Cuentos de Valores

María y el Gol del Respeto

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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María vivía en un tranquilo vecindario, donde el sol brillaba cálidamente y los pájaros cantaban todos los días. Tenía diez años y era muy activa, siempre buscando aventuras y haciendo nuevas amistades. Su madre y su padre la cuidaban con mucho cariño, enseñándole valores importantes como la amabilidad y el respeto hacia los demás. Sin embargo, había algo que le preocupaba: en la escuela, María había notado que algunos niños no se trataban con respeto. A veces se burlaban de otros compañeros, lo que hacía que algunos se sintieran muy tristes.

Un día, mientras jugaba en el parque, María se encontró con un niño nuevo. Su nombre era Andrés y era de Venezuela. María se acercó a él con una sonrisa amistosa y le preguntó si quería jugar al fútbol. Andrés aceptó feliz, y juntos empezaron a patear el balón. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que algunos niños del vecindario, que estaban jugando un poco más lejos, los observaban con malas caras.

“¿Por qué te ganas la vida, niño? No puedes jugar aquí”, gritó Tomás, uno de los más grandes del grupo. María sintió un nudo en el estómago al ver la tristeza en los ojos de Andrés, que no entendía por qué no lo dejaban jugar. María levantó la cabeza con valentía y le dijo a Tomás:

“Eso no es correcto. Todos tenemos derecho a jugar, sin importar de dónde venimos”.

Tomás se rió, pero María no se dejó intimidar. “Si no res-petas a Andrés, tampoco respetas a los otros que están aquí. El respeto es algo que todos debemos tener”, continuó María. Los ojos de Andrés se iluminaron, sintiéndose apoyado por su nueva amiga. Mientras tanto, los otros niños comenzaron a murmurar entre ellos.

María no quería que la situación escalara, así que pensó en una manera de ayudar a Andrés y, al mismo tiempo, enseñar a los otros niños sobre el respeto. “¿Y si hacemos un partido de fútbol donde todos puedan participar? ¡Así podremos divertirnos y conocernos mejor!”, propuso. Los demás niños la miraron sorprendidos, pero algunos comenzaron a asentir con la cabeza.

“Eso podría ser divertido”, opinó Carla, una niña del grupo que siempre había querido jugar más y que, a pesar de ser cercana a Tomás, había visto cómo trataban a Andrés. “Podríamos formar dos equipos y ver quién gana”, sugirió. Tomás dudó, pero al ver a su hermana Carla apoyando la idea, decidió no oponerse.

María explicó las reglas del juego, asegurándose de que todos entendieran que lo más importante era divertirse y jugar de manera justa. Al principio, algunos niños todavía mostraban un poco de resistencia, pero a medida que comenzaba el partido, la alegría se apoderó del ambiente. Todos corrían detrás del balón, riendo y gritando, y María se sentía feliz al ver cómo los niños comenzaban a integrarse.

A medida que avanzaba el juego, se dieron cuenta de lo bien que podían jugar juntos, independientemente de su origen o de las diferencias que pudieran tener. Andrés mostró su increíble habilidad para driblar el balón, mientras que María dirigía a su equipo con entusiasmo. La portería se convirtió en el lugar más animado del parque, tanto que incluso los adultos que paseaban se detuvieron a observar.

Un momento culminante llegó cuando Andrés recibió el balón en el área y, con un movimiento rápido, marcó un gol impresionante. Los gritos de alegría llenaron el aire, y todos los niños lo abrazaron y lo felicitaron. Tomás, quien había sido al principio el más hostil, se acercó a Andrés y le dio una palmadita en la espalda, reconociendo su talento.

“Eres muy bueno jugando. Me alegra que estés aquí”, admitió Tomás con sinceridad. Andrés sonrió, y aunque al principio se había sentido excluido, se dio cuenta de que había encontrado un nuevo grupo de amigos que lo respetaban.

Después del partido, todos se sentaron alrededor de un árbol grande, compartiendo historias y risas. María, sintiéndose realizada, miró a su alrededor y vio un ambiente de respeto y unidad que no había notado antes. Se dio cuenta de que con un poco de esfuerzo y valentía, había logrado algo muy importante: había hecho que todos entendieran el valor del respeto.

Mientras tanto, sus padres, que había ido a buscarla, se acercaron y escucharon las risas de los niños. María fue hacia ellos y les explicó lo que había sucedido. Su madre sonrió y le dijo: “Hoy has hecho algo muy grande, María. Has enseñado a los demás sobre el respeto y la importancia de ser amables con todos, sin importar las diferencias”.

Esa tarde se convirtió en un recuerdo inolvidable, y María se prometió a sí misma seguir promoviendo la amabilidad en su comunidad. Pensó que cada vez que enfrentara una situación difícil, como la que vivió con Andrés, podría usar su voz para hacer la diferencia. Aprendió que el respeto no solo es un valor, sino también la llave que abre las puertas de la amistad.

Los días pasaron y cada vez que se reunían para jugar, María podía ver cómo todos los niños, incluyendo a Tomás y Carla, eran ahora más amables y respetuosos entre sí. Andrés se convirtió en un miembro querido del grupo, y nunca más sintió que era un extraño. Juntos aprendieron que todos podían aportar algo maravilloso a la esquina de la vida en la que se encontraban, y que el respeto creaba vínculos fuertes que durarían por siempre.

Con una sonrisa en el rostro, María comprendió que el gol más importante no era solo el que se lograba sobre el campo de juego, sino aquel que se marcaba en el corazón de cada persona, fomentando el cariño y la unión. En ese grupo de amigos, el respeto había florecido, y así se transformó en el valor más apreciado entre ellos. La historia de María y su determinación por hacer del mundo un lugar mejor a través del respeto se convertiría en un relato que contarían una y otra vez. Finalmente, la pequeña familia del parque se había convertido en una gran familia, donde la diversidad era celebrada y el respeto era el nuevo juego de todos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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