, el unicornio inclinó su cabeza, dejando caer un hermoso pelo dorado. “¡Lo logramos!”, gritó emocionado.
La bruja recogió el pelo y lo guardó en la bolsa. “Ahora, volvamos a casa y preparemos la poción”, dijo, feliz. Mientras regresaban, Yo no podía dejar de pensar en lo mágico que era todo lo que había visto. “¿Crees que el unicornio vendrá a jugar con nosotros?”, preguntó.
La Señora Mala se rió. “Quizás, pero los unicornios son criaturas libres. Prefieren estar en la naturaleza”. Cuando llegaron a la cabaña, la bruja comenzó a mezclar los ingredientes. El aire se llenó de un olor dulce y fresco mientras la poción burbujeaba en la olla.
“Ahora, vamos a probarlo”, dijo la bruja, vertiendo un poco de la poción en el juguete. En ese momento, el juguete comenzó a brillar intensamente, y en un abrir y cerrar de ojos, cobró vida. “¡Mira esto!”, gritó Yo, asombrado.
El juguete, un pequeño robot, comenzó a moverse y a bailar. “¡Hola, amigos!”, dijo con una voz divertida. “Soy el Juguete Mágico y estoy aquí para jugar”. Yo y la Señora Mala se miraron, riendo de felicidad.
“¿Qué más puede hacer este juguete?”, preguntó Yo. “¡Puedo hacer muchas cosas! Puedo cantar, bailar y hasta contar chistes”, respondió el Juguete Mágico. “¡Hagamos una fiesta!”.
Así que, la bruja, Yo y el Juguete Mágico comenzaron a bailar y a contar chistes. La cabaña se llenó de risas y alegría. “¿Por qué los pájaros no usan Facebook?”, preguntó el Juguete. “Porque ya tienen Twitter”, respondió con un guiño.
Las risas llenaron la cabaña y, mientras la fiesta continuaba, la bruja se sintió más feliz que nunca. “Gracias, Yo, por ayudarme. Nunca pensé que encontraríamos el pelo de unicornio y hiciéramos un amigo tan especial”, dijo con gratitud.
El sol comenzó a ponerse, llenando el cielo de colores cálidos. “Es hora de regresar a casa”, dijo la bruja. “Pero podemos hacer otra fiesta pronto”. “¡Sí, por favor! Quiero volver a ver al unicornio y jugar con el Juguete Mágico”, exclamó Yo.
Esa noche, mientras caminaba a casa, Yo pensó en lo que había aprendido: la amistad, la magia y la importancia de cuidar de la naturaleza. Sabía que siempre recordaría esa aventura y que siempre habría magia en el mundo si lo mirabas con atención.
Desde ese día, la cabaña de la Señora Mala se convirtió en un lugar donde todos los niños del pueblo podían venir a jugar y aprender. La bruja, con su nuevo amigo, el Juguete Mágico, enseñaba a los niños sobre la magia y la naturaleza, y juntos hacían que cada día fuera una nueva aventura.
Y así, el pequeño pueblo se llenó de risas, magia y amistad, recordando siempre que los verdaderos tesoros de la vida son las experiencias y las conexiones que hacemos con los demás.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.