Cuentos Clásicos

El Sueño de Isabel

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo costero de España, vivía Isabel con su hijo Raúl. Isabel, una mujer de 60 años de espíritu joven y corazón aventurero, había dedicado su vida al cuidado de su familia, especialmente de Raúl, su único hijo. Raúl, ahora un hombre de 30 años, había heredado de su madre el amor por la naturaleza y una profunda bondad que iluminaba su camino.

Desde que era pequeño, Raúl escuchaba con fascinación las historias de su madre sobre lugares lejanos y sueños por cumplir. Isabel siempre había soñado con visitar París y Nueva York, ciudades que para ella representaban la aventura y el romance que tanto había admirado en los libros y películas. Sin embargo, su amor por el campo, el zoo, el mar, los barcos, y caminar por la arena era igualmente profundo. Pero por encima de todo, Isabel soñaba con tener una casa en primera línea de playa en Málaga, donde el mar pudiera ser el primer sonido de sus mañanas y el último susurro de sus noches.

Consciente de los sacrificios que su madre había hecho por él, Raúl se propuso cumplir el sueño de Isabel. Ahorró cada euro que pudo, trabajando incansablemente en diferentes empleos, con la visión clara de regalarle a su madre esa casa en Málaga. No fue fácil; los años pasaron, y cada vez que Raúl se sentía desfallecer, recordaba las sonrisas de Isabel, su optimismo inquebrantable, y encontraba nuevamente la fuerza para seguir adelante.

Finalmente, el día llegó. Raúl, con lágrimas en los ojos y un sobre en las manos, se sentó frente a Isabel en la pequeña cocina donde tantas veces habían compartido sueños y risas. «Madre», comenzó Raúl, su voz temblorosa por la emoción, «he trabajado por un sueño, nuestro sueño». Isabel lo miró, confundida, mientras Raúl le extendía el sobre.

Dentro, Isabel encontró las llaves de su nueva casa en Málaga, justo en primera línea de playa. La sorpresa, el asombro, y luego una alegría desbordante llenaron la habitación. Isabel lloró, rió, y abrazó a Raúl como nunca antes. «¿Cómo has hecho esto, mi vida?», preguntó entre lágrimas. Raúl simplemente respondió: «Tu amor me ha dado todo lo que necesitaba para hacerlo posible».

La mudanza a Málaga fue un renacer para Isabel. Cada mañana, al abrir los ojos, el mar la saludaba con su brisa salada y el sonido tranquilo de las olas. Paseaba por la arena, sintiendo cada grano como un regalo, y cada atardecer se convertía en un espectáculo de colores que pintaban el cielo solo para ella.

Pero Raúl tenía aún una sorpresa más. Un día, después de haberse asentado en su nuevo hogar, le dijo a Isabel: «Ahora, madre, es tiempo de la segunda parte de tu sueño». Isabel lo miró, intrigada. Raúl sonrió y sacó dos pasajes de avión. «Primero París, y luego Nueva York», anunció. Isabel, sin palabras, abrazó a su hijo, sabiendo que aquellos lugares que tanto había soñado visitar pronto serían una realidad.

El viaje fue mágico. París les regaló sus luces, su arte, su historia. Pasearon por Montmartre, se maravillaron con la majestuosidad de la Torre Eiffel y se perdieron en las obras del Louvre. En Nueva York, la energía de la ciudad los envolvió. Times Square, Central Park, y la Estatua de la Libertad fueron testigos de su aventura, una aventura de amor y gratitud entre madre e hijo.

Al volver a su casa en Málaga, Isabel y Raúl se sentaron frente al mar, contemplando el atardecer. En ese momento, Isabel supo que no necesitaba más. Tenía el mar, había cumplido su sueño de viajar, y lo más importante, tenía a Raúl, su mayor tesoro. Raúl, mirando a su madre, comprendió el verdadero significado de la felicidad. No estaba en los lugares lejanos ni en los sueños cumplidos, sino en compartir esos momentos con quien más amas.

La vida de Isabel y Raúl continuó, llena de pequeños momentos que tejían su historia. Isabel nunca dejó de agradecer cada día por ese regalo inesperado que la vida le había dado: un hijo que había hecho realidad sus sueños más preciados.

Y así, entre el susurro de las olas y el calor del sol, madre e hijo compartieron sus días, recordando siempre que los sueños, por muy lejanos que parezcan, pueden convertirse en realidad cuando el amor es el motor que los impulsa.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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