En un pueblo escondido entre las verdes colinas de Oaxaca, donde el tiempo parecía detenerse y la vida fluía al ritmo tranquilo de la naturaleza, vivían Jaime y Elizabeth junto a sus abuelos, Flavia y Francisco. Este era un lugar de sencillez y tradiciones, un rincón del mundo donde cada día era una aventura sutil, tejida de momentos pequeños pero significativos.
La vida en el pueblo
El pueblo era un mosaico de parcelas verdes, árboles de mango que se mecían suavemente con el viento, y un río que cantaba al pasar. No había electricidad; por las noches, los quinques de petróleo despedían una luz cálida que danzaba en las paredes de las casas de adobe, y el agua se acarreaba desde un pozo cercano, un ritual diario que conectaba a sus habitantes con la tierra.
Un día de cosecha
Cada día, al amanecer, Jaime y Elizabeth se levantaban emocionados por la promesa de nuevas aventuras. Pero había algo especial en los días de cosecha. Esos días, el Abuelo Francisco los llevaba en su vieja carreta a los campos de maíz. Era un viaje lleno de risas y canciones, mientras el camino desvelaba lentamente los tesoros escondidos del paisaje.
Mientras tanto, la Abuela Flavia se quedaba en casa preparando la comida. Sus manos hábiles transformaban los ingredientes más simples en platillos llenos de sabor y amor. Su cocina era el corazón de la casa, un lugar donde se reunían los aromas del campo y las historias de generaciones.
Aprendiendo y creciendo
Bajo el sol dorado, Jaime y Elizabeth aprendían el arte de cosechar maíz, una danza entre la tierra y el hombre que el Abuelo Francisco conocía a la perfección. Les enseñaba no solo a reconocer el maíz listo para la cosecha, sino también a escuchar lo que la tierra les decía, a respetarla y agradecerle sus regalos.
Después de la cosecha, la familia se reunía a la sombra de los árboles de mango, disfrutando de las frutas jugosas como recompensa por el trabajo duro. Estos momentos, sencillos pero llenos de alegría, tejían los recuerdos más dulces en el corazón de los niños.
Viajes al corazón de la tierra
De vez en cuando, la familia tomaba el tren para visitar la ciudad. Era un viaje que despertaba la curiosidad y el asombro en Jaime y Elizabeth. A través de la ventana, veían cómo el paisaje cambiaba, cómo las colinas daban paso a edificios y calles llenas de gente. Pero siempre regresaban a su pueblo, donde la vida era más tranquila, donde cada estrella en el cielo nocturno contaba una historia.
El legado de los abuelos
 
     
	 
	 
	  
   
					 
			
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.