En un valle rodeado por montañas de picos nevados y bosques tan densos que los rayos del sol apenas podían filtrarse, se encontraba una aldea tan pequeña y escondida que los mapas solían olvidarla. Los pueblerinos de este rincón olvidado del mundo vivían vidas simples pero felices, cultivando sus tierras, criando animales, y, sobre todo, compartiendo historias de generación en generación sobre el dragón Sparky.
Sparky no era un dragón ordinario; aparte de tener un cuerno brillante en su cabeza, sus alas eran tan largas y fuertes que, al desplegarlas, podrían cubrir la luz del sol a mediodía, sumiendo la aldea en una sombra momentánea. Sus patas delanteras, desproporcionadas y poderosas, se asemejaban a las de un tiranosaurio rex, lo que hacía que su andar fuera tan majestuoso como temible. Sin embargo, a pesar de su apariencia intimidante, Sparky poseía un corazón tan grande como su estatura.
La historia comienza una mañana, cuando el sol apenas asomaba por encima de las montañas, bañando la aldea en un cálido resplandor dorado. Los pueblerinos se despertaban para comenzar sus labores diarias, sin saber que ese día, sus vidas cambiarían para siempre.
Un problema surgió cuando la fuente principal de agua de la aldea se secó repentinamente. Sin ella, los cultivos no podrían crecer, y los animales, tan esenciales para su supervivencia, sufrirían. La desesperación se apoderó de la aldea, y los dedos comenzaron a señalar a Sparky como el culpable. Rumores se esparcieron, diciendo que el dragón, con sus vuelos nocturnos, había desviado el curso de los ríos subterráneos, robándoles su preciosa fuente de vida.
Sparky, quien desde las sombras de los bosques observaba y protegía a la aldea, se sintió profundamente herido por las acusaciones. Sin embargo, comprendía el dolor y el miedo de los pueblerinos, por lo que decidió actuar. Una noche, con la luna llena iluminando su figura, Sparky se elevó por encima de la aldea y voló hacia las montañas nevadas.
El dragón usó su cuerno para perforar la roca, sus alas para remover los vientos, y sus poderosas patas para cavar a través de la montaña, buscando una nueva fuente de agua para la aldea. Trabajó incansablemente, sin descanso, hasta que finalmente, con un rugido que retumbó a través de los valles, un chorro de agua cristalina brotó de la montaña, fluyendo en un nuevo curso hacia la aldea.
Los pueblerinos, asombrados y agradecidos, corrieron hacia el origen del agua, solo para encontrar a Sparky acostado en el suelo, exhausto y débil por el esfuerzo. En ese momento, comprendieron el gran sacrificio que el dragón había hecho por ellos, sin esperar nada a cambio.
Con el tiempo, la aldea floreció más que nunca, gracias a la nueva fuente de agua y al corazón bondadoso de un dragón que, a pesar de los malentendidos, había demostrado ser su más grande protector. Los pueblerinos, deseosos de honrar la memoria de Sparky, quien con el paso de los años se convirtió en leyenda, erigieron una estatua en su honor en el centro de la aldea.
La estatua de Sparky, con su cuerno, sus imponentes alas, y sus patas de tiranosaurio rex, se convirtió en un recordatorio permanente del valor de la empatía, la comprensión, y el sacrificio desinteresado. Y así, la historia de Sparky y los pueblerinos se transmitió de generación en generación, enseñando a los niños y a los adultos por igual que, a veces, aquellos a quienes tememos pueden ser quienes más nos aman.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.