Había una vez una joven llamada Yareli, que vivía en un pequeño pueblito lleno de colores y flores. Desde muy niña, Yareli soñaba con encontrar un gran amor, ese amor que la hiciera muy feliz y con quien pudiera compartir todas sus aventuras. Cada día, mientras jugaba entre los árboles y las mariposas, imaginaba que algún día conocería a alguien especial. “Pronto llegará,” se decía con una sonrisa, llena de esperanza.
Pasaron los años y Yareli siguió creyendo en su sueño. Un día, mientras caminaba por el mercado, vio a un joven llamado Eduardo. Él tenía una sonrisa amable y ojos que brillaban como estrellas. Desde el primer momento, Yareli sintió algo muy lindo en su corazón. Eduardo también la miró y le regaló una sonrisa que parecía un sol calentito. «¡Quizás, él es el amor que soñaba!» pensó Yareli, muy emocionada.
Poco a poco, Yareli y Eduardo comenzaron a pasar tiempo juntos. Caminaban por los caminos llenos de flores, contaban cuentos y se reían mucho. El amor que sentían era suave y alegre, como un abrazo de peluche. Yareli pensó que había encontrado su gran aventura, su compañero para siempre. Cada día juntos era una fiesta de colores y canciones.
Pero, mientras el tiempo pasaba, algo mágico estaba por suceder. Una noche, cuando la luna brillaba redondita y plateada, Yareli y Eduardo escucharon un susurro de mariposas en el viento. Era un mensaje muy especial: un nuevo amor iba a llegar, uno que cambiaría sus vidas para siempre. Al principio, no sabían qué significaba, pero pronto lo descubrirían.
Meses después, Yareli sintió en su corazón una alegría diferente, un amor muy suave que crecía dentro de ella. Cuando llegó el día, vendría a sus brazos un bebé muy pequeño y tierno. Lo llamaron Eliam Ismael, un nombre lleno de magia y luz. Desde el primer instante que Yareli vio a Eliam, supo que su corazón se había hecho aún más grande. El amor que tenía por él no se parecía a nada que hubiera sentido antes. Era un amor dulce, inmenso y brillante, como el sol más grande del cielo.
Eliam era un bebé que sonreía con sus ojitos y llenaba la casa de risas y cantos. Cuando él reía, parecía que las estrellas bailaban en el cielo. Yareli y Eduardo cuidaban de Eliam con mucho cariño. Eduardo le cantaba canciones de viento y mar, mientras Yareli contaba cuentos mágicos llenos de hadas y dragones amistosos.
Un día, mientras jugaban en el jardín, apareció una pequeña hada llamada Lila. Ella tenía alas transparentes y un vestido hecho de pétalos de flores. Lila vino a decirles un secreto: “El amor que tienen ahora es el más grande de todos, porque es un amor que da vida y alegría. El amor de un bebé es un amor que ilumina todo el mundo.” Yareli, Eduardo y Eliam sonrieron al escuchar esas palabras, porque ahora entendían que el corazón de una mamá y un papá puede amar mucho más de lo que imaginan.
Cada día era una aventura nueva. Eliam aprendía a dar sus primeros pasos, y Yareli y Eduardo lo sostenían con amor para que no tuviera miedo. Cuando llovía, bailaban juntos bajo el paraguas, cantando canciones que inventaban. Cuando salía el sol, hacían picnics en el parque y veían mariposas y pajaritos. La vida estaba llena de magia, risas y amor.
Yareli sabía que su amor por Eduardo era muy especial, pero el amor que sentía por Eliam era un amor que crecía y crecía, como un árbol gigante que da sombra, frutos y flores. Eduardo también sentía ese amor tan profundo que lo hacía sentir feliz y fuerte, porque su familia estaba unida y llena de cariño.
Con el tiempo, Eliam fue creciendo, y con él, las historias y juegos que compartían eran cada vez más divertidos. Inventaban cuentos sobre nubes que hablaban, sobre conejitos que cantaban y estrellas que bajaban a jugar. Yareli, Eduardo y Eliam siempre estaban juntos, unidos por un cariño que no tenía fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.