Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de campos verdes y montañas, una niña llamada Mathilda que acababa de cumplir un año. Mathilda era muy curiosa, siempre miraba todo a su alrededor con ojos llenos de asombro. Le encantaba escuchar los cuentos que su mamá le contaba antes de dormir y, sobre todo, soñaba con aventuras en lugares mágicos. Aunque aún era pequeña, sus dos primos, Mario y Martín, siempre estaban a su lado para compartir todas sus pequeñas travesuras.
Un día, mientras jugaban en el jardín de la casa de su abuela, algo extraño sucedió. Una suave brisa comenzó a soplar, y una voz misteriosa susurró entre las hojas de los árboles. La voz les invitó a acercarse y a descubrir un mundo lleno de magia. Los tres niños se miraron entre sí, curiosos pero valientes. La voz les decía que si se adentraban en el Bosque Encantado, encontrarían algo maravilloso.
«¡Vamos, sigamos la voz!» dijo Mario, el más aventurero de los tres, mientras agarraba la mano de Mathilda.
«Sí, vamos», dijo Martín, con una sonrisa traviesa. «Tal vez encontremos algo increíble.»
Mathilda, aunque pequeña, decidió seguir a sus primos. Juntos caminaron hasta el borde del Bosque Encantado, un lugar que siempre había sido un misterio para ellos. El bosque estaba lleno de árboles altos que parecían susurrar con el viento, y a lo lejos, podían ver un arco iris brillante que parecía llevarlos hacia un lugar mágico.
Al acercarse más, una figura luminosa apareció ante ellos: era un hada con alas brillantes como el sol. «Hola, niños», dijo el hada con una voz suave y melodiosa. «Soy Lúmina, el hada del Bosque Encantado. He estado esperando por ustedes.»
«¿Por qué nos esperabas?» preguntó Mario, con los ojos abiertos de par en par.
«Porque tienen algo muy especial», respondió Lúmina. «El arco iris les llevará a cuatro lugares mágicos, cada uno lleno de sorpresas y maravillas. Pero solo los corazones valientes pueden viajar a través de él.»
Mathilda, Mario y Martín se miraron emocionados. Sin pensarlo dos veces, decidieron seguir a Lúmina a través del arco iris. Al cruzarlo, una luz brillante los envolvió, y de repente, estaban en un jardín lleno de colores vibrantes.
Rojo: Un jardín con árboles que daban frutas dulces y pasteles flotantes. Mathilda, que siempre había amado el dulce, corrió hacia una nube de algodón de azúcar que flotaba cerca de un árbol. El sabor era tan delicioso que no podía parar de reír. Mario y Martín también probaron las golosinas, y todos se divirtieron saltando de un lado a otro mientras comían.
«Este lugar es increíble», dijo Martín, señalando las nubes de colores que pasaban por encima de sus cabezas. «Nunca había visto algo tan bonito.»
Naranja: Después de un rato, el arco iris los transportó a un campo de flores cantoras. Las flores parecían cantar dulces melodías cuando el viento las tocaba. Las flores brillaban con colores cálidos y, cuando los niños se acercaron, les ofrecieron coronas brillantes. Los niños se las pusieron con gusto, y comenzaron a bailar al ritmo de la música que las flores creaban. Mathilda, Mario y Martín no podían dejar de sonreír mientras danzaban entre las flores, sintiéndose más felices que nunca.
Amarillo: Después de un tiempo, llegaron a un campo abierto, donde un unicornio de pelaje dorado los estaba esperando. Lúmina les dijo que podían montar al unicornio, y con mucha emoción, Mathilda se subió primero, seguida de Mario y Martín. El unicornio, con su paso suave y ligero, los llevó a volar por todo el bosque, mostrándoles paisajes hermosos. Pudo ver todo el Bosque Encantado desde arriba: montañas, ríos, y una inmensa pradera llena de flores.
«¡Es como volar en un sueño!» exclamó Mathilda, abrazando con fuerza al unicornio. «¡Nunca había visto algo tan increíble!»
Verde: Por último, el arco iris los llevó a un tranquilo lago rodeado de árboles susurrantes. El agua del lago era cristalina, y los árboles parecían hablar en voz baja entre sí, compartiendo secretos del bosque. Los niños se sentaron junto al agua, relajándose mientras reflexionaban sobre todas las maravillas que habían visto. Se dieron cuenta de que el verdadero poder de la magia no estaba solo en los lugares maravillosos, sino en el amor y la valentía que compartían entre ellos.
«Este es el lugar más bonito», dijo Mario, mirando las aguas tranquilas. «Es perfecto para pensar en los sueños y en lo que realmente importa.»
Lúmina, el hada, los miró con una sonrisa. «Hicieron bien al recorrer los cuatro colores del arco iris. Ahora saben que la magia está dentro de cada uno de ustedes, y que el mundo está lleno de maravillas cuando tenemos el coraje de descubrirlas.»
Al regresar al jardín donde todo había comenzado, Lúmina les dio un pequeño amuleto que brillaba con los colores del arco iris. «Este amuleto siempre les recordará que, no importa dónde estén, la magia y la valentía están dentro de ustedes. Y siempre pueden regresar al Bosque Encantado, cuando lo necesiten.»
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