Cuentos Clásicos

Recuerdos de Oaxaca

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un pueblo escondido entre las verdes colinas de Oaxaca, donde el tiempo parecía detenerse y la vida fluía al ritmo tranquilo de la naturaleza, vivían Jaime y Elizabeth junto a sus abuelos, Flavia y Francisco. Este era un lugar de sencillez y tradiciones, un rincón del mundo donde cada día era una aventura sutil, tejida de momentos pequeños pero significativos.

La vida en el pueblo

El pueblo era un mosaico de parcelas verdes, árboles de mango que se mecían suavemente con el viento, y un río que cantaba al pasar. No había electricidad; por las noches, los quinques de petróleo despedían una luz cálida que danzaba en las paredes de las casas de adobe, y el agua se acarreaba desde un pozo cercano, un ritual diario que conectaba a sus habitantes con la tierra.

Un día de cosecha

Cada día, al amanecer, Jaime y Elizabeth se levantaban emocionados por la promesa de nuevas aventuras. Pero había algo especial en los días de cosecha. Esos días, el Abuelo Francisco los llevaba en su vieja carreta a los campos de maíz. Era un viaje lleno de risas y canciones, mientras el camino desvelaba lentamente los tesoros escondidos del paisaje.

Mientras tanto, la Abuela Flavia se quedaba en casa preparando la comida. Sus manos hábiles transformaban los ingredientes más simples en platillos llenos de sabor y amor. Su cocina era el corazón de la casa, un lugar donde se reunían los aromas del campo y las historias de generaciones.

Aprendiendo y creciendo

Bajo el sol dorado, Jaime y Elizabeth aprendían el arte de cosechar maíz, una danza entre la tierra y el hombre que el Abuelo Francisco conocía a la perfección. Les enseñaba no solo a reconocer el maíz listo para la cosecha, sino también a escuchar lo que la tierra les decía, a respetarla y agradecerle sus regalos.

Después de la cosecha, la familia se reunía a la sombra de los árboles de mango, disfrutando de las frutas jugosas como recompensa por el trabajo duro. Estos momentos, sencillos pero llenos de alegría, tejían los recuerdos más dulces en el corazón de los niños.

Viajes al corazón de la tierra

De vez en cuando, la familia tomaba el tren para visitar la ciudad. Era un viaje que despertaba la curiosidad y el asombro en Jaime y Elizabeth. A través de la ventana, veían cómo el paisaje cambiaba, cómo las colinas daban paso a edificios y calles llenas de gente. Pero siempre regresaban a su pueblo, donde la vida era más tranquila, donde cada estrella en el cielo nocturno contaba una historia.

El legado de los abuelos

Años pasaron, y los niños crecieron. Llevaban consigo el legado de sus abuelos: el amor por la tierra, la importancia de la familia y el valor de las cosas simples. Aunque los caminos de la vida los llevaron lejos del pueblo, en sus corazones siempre permaneció ese rincón de Oaxaca, inmutable y eterno.

El final de un ciclo

El Abuelo Francisco y la Abuela Flavia vivieron una vida plena, dejando atrás un legado de amor y sabiduría. Cuando sus grandes viajes llegaron al final, el pueblo se reunió para honrar su memoria, recordando cómo habían tocado las vidas de todos, cómo habían enseñado a la comunidad a vivir en armonía con la tierra y entre ellos.

El regreso

Años después, Jaime y Elizabeth, ya adultos, regresaron al pueblo con sus propios hijos. Querían que ellos experimentaran la magia de ese lugar, que aprendieran las lecciones que solo la vida en armonía con la naturaleza podía enseñar. Y así, la historia de la familia continuó, un ciclo de vida, aprendizaje y amor que nunca se detiene.

En ese pueblo de Oaxaca, entre parcelas verdes y árboles de mango, bajo el cielo estrellado iluminado por quinques de petróleo, la esencia de la vida se revelaba en su forma más pura. Era un recordatorio de que, en un mundo en constante cambio, hay cosas que permanecen eternas: el amor de una familia, la sabiduría de los abuelos, y la belleza simple de la vida en conexión con la tierra.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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