Un día soleado y tranquilo, el señor Pablo decidió ir a dar un paseo por las montañas. Pablo era un hombre mayor, de barba blanca y ojos amables. Siempre llevaba puesto un sombrero grande de ala ancha que lo protegía del sol mientras caminaba. A Pablo le gustaba caminar por el campo, sentir la brisa fresca y escuchar el canto de los pájaros.
Caminaba por un sendero estrecho cuando, de repente, algo curioso llamó su atención. Un poco más adelante, vio a un pequeño ser que nunca antes había visto. Era Tintín, un caracol muy especial. No era como los otros caracoles, su caparazón era de colores brillantes, como un arcoíris, y sus ojos grandes y redondos parecían llenos de curiosidad. Tintín estaba sentado junto a una roca, comiendo caracoles.
Pablo se acercó con cuidado para no asustar a Tintín. «Hola, pequeño amigo», dijo Pablo con una sonrisa. «¿Te gustan los caracoles?». Tintín levantó la cabeza, miró a Pablo y asintió con sus pequeños cuernos. «Sí, me encantan los caracoles», respondió Tintín en su voz suave y feliz.
Pablo se sentó a su lado, observando cómo Tintín disfrutaba de su comida. «¿Siempre vienes a comer aquí?», preguntó Pablo. Tintín, todavía con un caracol en la boca, hizo un gesto de afirmación. «Sí, este es mi lugar favorito. Hay muchos caracoles y está muy tranquilo».
Pablo sonrió mientras observaba el paisaje. Las montañas eran verdes y hermosas, el cielo azul, y el sonido de los pájaros hacía que todo pareciera perfecto. «Es un lugar hermoso», dijo Pablo, respirando profundo. «Me alegra haber venido hoy, así pude conocerte».
Tintín, con su barriga llena de caracoles, se acercó a Pablo y se subió en su regazo. «Tú también pareces un buen amigo», dijo el pequeño caracol con su vocecita.
Juntos, Pablo y Tintín pasaron la tarde hablando. Pablo le contó a Tintín historias de cuando era joven, de sus paseos por el campo, y de cómo le gustaba cuidar a las plantas y a los animales. Tintín, por su parte, le habló de los otros animales que vivían en la montaña, de los pequeños escondites que había encontrado entre las rocas, y de su amor por los caracoles.
Después de un rato, Pablo se levantó y estiró los brazos. «Es hora de que siga mi camino», dijo con una sonrisa. «Pero me encantaría volver a verte, Tintín. Eres un gran amigo». Tintín asintió alegremente. «Siempre estaré aquí, comiendo caracoles», dijo entre risas.
Pablo comenzó a caminar de nuevo, pero esta vez no se sentía solo. Sabía que había hecho un nuevo amigo en la montaña, y que siempre podría regresar para ver a Tintín.
Mientras se alejaba, Tintín lo miraba desde su roca, feliz de haber conocido a alguien tan amable como Pablo. Y así, bajo el cálido sol de la tarde, la montaña se sintió aún más especial, porque ahora en ese rincón escondido había una amistad que florecía.
Fin
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