Cuentos Clásicos

Un Sueño entre Mareas

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En una pequeña casa encalada de Málaga, con su fachada bañada por el sol y sus macetas rebosantes de geranios y jazmines, vivían Isabel y su hijo Raúl. La vida había tejido historias de simpleza y sueños, de amaneceres contemplados desde la orilla del mar y atardeceres que se desvanecían en el horizonte. Isabel, una mujer de sesenta años, llevaba la serenidad en su mirada y el amor por el mar en su corazón. Raúl, su único hijo, era un joven de treinta años que había heredado de su madre la bondad y un espíritu inquebrantable.

Isabel había pasado su vida soñando con lugares lejanos, con pasear por las calles de París bajo la luz de los faroles y sentir la vibrante energía de Nueva York. Pero su sueño más querido era tener una pequeña casa en primera línea de playa en Málaga, donde el mar fuera el primer paisaje que sus ojos vieran cada mañana y el último susurro que escuchara cada noche.

Raúl conocía bien los sueños de su madre. Había crecido escuchando sus historias y deseos, y en su corazón, se había forjado una promesa silenciosa. Trabajó incansablemente, ahorrando cada euro, cada centavo, con un solo propósito en mente: hacer realidad los sueños de Isabel.

Un día, sin previo aviso, Raúl le pidió a Isabel que lo acompañara a dar un paseo por la playa. El sol se estaba despidiendo, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas, y el mar susurraba historias antiguas. Caminaron juntos, dejando huellas en la arena, hasta llegar frente a una hermosa casa de ventanas abiertas al mar.

Isabel contempló la casa, sin entender aún el propósito de aquel paseo. Fue entonces cuando Raúl, con una sonrisa que iluminaba su rostro, le entregó un pequeño sobre. Isabel lo abrió con manos temblorosas y encontró dentro las llaves de la casa.

«Madre, esta es tu casa, frente al mar que tanto amas. Quiero que cada día sea un sueño hecho realidad para ti», dijo Raúl, sus palabras llenas de emoción.

Las lágrimas de Isabel se mezclaron con la sal del mar. No había palabras que pudieran expresar la gratitud y el amor que sentía en ese momento. Abrazó a Raúl, sabiendo que aquel era el regalo más precioso que jamás recibiría.

Pero Raúl tenía una sorpresa más. «Mamá, hay más. Quiero que conozcas París y Nueva York. Vamos a viajar juntos, a vivir aventuras, a crear recuerdos que atesoraremos para siempre».

Isabel, abrumada por la felicidad, solo podía asentir, las palabras atrapadas en su garganta. Sabía que aquellos viajes serían la aventura de su vida, pero lo que más valoraba era el tiempo que pasaría con Raúl, descubriendo juntos los rincones del mundo.

Y así, madre e hijo emprendieron viajes a ciudades de luces y sombras, de historia y futuro. París los recibió con su elegancia y misterio, sus calles adoquinadas y el imponente brillo de la Torre Eiffel. Nueva York los envolvió en su frenesí, en la magnitud de sus rascacielos y la diversidad de sus gentes.

Cada lugar, cada momento, se convirtió en un recuerdo indeleble, una historia más para contar. Pero lo que Isabel y Raúl atesoraban por encima de todo eran los instantes compartidos, las risas, las conversaciones nocturnas, el silencio cómplice que solo ellos entendían.

Al regresar a su casa frente al mar, Isabel supo que había recibido el regalo más grande: el amor incondicional de su hijo, un amor que había trascendido sueños y realidades. Raúl, por su parte, comprendió que no había mayor felicidad que ver la sonrisa de su madre, esa sonrisa que ahora brillaba con la luz de mil soles.

La vida en la casa junto al mar continuó, marcada por el ritmo tranquilo de las olas y el calor del sol. Isabel y Raúl compartían cada día como si fuera un tesoro, sabiendo que lo verdaderamente importante no eran los lugares visitados, sino el camino recorrido juntos.

Y así, en una pequeña casa en Málaga, frente al inmenso mar, Isabel y Raúl tejieron una historia de amor, sueños y gratitud, una historia que sería contada por las olas, llevada por el viento, y recordada por las estrellas, por siempre.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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