Era un caluroso día de verano cuando Emmanuel y Milena recibieron la emocionante noticia de que pasarían el día en la playa con su abuela. Emmanuel era un chico alto y delgado, con el cabello negro y corto, siempre llevaba una gran sonrisa en su rostro. Milena, por otro lado, era una niña de cabello rubio y largo, que siempre adornaba con una cinta rosa. Ambos adoraban a su abuela, una señora mayor con cabello canoso y ojos brillantes, que siempre llevaba un sombrero de paja y un vestido floreado.
El día comenzó temprano, con el sol apenas asomándose en el horizonte. La abuela llegó a la casa de Emmanuel y Milena con una gran cesta de picnic llena de delicias. Los niños estaban impacientes y emocionados, listos para la aventura que les esperaba. Subieron al coche y, tras una breve charla, se dirigieron hacia la playa.
Cuando llegaron, la vista era espectacular. El mar brillaba bajo el sol, y las olas rompían suavemente en la orilla. La arena era dorada y suave, perfecta para construir castillos. Emmanuel y Milena corrieron hacia la orilla, dejando atrás sus sandalias y toallas.
La abuela, con una sonrisa en los labios, los siguió tranquilamente, llevando la cesta de picnic. Encontraron un buen lugar cerca del agua y extendieron sus toallas. Emmanuel y Milena comenzaron a buscar conchas mientras la abuela preparaba el almuerzo.
—¡Mira esta, Milena! —exclamó Emmanuel, sosteniendo una gran concha en sus manos—. ¡Es enorme!
—¡Es preciosa! —respondió Milena—. ¡Vamos a buscar más!
Pasaron la mañana explorando la playa, encontrando todo tipo de tesoros. Emmanuel descubrió una estrella de mar, y Milena encontró una piedra perfectamente redonda que decidió guardar como recuerdo. La abuela los observaba con cariño, recordando sus propios días de infancia en la playa.
Después de un rato, la abuela los llamó para almorzar. Había preparado sándwiches de queso y jamón, frutas frescas y una jarra de limonada casera. Los niños se sentaron bajo la sombrilla y comieron con entusiasmo, disfrutando de la brisa marina.
—Abuela, cuéntanos una historia —pidió Milena mientras mordía su sándwich.
La abuela sonrió y, después de un momento de reflexión, comenzó a narrarles un cuento de su juventud, cuando ella también visitaba la playa con sus propios abuelos. Les contó sobre las aventuras que tenía con su hermano, explorando cuevas y encontrando tesoros enterrados.
—Una vez, encontramos un cofre pequeño —dijo la abuela, con un brillo travieso en sus ojos—. Estaba lleno de monedas antiguas y joyas. ¡Fue increíble!
—¿Qué hicieron con el cofre? —preguntó Emmanuel, fascinado.
—Lo llevamos a casa y lo escondimos en nuestro árbol secreto —continuó la abuela—. Era nuestro pequeño tesoro, y prometimos guardarlo para siempre.
Después del almuerzo, los niños decidieron construir un gran castillo de arena. Trabajaron juntos, usando cubos y palas, mientras la abuela les ayudaba a hacer torres y fosos. El castillo se hizo cada vez más grande y elaborado, atrayendo la atención de otros niños en la playa.
—¡Es el mejor castillo de todos! —exclamó Emmanuel, admirando su obra maestra.
—Sí, es increíble —asintió Milena, sintiéndose orgullosa.
La tarde avanzó, y el sol comenzó a bajar en el horizonte. La abuela sugirió que fueran a nadar un poco antes de que se hiciera tarde. Emmanuel y Milena se pusieron sus trajes de baño y corrieron hacia el agua, saltando y chapoteando en las olas. La abuela los observaba desde la orilla, riendo de sus travesuras.
De repente, Emmanuel vio algo brillante en el agua. Se sumergió y, cuando salió a la superficie, sostenía una moneda dorada.
—¡Mira lo que encontré! —gritó, mostrando su hallazgo.
Milena nadó hacia él y observó la moneda con asombro.
—¡Es como el tesoro del que hablaba la abuela! —dijo emocionada.
Decidieron llevar la moneda a la abuela, quien la examinó con cuidado.
—Parece una moneda antigua —dijo, intrigada—. Tal vez sea parte de un tesoro perdido.
Pasaron el resto del día buscando más monedas, pero no encontraron ninguna. Sin embargo, la experiencia había sido emocionante y divertida, llenando sus corazones de alegría y aventura.
Cuando el sol finalmente se ocultó y el cielo se llenó de colores, era hora de regresar a casa. Recogieron sus cosas y se dirigieron al coche, cansados pero felices. Durante el viaje de regreso, Emmanuel y Milena no podían dejar de hablar sobre su día y el misterioso hallazgo.
—Abuela, ¿crees que hay más monedas en la playa? —preguntó Emmanuel, con los ojos llenos de curiosidad.
—Quizás —respondió la abuela con una sonrisa—. Pero eso es un misterio para otro día.
Al llegar a casa, los niños se despidieron de su abuela, agradeciéndole por el maravilloso día. Subieron a sus habitaciones, donde rápidamente se quedaron dormidos, soñando con castillos de arena, tesoros y nuevas aventuras por venir.
Y así, Emmanuel y Milena recordaron siempre aquel día en la playa como uno de los más especiales de sus vidas, un día lleno de risas, descubrimientos y el amor incondicional de su querida abuela.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.