Cuentos Clásicos

La casa de los pequeños demonios

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Mathias y Fabio Valentino eran dos hermanos que vivían en una casa muy alegre y llena de sorpresas. Tenían cuatro y cinco años, y juntos formaban un equipo travieso que siempre estaba inventando juegos y haciendo pequeñas travesuras que hacían reír a toda la familia, aunque a veces también la un poquito de nervios.

Una mañana, cuando el sol apenas asomaba por la ventana, Mathias y Fabio despertaron con una idea divertida. Decidieron que ese día convertirían la casa en un lugar mágico, lleno de aventuras y misterios, como en los cuentos que les leían antes de dormir. Se pusieron sus ropas favoritas y, apenas bajaron las escaleras, empezaron a tramar su plan.

Primero, Fabio Valentino tomó un rollo de papel higiénico y empezó a transformar el pasillo en un camino blanco y suave, como si fueran nubes donde podían caminar sin tocar el suelo. Mathias, por su parte, cogió todas las almohadas de la sala y las apiló en un lugar secreto, pensando que serían el castillo desde donde defenderían su reino.

Los dos hermanos comenzaron a correr por la casa como dos pequeños exploradores. Subieron a las sillas, saltaron sobre las mesas (aunque sabían que no debían hacerlo, la emoción era demasiado grande), y escondieron sus juguetes en lugares inesperados para descubrirlos después, como si fueran tesoros perdidos. Fabio Valentino encontró un sombrero divertido y se lo puso, fingiendo que era un mago que lanzaba hechizos para hacer reír a su hermano.

Mientras tanto, Mathias buscaba a su osito de peluche favorito para que fuera su fiel compañero de aventuras. Lo abrazó fuerte y le dijo en voz baja: “¡Hoy seremos los reyes de esta casa mágica!” El oso, aunque no podía hablar, parecía sonreír con sus ojos negros y brillantes.

En la cocina, la mamá estaba preparando el desayuno y sonreía al ver a sus hijos tan contentos, aunque se preocupaba un poco porque sabía que en cualquier momento podrían hacer una travesura. Pero los niños eran muy juguetones y sabían cómo transformar cada rincón de la casa en un espacio lleno de imaginación y risas.

De repente, Fabio Valentino tuvo una idea fantástica: “¡Vamos a hacer carreras hasta la puerta sin tocar el suelo!” Mathias le respondió con una sonrisa traviesa: “¡Sí, y los que toquen el suelo pierden y tienen que hacer una mueca graciosa!” Así comenzaron las competencias, saltando de cojín en cojín, esquivando los muebles como si fueran ríos incómodos y, a veces, con un poco de ayuda para no caer.

En uno de esos saltos, Mathias perdió el equilibrio y cayó sobre una montaña de almohadas que había preparado antes. Se rió tanto que Fabio Valentino también empezó a reír sin poder parar. Padres escucharon las risas y decidieron unirse a la diversión, creando nuevos juegos y retos para los pequeños aventureros.

Pero claro, no todo podía ser solo juego. En medio de tantas travesuras, los hermanos se dieron cuenta de que habían dejado migas de pan en el suelo, algunas manchas de jugo en la mesa, y una ligera torre de juguetes tirados por toda la habitación. “¡Oh, oh!” dijo Fabio Valentino, “parece que nuestro castillo mágico necesita un poco de orden para que no se caiga.” Mathias asintió y juntos empezaron a recoger, a ordenar sus juguetes, y a limpiar con pequeños trapos sus propias manchas, porque aunque les encantaba jugar, también sabían que era importante cuidar su casa.

Después, se sentaron en el suelo convergiendo bajo una manta, haciendo un pequeño refugio secreto donde contaron historias inventadas, cuentos de dragones que los cuidaban y hadas que les regalaban colores mágicos para pintar el mundo a su alrededor. Se imaginaron un bosque encantado que crecía en el jardín, con flores que brillaban por la noche y mariposas que contaban secretos al viento.

La tarde llegó rápida, y con ella, la visita de la abuela, quien siempre traía dulces y arreglaba el cabello de Mathias y Fabio Valentino con suaves caricias. Los niños corrieron hacia ella, felices y con los ojos brillantes de emoción. Le contaron todas sus travesuras, desde el castillo de almohadas hasta la carrera de saltos sin tocar el suelo. La abuela se rió, y con voz dulce les dijo: “Ustedes dos son unos pequeños demonios de alegría, ¿verdad? Pero siempre recuerden que después de jugar, hay que cuidar nuestra casita para que siga siendo el mejor lugar para vivir.”

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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