Alya era una niña de 8 años con una imaginación tan grande como el cielo. Le encantaba explorar el bosque que rodeaba su casa, siempre acompañada de su gato negro llamado Sombra. Juntos, pasaban horas descubriendo nuevos rincones, escalando árboles y siguiendo los pequeños ríos que serpenteaban por entre los árboles. Para Alya, el bosque era un lugar lleno de magia y secretos por descubrir.
Un día, mientras jugaba cerca de un claro que no había visto antes, algo extraño llamó su atención. Entre los árboles, una mujer apareció de la nada. Llevaba una capa oscura y una sonrisa misteriosa.
—Hola, pequeña —dijo la mujer con voz suave—. Soy Milanka, una bruja de tierras lejanas. He estado observando tu valentía y curiosidad. ¿Te gustaría ver algo muy especial?
Alya, a pesar de sentir un leve escalofrío, era demasiado curiosa como para negarse. Su gato Sombra se mantuvo cerca, mirándola con sus ojos brillantes y alerta.
—¿Qué clase de cosa especial? —preguntó Alya, intrigada.
—Te llevaré a un castillo mágico donde encontrarás un secreto maravilloso —respondió Milanka—. Pero debes prometer que serás valiente y no te asustarás con lo que veas.
Alya asintió, sintiendo una mezcla de emoción y nervios. Junto a la bruja, atravesaron el bosque hasta llegar a un imponente castillo que parecía haber sido ocultado por la magia. Las torres del castillo se elevaban hacia el cielo, y las puertas de entrada eran tan grandes que Alya se sintió diminuta al pasar por ellas.
Dentro del castillo, Milanka la llevó por pasillos interminables hasta llegar a una sala enorme. La habitación estaba llena de vestidos colgados en percheros dorados. Cada vestido brillaba con una luz mágica, y cada uno parecía tener una vida propia.
—Estos son los Vestidos Mágicos —explicó Milanka—. Cada uno tiene un poder especial, pero no puedes elegir cualquiera. El vestido te elegirá a ti.
Alya se acercó lentamente a los vestidos, maravillada por los colores y el brillo de las telas. Había uno azul que brillaba como el cielo nocturno, otro verde que parecía hecho de hojas, y uno dorado que destellaba como el sol. Pero fue uno en particular el que capturó su atención: un vestido plateado que relucía con una luz suave.
—¿Este me elige a mí? —preguntó Alya, señalando el vestido plateado.
Milanka asintió con una sonrisa.
—Sí, ese vestido es especial. Pero debes tener cuidado, porque sus poderes son muy fuertes. Te transportará a otro lugar, un mundo diferente. Si decides ponértelo, deberás encontrar el camino de regreso.
Alya, emocionada por la aventura, se puso el vestido plateado. Al instante, un torbellino de luz la envolvió, y todo a su alrededor comenzó a girar rápidamente. Sentía como si estuviera flotando, y de pronto, el castillo desapareció.
Cuando la luz se desvaneció, Alya se encontró en un lugar completamente diferente. El cielo era de un tono púrpura brillante, y los árboles a su alrededor tenían hojas doradas que brillaban como si estuvieran hechas de oro. Era un mundo de fantasía, hermoso y extraño a la vez. Pero algo no estaba bien. No había ninguna señal de cómo regresar a casa.
—¿Dónde estoy? —se preguntó Alya, mirando a su alrededor con preocupación.
Sombra, que había sido transportado junto con ella, maulló suavemente, también desconcertado.
Mientras caminaba por el extraño bosque dorado, Alya se dio cuenta de que estaba completamente sola. La bruja Milanka no estaba allí, y no había nadie más a la vista. Su corazón comenzó a latir más rápido. ¿Y si nunca encontraba el camino de regreso? ¿Y si estaba atrapada allí para siempre?
Fue entonces cuando, al llegar a un claro en el bosque, vio una figura. Era una niña de su misma edad, con un vestido elegante y una corona de cristal en su cabeza. La niña la miró con una sonrisa amable.
—Hola, soy Stella —dijo la niña, acercándose a Alya—. He estado esperándote.
—¿Esperándome? —preguntó Alya, sorprendida—. ¿Sabías que vendría?
—Sí —respondió Stella—. Yo también fui traída aquí por la bruja Milanka hace mucho tiempo. Este es un mundo mágico, pero puede ser peligroso si no sabes cómo moverte en él. Si no tienes cuidado, podrías quedarte atrapada aquí para siempre.
El corazón de Alya dio un vuelco al oír esas palabras.
—¿Y cómo puedo volver a casa? —preguntó con urgencia.
Stella la miró con comprensión.
—No es fácil, pero hay una manera. Cada vestido tiene un poder diferente, y el tuyo te trajo aquí. Para regresar, debes encontrar el Portal de los Sueños, que está escondido en este mundo. Pero debes ser rápida. El portal solo se abre una vez al día, cuando el sol dorado está en lo más alto.
Alya asintió, decidida a encontrar el portal. No podía quedarse atrapada en ese mundo, por muy hermoso que fuera. Con la ayuda de Stella, comenzaron a caminar juntas por el bosque dorado, buscando el misterioso portal.
A lo largo del camino, se encontraron con criaturas mágicas: hadas de luz, unicornios plateados y dragones pequeños que volaban entre las ramas de los árboles dorados. Cada criatura las observaba en silencio, como si supieran exactamente lo que estaban buscando.
—El Portal de los Sueños está cerca del lago de cristal —dijo Stella mientras caminaban—. Pero hay un guardián que lo protege. Debemos convencerlo de que nos deje pasar.
Cuando llegaron al lago, el agua era tan clara que Alya podía ver su reflejo perfectamente. Y justo al otro lado del lago, había un gran arco de piedra que brillaba con una luz suave. Era el portal.
Pero entre ellas y el portal estaba el guardián: un enorme león dorado con ojos resplandecientes.
—¿Quién se atreve a cruzar el portal? —rugió el león con una voz profunda.
Alya sintió miedo por un momento, pero recordó que debía ser valiente. Dio un paso adelante.
—Soy Alya, y debo regresar a mi hogar. Por favor, déjame cruzar.
El león la miró fijamente por un largo momento, y luego habló.
—Solo aquellos con un corazón valiente y puro pueden cruzar el Portal de los Sueños. Si deseas regresar, debes demostrar que tu valor es verdadero.
Alya respiró hondo y miró al león directamente a los ojos.
—No sé todo lo que se requiere para ser valiente, pero he aprendido en este mundo que debo seguir adelante, incluso cuando tengo miedo. No puedo quedarme aquí, debo regresar a casa.
El león la observó por un momento más, y luego, con un movimiento de su gran pata, dejó el camino libre.
—Tu valor ha sido probado. Puedes cruzar.
Alya y Stella se acercaron al portal, y cuando lo atravesaron, una luz brillante las envolvió de nuevo. Alya sintió el mismo torbellino que cuando llegó, y en un abrir y cerrar de ojos, se encontró de nuevo en el castillo de Milanka, con Sombra acurrucado a su lado.
La bruja Milanka la esperaba con una sonrisa.
—Sabía que encontrarías el camino de regreso —dijo—. Has demostrado tu valentía y ahora eres más fuerte que antes.
Alya, con el corazón lleno de alivio y orgullo, sonrió. Sabía que había vivido una aventura que nunca olvidaría. Y aunque el mundo mágico era fascinante, estaba feliz de haber regresado a casa, donde la esperaban más aventuras junto a su fiel gato Sombra.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.