Había una vez, en un reino lejano poblado por altas montañas y verdes valles, un pequeño pueblo llamado Sonrisas. En este lugar vivía un encantador pajarito llamado Penacho. Este pajarito era especial porque, además de tener un plumaje de colores brillantes, siempre llevaba en su cabeza un pequeño penacho que parecía hecho de estrellas. Penacho era el mejor amigo de dos curiosos personajes: un anciano sabio llamado Rostro y una alegre niña llamada Montañas.
Rostro era un anciano de largas barbas blancas, llena de historias que contar. Su rostro, surcado por muchas arrugas, sonreía siempre y sus ojos brillaban con la sabiduría de los años. Cada tarde, se sentaba en su pequeño banco de madera bajo un gran árbol frondoso que parecía abrazar al cielo. Allí, contaba historias a los niños del pueblo y les enseñaba lecciones importantes sobre la vida.
Montañas, por su parte, era una niña llena de energía y curiosidad. Le encantaba explorar, saltar y correr por los verdes prados. Siempre se preguntaba cómo era el mundo más allá de su pequeño pueblo. Sus padres la llamaban Montañas porque, desde que era muy pequeña, disfrutaba con cada colina y cada duna de arena como si fueran montañas enormes. Junto a Penacho y Rostro, Montañas tenía la certeza de que un día viviría aventuras increíbles.
Un día, mientras Rostro contaba a los niños una de sus historias sobre dragones y princesas, Penacho voló excitablemente haciendo piruetas en el aire. Montañas lo miró fascinada y pensó que sería maravilloso ir en busca de una aventura. Con una sonrisa traviesa en su rostro, se acercó al anciano.
—Rostro, ¿podemos ir a explorar más allá de las montañas? ¡Quiero descubrir qué hay en el mundo! —dijo liviana como un soplo de viento.
Rostro frunció el ceño, pero luego sonrió con dulzura. Sabía que la curiosidad de Montañas era algo hermoso.
—Mi querida niña —respondió—, explorar el mundo es una gran aventura, pero siempre debemos tener un mapa y estar preparados. Este es un viaje que debe hacerse con cuidado.
Justo en ese momento, Penacho, que estaba escuchando, sintió que la emoción lo invadía y soltó un canto melodioso que resonó por todo el campo.
—¡Sí, sí! ¡Vamos a explorar! ¡Yo guiaré! —exclamó.
Montañas alzó los brazos y dio saltos de alegría. Sin perder tiempo, comenzó a recolectar cosas útiles: una pequeña mochila, algo de comida, una linterna, y claro, su cuaderno de dibujos. Rostro, divertido por la energía de su amiga y el entusiasmo de Penacho, decidió que lo mejor sería acompañarlas en su aventura.
Cuando llegaron a la base de las montañas, el sol brillaba como un gran faro en el cielo y todo parecía invitarlas a seguir adelante. Con el corazón palpitante, las tres perfectas amigas comenzaron a escalar. Cada paso que daban les traía nuevos descubrimientos y alegres descubrimientos: árboles con flores de colores, pequeños animales que jugaban entre las hojas y hasta un arroyo de agua cristalina que corría cantando bajito.
Tras un largo rato de exploración, llegaron a la cima de la montaña más alta. Desde allí, podían ver todo el pueblo Sonrisas, pero más allá del horizonte, se extendía un vasto mundo lleno de misterios. Fue entonces cuando observaron algo peculiar en la distancia: una gran figura que se movía entre los árboles.
—¿Qué será eso? —preguntó Montañas, su voz llena de asombro.
—No lo sé, pero debemos averiguarlo —dijo Penacho, agitando su pequeño penacho.
Rostro, con su voz profunda y calmada, sugirió —Tal vez sea un buen momento para usar nuestros sentidos. Estemos atentos y exploremos juntos.
Con mucha cautela, comenzaron a descender la montaña. Al acercarse más, vieron que era un enorme oso pardo que parecía estar atrapado entre unas ramas gruesas.
—Pobrecito, necesita ayuda —dijo Montañas, preocupada.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.