En un pequeño vecindario lleno de casas coloridas y jardines verdes, vivían cinco amigos inseparables: Edward, Evan, Julián, Mia y Yuliana. Todos compartían una pasión especial por la aventura y, sobre todo, por el espacio. Cada tarde, se reunían en el jardín de la casa de Mia para hablar de planetas, estrellas y misteriosos extraterrestres que, según ellos, vivían en galaxias lejanas. Pero lo que más deseaban era poder viajar al espacio.
—¡Sería increíble! —decía Edward, siempre lleno de ideas—. Imaginemos volar por el cielo, ver los anillos de Saturno o caminar sobre la Luna. ¡Debemos encontrar una manera de llegar al espacio!
Evan, el más alto del grupo y quien siempre llevaba gafas, observaba el cielo con su telescopio. —Si encontramos la forma correcta, podremos ir hasta las estrellas. Pero necesitamos un plan.
Y así, los cinco amigos decidieron que su misión sería descubrir cómo viajar al espacio. Esa misma tarde, comenzaron a idear todo tipo de estrategias.
Edward, que adoraba dibujar, diseñó el primer prototipo de una nave espacial. Dibujó un cohete gigante con alas enormes y un motor súper potente. —Este cohete nos llevará al espacio en segundos —anunció, mostrando su dibujo a los demás.
Julián, siempre lleno de energía, corrió al interior de su casa y volvió con una caja de cartón que había decorado con luces de colores y dibujos de estrellas. —¡Miren! Ya tenemos nuestra nave —dijo, metiéndose dentro de la caja—. ¡Todos a bordo!
Mia, con sus coletas moviéndose de un lado a otro, señaló hacia el cielo. —Si vamos a viajar al espacio, necesitamos también comunicarnos con los extraterrestres. Tal vez nos puedan ayudar.
—Es cierto —respondió Evan—. Los extraterrestres deben saber cómo viajar entre las estrellas. Si encontramos la forma de hablar con ellos, podrían guiarnos.
Los cinco amigos se sentaron alrededor de una pequeña fogata imaginaria que habían creado en el centro del jardín. Allí, empezaron a hacer planes más detallados. Cada uno tenía una idea brillante sobre cómo lograr su sueño de viajar al espacio.
Pero había algo que aún no comprendían. Mientras hablaban y planeaban, Yuliana, la más callada del grupo, estaba concentrada en un libro que había llevado consigo. Le encantaba leer, y siempre encontraba nuevas ideas en las páginas de sus libros. Mientras sus amigos ideaban naves y sistemas de comunicación, Yuliana pasaba las páginas, inmersa en las aventuras espaciales que leía.
—Yuliana, ¿por qué no nos ayudas a construir la nave? —le preguntó Mia con una sonrisa.
Yuliana levantó la vista y, con una pequeña sonrisa, dijo: —Tal vez no necesitemos una nave espacial real. A veces, los libros pueden llevarnos a lugares más lejos que cualquier nave.
Todos se quedaron en silencio, intrigados por lo que Yuliana acababa de decir. —¿Un libro? —preguntó Evan, ajustándose sus gafas—. ¿Cómo puede un libro llevarnos al espacio?
—Los libros tienen el poder de transportarnos a mundos increíbles —explicó Yuliana—. Cuando leemos, nuestra imaginación puede llevarnos a donde queramos. Podemos viajar a otros planetas, conocer extraterrestres y vivir aventuras sin salir de casa.
Al principio, los amigos se miraron entre ellos, sin estar muy seguros de lo que Yuliana decía. ¿Cómo podía un libro compararse con una nave espacial?
—¿Estás segura? —preguntó Edward, mirando su dibujo del cohete.
—Muy segura —respondió Yuliana, con una sonrisa tranquila—. Si quieren, podemos intentarlo. Solo necesitamos encontrar los libros correctos.
Yuliana sacó de su mochila varios libros que hablaban de aventuras en el espacio. Había cuentos de astronautas valientes, historias de planetas desconocidos y relatos sobre niños que viajaban por las estrellas. Al ver las portadas llenas de colores y estrellas, los amigos comenzaron a sentir curiosidad.
—Bueno, no perdemos nada con intentarlo —dijo Julián, siempre dispuesto a probar algo nuevo—. Vamos a leer.
Los cinco se sentaron juntos, y Yuliana comenzó a leer en voz alta. Las palabras fluían como una melodía, y poco a poco, los amigos empezaron a imaginar que estaban viajando por el espacio. En sus mentes, podían ver las estrellas brillar a su alrededor, sentir la gravedad desaparecer y observar planetas gigantes frente a ellos.
Mientras leían, se dieron cuenta de que estaban viviendo una aventura increíble. No necesitaban un cohete real, porque los libros les permitían viajar más lejos de lo que jamás habían imaginado. Con cada página que pasaban, descubrían nuevos mundos, criaturas asombrosas y desafíos emocionantes.
—¡Es como si realmente estuviéramos volando por el espacio! —exclamó Mia, emocionada.
—Y ni siquiera necesitamos despegar —añadió Edward, sorprendido.
A medida que avanzaban en la lectura, cada uno de ellos vivía su propia aventura. Edward imaginaba pilotar una nave por los anillos de Saturno, Evan se veía hablando con extraterrestres que vivían en la Luna, Julián exploraba planetas llenos de criaturas fantásticas, y Mia soñaba con ser la primera en plantar una bandera en Marte. Yuliana, por su parte, disfrutaba viendo cómo sus amigos descubrían el poder de la lectura.
Cuando terminaron de leer, el cielo ya estaba oscuro, pero no importaba. Habían viajado por el universo entero sin salir del jardín.
—Tienes razón, Yuliana —dijo Evan, mirando las estrellas—. Los libros son la mejor nave espacial. Podemos viajar a donde queramos solo con leer.
—Y lo mejor es que siempre habrá nuevas aventuras por descubrir —añadió Mia, con una sonrisa.
Desde ese día, los cinco amigos comenzaron a leer todos los libros de aventuras espaciales que encontraban. Cada tarde, se reunían en el jardín de Mia, con una nueva historia en sus manos. Sabían que, aunque no tuvieran una nave real, sus mentes podían llevarlos más allá de las estrellas, tan lejos como su imaginación se los permitiera.
Conclusión:
Los niños descubrieron que, aunque construir una nave espacial real sería increíble, no siempre era necesario. Aprendieron que los libros son puertas hacia mundos lejanos, y que con solo abrir un libro podían vivir las aventuras más emocionantes. Desde entonces, nunca dejaron de leer, sabiendo que cada página era el inicio de un nuevo viaje, y que juntos, podían llegar a donde quisieran.
El espacio no era tan lejano después de todo. Solo necesitaban un libro y su imaginación para alcanzarlo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.