En un pequeño pueblo rodeado de verdes colinas y ríos cristalinos, se encontraba una escuela llamada «San José». En esta escuela asistían tres niños muy especiales: Carlos, José y Mauricio. A pesar de sus diferencias, ellos compartían un vínculo que era más fuerte que cualquier adversidad que pudieran enfrentar.
Carlos era un niño tímido y reservado. Tenía el cabello castaño y siempre llevaba unas gafas grandes que, a menudo, se deslizaban por su nariz. A pesar de su naturaleza tranquila, Carlos poseía una inteligencia extraordinaria y una imaginación sin límites. Amaba leer libros de aventuras y soñaba con ser un gran inventor algún día.
José, por otro lado, era valiente y decidido. Tenía el cabello negro y corto, y siempre se le veía con una expresión de determinación en su rostro. José era conocido por su habilidad para resolver problemas y su disposición para ayudar a los demás. Le encantaba jugar al fútbol y soñaba con ser un gran deportista.
Mauricio era el más amable de los tres. Tenía el cabello rubio y rizado, y siempre llevaba una sonrisa en su rostro. Era el mediador del grupo, siempre buscando la manera de mantener la paz y la armonía entre sus amigos. Mauricio amaba la música y soñaba con ser un gran pianista.
A pesar de sus cualidades, Carlos no siempre lo pasaba bien en la escuela. Había un grupo de niños que disfrutaba haciéndole burla por sus gafas y su naturaleza tímida. Estos niños, liderados por un chico llamado Andrés, encontraban divertido ridiculizar a Carlos cada vez que podían.
—¡Miren a Carlitos, el cuatro ojos! —gritaba Andrés mientras sus amigos reían.
Carlos, aunque trataba de ignorarlos, no podía evitar sentirse herido por las burlas. En esos momentos, José y Mauricio siempre estaban a su lado para defenderlo y apoyarlo.
—¡Déjenlo en paz, Andrés! —decía José con firmeza—. Carlos es más inteligente que todos ustedes juntos.
Mauricio, con su tono calmado, añadía:
—Burlarse de los demás no te hace mejor, Andrés. Deberías intentar ser más amable.
A pesar de sus esfuerzos, las burlas continuaban. Un día, después de una clase particularmente difícil, Carlos estaba sentado solo en el patio de la escuela. Se sentía triste y abatido. José y Mauricio lo encontraron allí y se sentaron a su lado.
—No dejes que Andrés te haga sentir mal, Carlos —dijo José—. Eres una persona increíble y no necesitas cambiar por nadie.
—Así es —agregó Mauricio—. Nosotros somos tus amigos y siempre estaremos aquí para ti.
Las palabras de sus amigos le dieron a Carlos un poco de consuelo. Sabía que no estaba solo y que siempre podía contar con José y Mauricio.
Un día, mientras caminaban hacia la escuela, vieron a Andrés y su grupo de amigos molestando a un gatito que estaba atrapado en un árbol. Sin pensarlo dos veces, José corrió hacia ellos.
—¡Dejen en paz a ese gatito! —gritó.
Andrés se rió.
—¿Y quién va a detenerme? ¿Tú?
José no se dejó intimidar.
—Sí, yo. Y si tienes algún problema, también tendrás que enfrentarte a nosotros tres.
Mauricio, siempre el pacificador, intervino.
—Andrés, ese gatito no te ha hecho nada. ¿Por qué no lo dejamos en paz y buscamos algo más divertido que hacer?
Carlos, inspirado por la valentía de sus amigos, se acercó también.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Bosque de la Esperanza
Un Lugar para Laura
Elian Descubre el Mundo de la Escuela con Sonrisas y Aventuras
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.