En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivían cuatro amigos inseparables: Dan, Raúl, Juan y Carla. Cada uno tenía una habilidad especial que los hacía únicos. Dan era un joven curioso y valiente, siempre dispuesto a descubrir cosas nuevas. Raúl era un inventor nato, capaz de crear cualquier aparato con piezas que encontraba por aquí y por allá. Juan, el más sabio del grupo, tenía un gran amor por los libros y poseía un conocimiento profundo sobre el universo. Carla, por su parte, era una gran observadora de la naturaleza y tenía un sentido extraordinario para encontrar soluciones prácticas en los momentos más difíciles.
Una tarde soleada, mientras los cuatro amigos se encontraban en el viejo mirador del pueblo, Juan miraba con atención el cielo a través de su telescopio casero. De repente, sus ojos se abrieron con asombro y preocupación. “¡Chicos, tienen que ver esto!”, exclamó, llamando a sus amigos. Dan, Raúl y Carla se acercaron rápidamente y miraron por el tubo del telescopio.
“¿Qué pasa, Juan?”, preguntó Carla, sin poder ver mucho desde su posición.
“Hay un meteorito gigante acercándose a la Tierra. Es enorme y va directo hacia nosotros”, explicó Juan con un tono serio.
Los cuatro se miraron, incapaces de creer lo que escuchaban. Un meteorito era algo realmente peligroso, y si golpeaba la Tierra, podría causar un desastre inimaginable.
“¿Pero cuánto tiempo tenemos?”, preguntó Dan, intentando mantener la calma.
“Según mis cálculos, sólo quedan cinco días para que impacte. Necesitamos hacer algo rápido”, contestó Juan.
Raúl, siempre pensando en soluciones, se acercó a su mochila donde llevaba algunas herramientas y comenzó a bosquejar ideas con lápiz y papel. “Podríamos construir algo que desvíe su trayectoria. Tal vez un cohete con propulsores potentes para empujarlo fuera de curso”, dijo con entusiasmo.
Carla frunció el ceño. “Pero necesitaríamos ayuda. No podemos hacerlo solos, y menos con tan poco tiempo”.
“Eso es cierto”, afirmó Juan. “Pero hay algo que todos olvidamos… el viejo laboratorio del profesor Molina. Está al final del pueblo y siempre decía que estaba trabajando en tecnologías que podrían ayudar a la humanidad en momentos críticos”.
Sin perder tiempo, los cuatro amigos corrieron hacia el laboratorio. Al llegar, empujaron la pesada puerta de hierro y entraron. El lugar estaba lleno de máquinas extrañas, planos y herramientas que parecían sacadas de una película de ciencia ficción.
En el centro del laboratorio encontraron una nota, cuidadosamente escrita por el profesor Molina: “Si están leyendo esto, es porque algo grave sucede. Encontrarán aquí la clave para salvar nuestro planeta. Usen la tecnología con responsabilidad y esperanza”.
Raúl revisó rápidamente los planos y encontró algo que llamó su atención: un diseño para un cohete especial llamado “Defensor Estelar”, capaz de transportar un dispositivo que podía emitir una potente onda electromagnética que desintegraría o desviaría objetos cercanos en el espacio. “Podría funcionar para desviar el meteorito”, dijo Raúl emocionado.
Pero el problema era que necesitaban un combustible especial que solo podía extraerse de un mineral raro ubicado en la cima de la Montaña del Relámpago, un lugar conocido por sus fuertes tormentas y caminos peligrosos.
Carla asintió y dijo decidida: “Entonces, tendré que ir a buscar ese mineral. Nadie conoce mejor esa montaña que yo, porque pasé muchas tardes explorándola con mi abuelo”.
Dan y Juan se ofrecieron para acompañarla, mientras Raúl se quedaría en el laboratorio para preparar el cohete y el dispositivo electromagnético. La aventura estaba a punto de comenzar.
El primer día subieron por senderos empinados y rocosos. Carla les enseñaba cuáles plantas podían usar para curar heridas o para mantenerse fuertes durante la caminata. Durante la noche, acamparon bajo un cielo estrellado y Juan les contaba historias sobre las constelaciones y los mitos antiguos relacionados con la Tierra y el universo.
Al principio, el viaje fue emocionante, pero poco a poco empezaron a enfrentar dificultades. El viento aumentaba, y una tormenta comenzó a formarse en la cima. “Tenemos que apresurarnos”, dijo Carla, mientras sus amigos luchaban contra el frío y la lluvia.
Justo cuando llegaron a la cueva donde se encontraba el mineral, un fuerte trueno resonó y un relámpago iluminó el lugar, creando destellos brillantes en las rocas. Raúl había descrito el mineral: una piedra azul luminosa llamada “Energita”. Era la clave para el combustible del cohete.
Mientras recogían la Energita, un desprendimiento de rocas bloqueó la salida de la cueva. Por un momento, todos se quedaron en silencio, sintiendo miedo. Pero Dan fue el primero en reaccionar. “¡Podemos usar mi cuerda y las herramientas que traje para hacer una escalera improvisada!”, sugirió. Trabajaron juntos, usando bastones, ramas y piedras para crear un camino seguro y salir de la cueva.
Cuando finalmente regresaron al laboratorio, agotados pero felices, encontraron a Raúl concentrado en la construcción del cohete. “¡Ya casi está listo!”, exclamó. “Solo falta instalar el motor y probar el dispositivo de onda electromagnética”.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.