Cuentos Clásicos

Gustavo, Magdalena y la Primavera

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez dos amigos muy especiales llamados Gustavo y Magdalena. Vivían en un pequeño pueblo rodeado de montañas y prados llenos de flores. Gustavo era un niño muy curioso y le encantaba correr por el campo, mientras que Magdalena siempre llevaba una gran sonrisa y disfrutaba de cada día soleado. Junto a ellos siempre estaba Matilde, una pequeña conejita blanca que saltaba alegremente a su lado.

Un día, el sol brillaba más fuerte que nunca, y la primavera había llegado por completo. Las flores de colores llenaban los campos, y el cielo estaba tan azul que parecía un mar sin fin. Gustavo y Magdalena decidieron que ese era el día perfecto para salir a explorar.

—¡Vamos al prado de las flores! —dijo Gustavo emocionado, mientras daba pequeños saltos.

—¡Sí! ¡Vamos a ver cuántas mariposas encontramos! —respondió Magdalena, con una sonrisa de oreja a oreja.

Matilde, la conejita, no se quedó atrás y corrió a su lado, brincando entre las flores. Los tres amigos caminaron por el sendero hasta llegar a un campo lleno de flores. Había flores amarillas, rojas, moradas y blancas, todas bailando suavemente con el viento. Las mariposas revoloteaban por todas partes, y el aire olía dulce, como si las flores les estuvieran contando un secreto.

—¡Mira cuántas mariposas, Gustavo! —dijo Magdalena, señalando a un grupo de mariposas que volaban de flor en flor.

—Son tantas que no sé cuál seguir —respondió Gustavo, corriendo detrás de una mariposa de alas azules.

Matilde, la conejita, seguía a Gustavo, saltando de un lado a otro, mientras sus largas orejas se movían con el viento. Era un día perfecto, lleno de sol y risas.

Los tres amigos decidieron recoger flores para hacer coronas. Gustavo y Magdalena se sentaron en la hierba, rodeados de flores, mientras Matilde olía cada una, como si estuviera eligiendo la más bonita.

—Voy a hacer una corona grande para Matilde —dijo Magdalena, entrelazando flores de colores.

—Y yo haré una para ti, Magdalena —dijo Gustavo, concentrado en elegir las flores más bonitas.

Pronto, los tres amigos llevaban puestas sus coronas de flores. Matilde, con su corona pequeña, saltaba felizmente entre las flores. Gustavo y Magdalena se sentaron bajo un árbol grande y frondoso, disfrutando de la sombra fresca después de tanto correr.

—Me encanta la primavera —dijo Gustavo, mientras miraba cómo las mariposas seguían volando alrededor de ellos.

—Es mi estación favorita —respondió Magdalena—. Todo está tan lleno de vida y color.

El sol brillaba en lo alto, y los rayos cálidos acariciaban sus rostros. Los tres amigos se quedaron ahí, disfrutando del momento, escuchando el suave zumbido de las abejas y el canto de los pájaros que volaban cerca. Cada rincón del prado parecía lleno de magia, como si la naturaleza les estuviera mostrando sus secretos más hermosos.

Después de descansar un poco, decidieron seguir explorando. Caminaron hasta un pequeño arroyo que corría entre las piedras. El agua era tan clara que podían ver los pececitos nadando entre las rocas. Gustavo metió los pies en el agua y exclamó:

—¡Está fresquita!

Magdalena hizo lo mismo y rió al sentir el agua fría en sus pies.

—¡Es perfecta para refrescarse! —dijo ella, chapoteando suavemente.

Matilde, curiosa, se acercó al borde del arroyo, pero no se atrevió a meter las patitas en el agua. En lugar de eso, saltó a la sombra de un arbusto y se tumbó para descansar.

El día continuó lleno de aventuras. Gustavo, Magdalena y Matilde siguieron explorando el prado, recogiendo flores y persiguiendo mariposas. A medida que el sol empezaba a bajar en el horizonte, el cielo se llenó de colores anaranjados y rosados. Sabían que era hora de volver a casa, pero no querían que ese día tan especial terminara.

—Hoy ha sido el mejor día de todos —dijo Gustavo, mientras caminaban de vuelta.

—Sí, me encanta pasar tiempo con ustedes —respondió Magdalena, abrazando a Matilde, que saltaba a su lado.

El sol se ocultó lentamente, dejando un suave resplandor en el cielo. Los tres amigos llegaron a casa cansados, pero muy felices. Sabían que la primavera traería más días como ese, llenos de aventuras y momentos inolvidables.

Y así, cada año, cuando la primavera llegaba, Gustavo, Magdalena y Matilde salían al prado para disfrutar del sol, las flores y la compañía de sus mejores amigos. Porque en cada rincón del prado, siempre había algo nuevo que descubrir y un motivo más para sonreír.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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