En un pequeño pueblo llamado Alpujarra, vivían dos hermanos llamados Hansel y Gretel. Sus padres trabajaban muy duro todos los días para cubrir los gastos de la casa, pero últimamente no les alcanzaba el dinero, por más que lo intentaran. Una noche, agotados y preocupados, los padres de Hansel y Gretel hablaban en voz baja sobre la difícil situación que atravesaban.
—No sé cómo vamos a hacer, —decía la madre—. Por más que trabajemos, no logramos ganar lo suficiente para cubrir todo.
Hansel y Gretel, que escuchaban desde su habitación, decidieron hacer algo al respecto. Querían ayudar a sus padres y aliviarles un poco la carga. Hansel, siempre el más decidido, le susurró a su hermana:
—Gretel, tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos sin hacer nada.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Gretel, preocupada.
—Mañana, cuando mamá y papá salgan a trabajar, iremos al bosque a buscar trabajo. Quizás podamos ganar algo de dinero para ayudarles.
Gretel, aunque algo asustada, asintió. Sabían que el bosque era un lugar peligroso, pero estaban dispuestos a arriesgarse por sus padres.
A la mañana siguiente, cuando sus padres se fueron al trabajo, Hansel y Gretel se prepararon para su aventura. Antes de salir de casa, recordaron las advertencias de sus padres sobre el bosque. Se decía que en ese bosque habitaba un extraño ser, el Cura Sin Cabeza, que deambulaba por allí como castigo por los pecados que había cometido. Pero Hansel, decidido, pensaba que eran solo leyendas para asustar a los niños.
Los dos hermanos caminaron hacia el bosque. A medida que se adentraban, los árboles se volvían más altos y las sombras más largas. El aire era más frío y el silencio solo era interrumpido por el crujido de las hojas bajo sus pies. Gretel comenzaba a sentir miedo, pero Hansel la tranquilizaba diciéndole que pronto encontrarían una solución.
Después de un largo rato caminando, comenzaron a sentir hambre y cansancio. Pero justo cuando pensaban que tendrían que regresar, vieron algo increíble: una casa hecha completamente de chocolate. Las paredes eran de chocolate oscuro, el tejado de galletas y las ventanas parecían estar decoradas con caramelos.
—¡Mira, Gretel! —exclamó Hansel, con los ojos muy abiertos—. ¡Es una casa de chocolate!
Ambos niños corrieron hacia la casa, sin pensarlo dos veces. Apenas se acercaron, una mujer de buen aspecto salió de la casa y los miró con una sonrisa amable.
—¿Qué hacen ustedes por aquí? —preguntó la mujer—. ¿Acaso están perdidos?
—¡No estamos perdidos! —respondió Hansel—. Estamos buscando trabajo para ayudar a nuestros padres.
La mujer los miró con una expresión pensativa y luego sonrió.
—Bueno, parece que han llegado al lugar correcto. Puedo darles trabajo aquí. Pueden ayudarme en la casa, y a cambio, les daré dinero para que puedan llevarlo a sus padres.
Hansel y Gretel no lo pensaron mucho. Estaban tan cansados y hambrientos que aceptaron el trato de inmediato. La mujer les ofreció comida deliciosa y una cama suave donde descansar. Parecía que todo iba a estar bien.
Sin embargo, con el paso de los días, los niños empezaron a notar algo extraño. La amable mujer no los dejaba salir de la casa, ni siquiera para ir a ver a sus padres. Siempre encontraba alguna excusa para mantenerlos ocupados.
—Todavía no es seguro que se vayan —decía—. El bosque es peligroso, y no quiero que les pase nada.
Las semanas pasaron y luego un mes, pero los niños seguían atrapados en la casa de chocolate. Un día, mientras Gretel limpiaba una de las habitaciones, escuchó un sonido extraño proveniente del sótano. Con mucho cuidado, se acercó a la puerta y escuchó lo que parecían ser voces susurrantes. Decidió contarle a Hansel lo que había oído.
—Hansel, algo raro está pasando aquí. Creo que la mujer nos está ocultando algo.
Hansel, siempre valiente, decidió investigar. Esa noche, cuando la mujer dormía, los dos hermanos bajaron al sótano. Allí descubrieron algo espeluznante: en las sombras del sótano, estaba el Cura Sin Cabeza, atrapado en una jaula.
—¡No puedo creerlo! —exclamó Hansel en voz baja—. ¡La leyenda es real!
El Cura Sin Cabeza los miró con sus ojos brillantes desde la oscuridad y les habló con una voz profunda:
—Ayúdenme a escapar, y yo los ayudaré a salir de aquí.
Hansel y Gretel se miraron, dudando por un momento, pero sabían que no tenían otra opción. Encontraron la llave de la jaula y liberaron al Cura Sin Cabeza, que inmediatamente los guió fuera del sótano.
—¡Debemos salir de aquí antes de que la bruja se despierte! —les dijo.
—¿Bruja? —preguntó Gretel, sorprendida.
—Sí, la mujer que los atrapó no es más que una bruja disfrazada. Se alimenta de la energía de los niños para mantenerse joven.
Con el corazón latiendo rápido, los niños siguieron al Cura Sin Cabeza a través del bosque. A medida que avanzaban, el aire se volvía más ligero y las sombras menos amenazantes. Finalmente, después de lo que parecieron horas, llegaron al borde del bosque.
—Están a salvo ahora —dijo el Cura Sin Cabeza antes de desaparecer en la niebla.
Hansel y Gretel corrieron de regreso a casa, donde sus padres los recibieron con lágrimas de alivio. A partir de ese día, prometieron nunca más volver a adentrarse en el bosque sin permiso, y aunque las dificultades económicas continuaron, la familia aprendió a apoyarse mutuamente en todo momento.
Y así, Hansel y Gretel comprendieron que el amor de su familia era más fuerte que cualquier peligro que pudieran enfrentar en el bosque encantado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.