En una casita rodeada de altos árboles y un jardín lleno de susurros de viento, vivía un niño llamado Daniel. Con ojos como almendras y un corazón de cristal, Daniel temía a la noche y sus sombras danzantes.
Cuando el sol se escondía detrás de los montes y el cielo se vestía de oscuro, Daniel se aferraba a su osito de peluche, sintiendo que el miedo tejía una red alrededor de su pequeña cama. Mamá, con voz suave y dulce como la miel, acudía a su lado y le acariciaba el pelo, susurrándole al oído.
No temáis, Daniel. Cada noche, un ángel guardián viene a velar tus sueños —le decía con una sonrisa que destellaba como estrella en el cielo nocturno.
Daniel, con los ojos abiertos como dos lunas llenas, preguntaba con voz temblorosa:
Mamá, ¿puedo ver a mi ángel guardián?
Mamá, tomando las manitas de Daniel entre las suyas, respondía:
Los ángeles son como el viento, no los podemos ver, pero podemos sentirlos y sabemos que están ahí porque nos llenan de paz.
Así, cada noche, antes de que Daniel cerrara sus ojos, mamá le enseñó a juntar sus manitas y rezar con devoción, para hablar con su ángel guardián. Con cada palabra, con cada suspiro, Daniel sentía cómo el miedo se deshacía y cómo una luz cálida y serena llenaba su habitación.
Ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día —rezaba Daniel, sintiendo una brisa suave que parecía abrazarlo y susurrarle: «Estoy aquí».
Y entonces, aunque sus ojos no veían, su corazón percibía al ángel guardián, con sus alas de nácar y su rostro de bondad infinita, que, sin decir palabra, le aseguraba que no había nada que temer.
Con el pasar de las noches, Daniel ya no temía a la oscuridad. Su ángel guardián era su faro en la noche, y sus oraciones, el puente que los unía. El miedo se convirtió en una sombra del pasado, y Daniel supo que, estuviera donde estuviera, nunca estaría solo.
Conclusión:
Daniel creció sabiendo que cada noche, su ángel guardián estaría a su lado, envolviéndolo en un manto de estrellas protector. Con cada oración, reforzaba ese vínculo mágico y se llenaba de valor y amor.
Mamá, ya no temo a la noche, porque mi ángel guardián está conmigo —decía Daniel, con una sonrisa que iluminaba la casa, incluso en la más profunda oscuridad.
Y así, en la pequeña casita rodeada de árboles, la luz de un pequeño corazón valiente brillaba más fuerte que el sol, guiado por el amor de una madre y la protección de un ángel.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El viaje de Nora
Carlos y la Aventura en la Jungla
La Gran Aventura de Tesla y Marconi: El Nacimiento de la Radio
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.