Cuentos de Fantasía

El legado del guardián del campo

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivían cuatro amigos inseparables: Roberto, Juana, Pedro y Mercedes. Todos ellos tenían once años y disfrutaban cada día de aventuras en el campo. Les encantaba explorar la naturaleza, inventar juegos y soñar con mundos lejanos donde las criaturas mágicas podían existir.

Era un día soleado de primavera cuando, decididos a descubrir algo extraordinario, se aventuraron hacia un bosque que nunca habían explorado. Había escuchado historias sobre ese lugar: se decía que estaba habitado por un antiguo guardián que protegía los secretos del campo. Sin embargo, el camino hacia allí estaba lleno de rumores sobre criaturas fantásticas y desafíos que uno debía superar para obtener el respeto del guardián.

Con una mochila llena de bocadillos y el corazón palpitante de emoción, los cuatro amigos se adentraron en el bosque. Los árboles altos y frondosos parecía que susurraban secretos, y los rayos de sol danzaban entre las hojas creando un espectáculo de luces. Después de caminar durante un rato, encontraron un claro en el bosque donde había una enorme piedra cubierta de musgo y flores silvestres. Alrededor de la piedra, la vegetación parecía vibrar con una energía especial.

—¿Creen que aquí podemos encontrar al guardián del campo? —preguntó Juana, con los ojos brillando de curiosidad.

—Tal vez deberíamos hacer algo especial para llamarlo —sugirió Pedro, siempre con una idea creativa entre manos.

Mercedes, la más soñadora del grupo, propuso que hicieran un círculo alrededor de la piedra y que cada uno dijera un deseo sincero. Así, decidieron que si el guardián los escuchaba, tal vez aparecería. Formaron un círculo, y uno a uno, empezaron a compartir sus deseos.

—Yo deseo que podamos conocer a un dragón —dijo Roberto, con la voz llena de emoción.

—Yo deseo que haya paz en el mundo —añadió Juana, pensando en sus amigos que muchas veces discutían.

—Yo deseo tener una aventura inolvidable —dijo Pedro, con su característica sonrisa.

Finalmente, Mercedes, con una mirada profunda, expresó su deseo: —Yo deseo entender los secretos de la naturaleza.

Después de que cada uno terminó de hablar, se hicieron un silencio profundo, y de repente, una brisa suave recorrió el claro, haciendo susurrar las hojas. Los amigos se miraron unos a otros, asombrados.

—¿Escucharon eso? —preguntó Mercedes.

Y justo en ese momento, una figura emergió de detrás de la enorme roca. Era un ser extraño, de apariencia sabia, con una larga barba blanca y ojos que brillaban como estrellas. Vestía una túnica verde hecha de hojas y flores, y con una voz profunda que parecía resonar en todo el bosque, les dijo:

—He escuchado vuestros deseos, jóvenes aventureros. Soy Aurelio, el guardián del campo, y he venido a poner a prueba vuestro valor. Solo aquellos que demuestren corazón y amistad pueden descubrir los misterios que cuido.

Los amigos se miraron atónitos, pero también llenos de valor. Todos sabían que se trataba de una oportunidad única para demostrar que eran dignos de la aventura que tanto deseaban.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Pedro, dispuesto a enfrentarse a cualquier desafío.

Aurelio sonrió con benevolencia. —Debéis superar cuatro pruebas. Cada una de ellas pondrá a prueba vuestra valentía, inteligencia, lealtad y creatividad. Si trabajáis juntos y os apoyáis unos a otros, nada podrá deteneros.

Los cuatro amigos asintieron, decididos a lograrlo. La primera prueba consistía en cruzar un río caudaloso. Aurelio les indicó el camino hacia el río y les advirtió que no había puente. Deberían encontrar la forma de cruzarlo sin mojarse.

Al llegar al río, se dieron cuenta de que el agua fluía rápida y poderosa, creando grandes remolinos. Juana miró a su alrededor y, observando los árboles cercanos, tuvo una idea.

—¡Podemos usar las ramas de los árboles! —exclamó, entusiasta. Si juntamos varias ramas, tal vez podamos construir un pequeño bote.

Roberto, siempre listo, dijo: —Hay muchas ramas alrededor, ¡vamos a recogerlas!

Así, los cuatro comenzaron a buscar ramas delgadas y fuertes. Mientras recolectaban, conversaban entusiasmados, lo que les ayudaba a mantener su ánimo en alto. Una vez que tuvieron suficientes ramas, comenzaron a trenzarlas para formar una pequeña balsa. Pedro, que era el más creativo, sugirió que usaran hojas grandes para hacerla más flotante.

Después de unos minutos de trabajo en equipo, lograron construir una pequeña balsa en la que cabían los cuatro. Con cuidado, se subieron a ella y empezaron a remar hacia el otro lado del río. Al principio, el agua era un poco inquietante, pero juntos se mantuvieron enfocados, animándose mutuamente.

—¡Vamos! ¡Lo estamos logrando! —gritó Mercedes, con alegría.

Finalmente, llegaron al otro lado, mojados pero felices. Aurelio los esperaba y aplaudió con alegría. —Bien hecho, jóvenes. Han demostrado valentía y trabajo en equipo en la primera prueba. Ahora, prepárense para la segunda.

La segunda prueba llevó a los amigos a un sendero oscurecido por la niebla, donde tenían que encontrar un objeto especial que se decía que tenía el poder de iluminar cualquier camino oscuro. Aurelio les explicó que se trataba de una piedra mágica que solo aparecía si la buscaban con sinceridad y fe.

Mercedes, que era muy perceptiva, sugirió que se dividieran en parejas para cubrir más terreno. Así formaron dos duplas: Roberto y Juana, y Pedro y Mercedes. Antes de separarse, Aurelio les dio un consejo:

—Recuerden que el amor y la amistad son la luz que guiará su búsqueda. Escuchen a su corazón.

Cada grupo avanzó por senderos diferentes, pero el misterio de la niebla los envolvía y aunque veían poca cosa, la emoción de la búsqueda los mantenía en pie. Juana y Roberto comenzaron a hablar sobre lo que podrían encontrar, tratando de vislumbrar algún destello en medio de aquella bruma.

Después de un rato buscando, Juana sintió un impulso de caminar por un sendero menos visible. —Roberto, tengo un presentimiento. Sigamos este camino y quizás encontremos algo.

De repente, la niebla comenzó a despejarse y adelante, a pocos pasos, vislumbraron algo que parecía brillar. Era una piedra redonda, el objeto que buscaban.

—¡Mira, ahí está! —exclamó Roberto, entusiasmado.

La tomaron en sus manos y sintieron una energía cálida que les llenó de seguridad. Mientras tanto, Pedro y Mercedes no tardaron en descubrir que también podían escuchar la voz de la piedra, pero esta les decía que para llevarla de vuelta al guardián debían unirse y tomarla juntos.

Así que, con la piedra mágica en la mano, se reunieron de nuevo con Aurelio, quien sonrió al ver el brillo en sus ojos. —Ahora han demostrado su sinceridad y respeto por la naturaleza. Vuestra amistad es fuerte, y la luz que han encontrado les guiará en el camino.

Aurelio les llevó a su siguiente prueba, un laberinto hecho de altas plantas y flores. El guardián les explicó que debían encontrar la salida, pero muchas criaturas adorables pero traviesas tratarían de confundirlos. Solo aquellos que se mantuvieran unidos y confiaran los unos en los otros podrían salir y continuar su aventura.

El laberinto era un jardín en el que las flores podían hablar y los arbustos movían sus ramas de manera divertida. Cuando entraron, las flores comenzaron a murmurar cosas confusas, intentando desviarles de su camino.

—¿Por aquí o por allá? —preguntó Pedro, mirando hacia ambas direcciones.

—Creo que deberíamos seguir a las flores que están más felices, esas nos pueden guiar —sugirió Mercedes, mirando las plantas con atención.

En un momento, las flores comenzaron a reír y a decir: —¡Sigan, sigan! ¡Por aquí hay más alegría!

Y aunque la indecisión acechaba, los amigos se mantuvieron unidos y decidieron seguir a las flores que parecían más animadas. Mientras avanzaban, las criaturas del laberinto parecían querer jugar con ellos, cada vez que pensaban haber encontrado el camino correcto, las flores comenzaban a reírse y a alzarse en direcciones imprevistas, provocando risas por doquier.

Pero, en lugar de desanimarse, los amigos usaron la diversión a su favor. Empezaron a jugar junto a las criaturas, haciendo que las plantas se sintieran felices mientras ellos buscaban una salida. Con cada risa que compartían, el laberinto pareció ir despejando su camino.

Finalmente, después de lo que les pareció un largo tiempo de juegos, llegaron a una gran puerta hecha de enredaderas y flores. Roberto la empujó suavemente, y esta se abrió revelando la salida del laberinto.

—Lo logramos, ¡qué divertido! —gritó Juana, llena de entusiasmo.

Aurelio los recibió con una gran sonrisa. —Han superado la tercera prueba. Han mostrado que, incluso en las confusiones, el espíritu de la diversión y la amistad pueden guiarles. Ahora, están listos para la última prueba.

La última prueba consistía en un desafío de creatividad. Aurelio prometió que, si lograban completarla, aprenderían los secretos que cuidaba con tanto esmero. El guardián les indicó que debían crear una historia mágica que combine todo lo que había pasado hasta ese día: sus deseos, sus pruebas y la amistad que los unía.

Los amigos se sentaron en círculo y comenzaron a hablar. Juana, siempre llena de ideas, fue la primera en hablar:

—Había una vez un grupo de amigos que deseaban aventuras en un mundo lleno de dragones y magia. Cada uno tenía su deseo, pero se dieron cuenta de que la verdadera magia estaba en su amistad.

Mercedes tomó la palabra: —A lo largo de su viaje, enfrentaron desafíos que los hicieron crecer. Una de las pruebas fue cruzar un río, donde aprendieron que trabajando juntos pueden superar cualquier obstáculo.

—Exactamente —asintió Roberto—. En su búsqueda, encontraron una piedra mágica que les iluminó el camino y descubrieron que, al unirse, podían hacer cosas maravillosas.

Pedro, que siempre traía una chispa de humor, agregó: —Y en el laberinto, las flores se convirtieron en sus cómplices, y aunque parecían traviesas, el juego les mostró que la risa es una gran guía.

Mientras contaban su historia, Aurelio escuchaba atentamente, y sus ojos brillaban de aprobación. Los amigos continuaron hilando sus palabras, creando un relato que reflejaba todo lo que habían aprendido y experimentado juntos.

Finalmente, al concluir la historia, Aurelio sonrió y, con un gesto de su mano, les dijo: —Han entrelazado sus deseos y sus aventuras con la esencia de la amistad. Así, la historia que han creado es en sí misma un legado.

Aurelio levantó una mano y en el aire, apareció un destello, como si de una luz dorada se tratara. De su palma, surgieron pequeños fragmentos de luz que comenzaron a formar figuras que representaban cada uno de los retos que habían superado, así como los sueños que habían compartido.

—Esto es el legado del guardián del campo. Ustedes son ahora parte de este cuento, y la magia de su amistad perdurará en el tiempo. Así como han sido valientes, hayan trabajado juntos y se hayan apoyado siempre, sigan haciendo magia en sus vidas.

Con una risa jubilosa, los cuatro amigos se miraron y sintieron que, a partir de ese momento, su amistad era más fuerte que nunca. Habían aprendido que los mayores tesoros no se encontraban en objetos mágicos, sino en su unión y en las experiencias vividas juntos.

Regresaron al pueblo, llenos de historias y aprendizajes, con el corazón rebosante de alegría. Sabían que cualquier aventura que desearan emprender, siempre la harían juntos, porque en su amistad habita una magia especial que siempre los guiaría hacia nuevas y emocionantes aventuras.

Y así, los días pasaron, pero las memorias y la luz del legado del guardián del campo vivieron en sus corazones, recordándoles que la verdadera magia de la vida se encuentra en los lazos que construimos y en las historias que compartimos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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