Cuentos Clásicos

El Viaje Silencioso de Oliver a la Libertad de Bolivia

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo en las montañas de Bolivia, vivía un niño llamado Oliver. Era un niño curioso, siempre lleno de preguntas sobre el mundo que lo rodeaba. Pasaba sus días explorando los bosques cercanos, subiendo montañas, y soñando con aventureras que lo llevaran a lugares lejanos. Su espíritu libre y su imaginación eran tan amplios como el cielo que se extendía sobre su cabeza.

Un día, mientras caminaba por un sendero cubierto de flores silvestres, Oliver escuchó murmullos que provenían de un pequeño arroyo que serpenteaba entre las piedras. Al acercarse, vio que había dos criaturas sentadas en la orilla, charlando animadamente. Eran dos pequeños duendes, uno de cabello verde llamado Tilo y otro con alas brillantes llamado Lino. Oliver se quedó quieto, pues no sabía si acercarse o no.

—¿Tú también quieres escuchar los cuentos antiguos del bosque? —preguntó Tilo, dándose cuenta de que Oliver los observaba.

Oliver asintió con la cabeza, y a medida que se acercaba, se sentó en la hierba junto a ellos. Los duendes sonrieron y comenzaron a contar historias de hadas, de árboles que hablaban, y de animales que se convertían en personas. El tiempo pasaba y el sol comenzó a ocultarse detrás de las montañas. De repente, Tilo dejó de hablar y miró a Oliver con seriedad.

—Hay algo más que puedes descubrir en nuestro bosque, Oliver. Si te atreves a buscar la libertad, debes ir al gran árbol anciano en el centro del bosque. Allí es donde los sueños se entrelazan con la realidad —dijo Tilo.

Oliver, con el corazón palpitante de emoción, decidió que debía embarcarse en esa aventura. Se despidió de los duendes, prometiendo regresar con más historias, y comenzó su viaje hacia el gran árbol. Mientras caminaba, el silencio del bosque lo envolvió, y cada paso lo hacía sentir más cerca de su destino.

Después de un tiempo, llegó a un claro donde se erguía un árbol enorme, sus ramas se extendían como brazos que abrazaban el cielo. La corteza era tan gruesa que Oliver no podía abrazarlo por completo, y sus hojas susurraban secretos al viento. Oliver se acercó y colocando su mano en el tronco, sintió una vibración suave, casi como un latido.

—Oh gran árbol, venimos a buscar la libertad —dijo Oliver en voz alta, recordando las palabras de Tilo.

Al instante, una figura apareció ante él. Era una anciana de larga cabellera blanca y ojos que reflejaban el brillo de las estrellas. Sin embargo, tenía un aire poderoso, como si toda la sabiduría del bosque residiera en ella.

—Soy la Guardiana de los Sueños, Oliver. He estado esperando que alguien de corazón puro viniera a buscar la libertad —dijo la anciana con una voz melodiosa.

—Quiero ver el mundo más allá de este bosque —respondió Oliver, su voz temblaba de emoción—. Quiero aprender y conocer cosas nuevas.

La guardiana asintió y levantó su mano. De pronto, el aire comenzó a brillar y a girar alrededor de Oliver. Cuando la luz se disipó, se encontró en un lugar completamente diferente. Era un campo vasto de flores de colores brillantes, y en el horizonte se alzaban montañas majestuosas. Una mariposa de conformidad árabe se acercó a él, revoloteando alrededor de su cabeza antes de posarse sobre su hombro.

—Hola, mi nombre es Tala, y soy la mariposa de la libertad. Te guiaré en tu viaje por este nuevo mundo —dijo la mariposa, a lo que Oliver no podía creer que esa criatura pudiera hablar.

—¿A dónde iremos? —preguntó él.

—A un lugar donde descubrirás los secretos del universo —respondió Tala con entusiasmo. Oliver sonrió, con la emoción chispeando en sus ojos.

Tala llevó a Oliver a través de campos y valles, mostrándole animales que nunca había visto y plantas que parecían brillar con luz propia. En el camino, conoció a otros seres mágicos: a Rumi, un joven ser de luz que podía comunicarse con las estrellas, y a Paloma, un ave de gran sabiduría que vivía en lo alto de una montaña. Cada uno lo enseñaba algo nuevo sobre el mundo, y con cada lección, el corazón de Oliver se llenaba de alegría y libertad.

—Recuerda siempre, Oliver —le decía Rumi mientras miraban las estrellas juntos—, la libertad no es solo el espacio alrededor de ti, sino también la forma en que te liberas de tus miedos y dudas.

Oliver asintió, comprendiendo cada palabra. Aprendió que para ser verdaderamente libre, debía ser valiente y abrir su corazón a nuevas experiencias.

Después de varias jornadas llenas de descubrimientos, una mañana, Tala le dijo que había llegado el momento de regresar. Sin embargo, Oliver sentía que aún no estaba listo para despedirse de esta nueva vida y de sus amigos.

—Pero, ¿por qué debo regresar? ¡He aprendido tanto! —exclamó Oliver con tristeza.

—Porque la verdadera aventura comienza cuando vuelves y aplicas lo que has aprendido —contestó Tala—. Las aventuras no siempre tienen que ser físicas. Puedes llevar la libertad en tu corazón y compartirla con los demás.

Oliver reflexionó sobre esto y se dio cuenta de que tenía razón. El viaje que había emprendido no solo había sido físico, sino también emocional. Era el momento de llevar esa libertad y conocimiento a su hogar.

Así que, con el corazón lleno de gratitud, se despidió de sus amigos. Rumi, Tala y Paloma le prometieron que siempre estarían con él, aunque estuvieran lejos.

Al regresar al gran árbol anciano, Oliver vio de nuevo a la Guardiana de los Sueños. Ella sonrió al verlo y le dijo:

—Has aprendido bien, Oliver. Recuerda, la libertad es un camino, no un destino.

Con esas palabras resonando en su mente, Oliver se encontró de vuelta en el bosque. Las flores silvestres, el arroyo y el canto de los pájaros lo saludaban como un viejo amigo. Corrió hacia casa, ansioso por contarle a su familia sobre sus aventuras. Cuando llegó, vio a su madre en el jardín, regando las plantas.

—¡Mamá! ¡He tenido la mejor aventura de mi vida! —gritó Oliver, lleno de emoción.

Su madre lo miró con asombro y lo abrazó fuerte. Oliver le contó todo acerca de los duendes, la Guardiana de los Sueños, y sus amigos mágicos. Ella lo escuchó atentamente, sus ojos brillando de felicidad y orgullo.

Desde ese día, Oliver no solo jugaba en el bosque. Compartía las historias aprendidas con sus amigos, contándoles sobre la libertad, sobre ser valiente y sobre cómo abrir el corazón a nuevas experiencias. Su vida se llenó de alegría y entusiasmo, y su casa resonaba con las risas de sus amigos y las narraciones de sus aventuras.

Con el tiempo, Oliver creció y se convirtió en un joven sabio. Nunca olvidó lo que había aprendido en su viaje. Se convirtió en un líder entre los jóvenes de su pueblo, enseñándoles sobre la libertad y el poder de los sueños.

Cada vez que miraba al cielo estrellado por la noche, Oliver sonreía, sabiendo que quizás sus amigos Rumi, Tala y Paloma lo observaban desde las estrellas, recordando las aventuras que habían compartido.

Y así, la historia de Oliver no terminaba solo en un viaje mágico, sino que se extendía en el corazón de todos los que escuchaban sus relatos, guiando a otros hacia sus propias aventuras de descubrimiento y libertad.

Las montañas de Bolivia, los bosques y los secretos del universo eran parte de él, y cada nuevo día era una aventura esperando ser vivida. Con su espíritu aventurero y su gran corazón, Oliver había encontrado su lugar en el mundo, y sabía que la verdadera libertad empezaba dentro de uno mismo.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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