Kanaq era un niño tehuelche que vivía en la hermosa Patagonia, un lugar lleno de montañas, ríos y vientos que soplaban suaves como caricias. Un día soleado, mientras el cielo pintaba nubes blancas como algodón, Kanaq decidió aventurarse junto a sus amigos para explorar un lugar muy especial: la famosa Cueva de las Manos.
Kanaq no estaba solo. A su lado caminaban Kusi, el guanaco de ojos azules que saltaba ligero y feliz, con su pelaje suave de color tierra; Pillán, el cóndor con plumas de colores tan brillantes que parecía un arcoíris en el cielo; Waira, el puma con manchas blancas y negras, sigiloso pero amigable, que daba pasos suaves sobre las piedras; y Ñuke, la niña mapuche con trenzas oscuras que bailaban al viento cuando corría y reía con sus amigos.
—¿Listos para nuestra aventura? —preguntó Kanaq con una sonrisa que iluminaba su rostro.
Todos respondieron con un alegre «¡Sí!», y juntos comenzaron a caminar hacia la cueva antigua, un lugar lleno de misterio y magia. Mientras avanzaban, comentaban sobre las maravillas que descubrirían y lo importante que era estar juntos.
La entrada de la cueva era grande y estaba rodeada por árboles que parecían guardianes silentes. Adentro, la luz del sol se volvía tenue, y el aire fresco olía a tierra y a historias de tiempos lejanos. Al principio, parecía oscura, pero poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando, y entonces apareció ante ellos un espectáculo increíble: las paredes estaban pintadas con cientos de manos, cada una distinta, muchas de colores como rojos, negros, blancos y ocres, y de tamaños pequeños y grandes.
—¡Mira! ¡Manos de diferentes colores y tamaños! —exclamó Kanaq con los ojos abiertos sorprendidos.
Kusi se acercó y dijo con orgullo:
—Las manos pintadas me recuerdan a mi familia, que vive en la montaña. Ellos tienen la piel morena y fuerte, como el sol que calienta nuestros días.
Pillán agitó sus grandes alas de colores y añadió:
—Mi familia vuela alto por el cielo, y cada pluma es de un color diferente. ¡Así como estas manos que parecen pintar el aire con historias!
Waira se sentó junto a una de las pinturas y afirmó con voz tranquila:
—Mi familia corre por los bosques y montañas. Somos fuertes y nuestros ojos brillan para ver en la noche. Estas manos me recuerdan a todos nosotros, únicos pero juntos.
Ñuke sonrió mientras tomaba la mano de Kanaq y dijo:
—Mi familia es sabia. Siempre me cuenta cuentos y leyendas que hablan de estas manos. Cada una es una historia y un amigo.
Kanaq miró a todos, sintió que sus corazones latían fuerte y dijo con voz dulce y clara:
—Hace mucho tiempo, mis antepasados pintaron estas manos para mostrar al mundo que todos somos diferentes y valiosos. Cada mano es única, como nosotros. Estas manos nos hablan de amistad, respeto y amor.
Los amigos siguieron observando las paredes que parecían contar secretos con sus colores y formas. De pronto, Kanaq tuvo una idea brillante y dijo emocionado:
—¿Y si nosotros también dejamos la huella de nuestras manos aquí? Así contaremos nuestra historia y también celebraremos nuestra amistad.
Todos estuvieron de acuerdo y salieron afuera en silencio para preparar pinturas hechas con tierra, flores y colores que Kanaq conocía bien. Kusi ayudó a limpiar un espacio en una parte de la cueva para que las manos quedaran bien visibles. Pillán extendió sus alas para secar el lugar con el suave viento que traía. Waira se encargó de buscar piedras planas donde apoyar los colores, y Ñuke ayudó a mezclar las pinturas con sus manos pequeñas y hábiles.
Finalmente, todos pusieron sus manos en la pared y dejaron su marca: la mano de Kanaq fue la primera, seguida por las patas suaves de Kusi, las grandes alas de Pillán, las garras cuidadosas de Waira y las manos juguetonas de Ñuke. Cada uno imprimió una huella que era especial y diferente.
Después, se sentaron juntos a contemplar su obra. Esa pared ahora contaba otra historia: la historia de una amistad única, donde cada uno era amado por ser tal como era.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.