Había una vez, en un colorido lugar lleno de luces y risas, una pequeña niña llamada Monse. Monse vivía en una casa donde siempre había alegría, pero también había días en los que las nubes de las emociones y los sentimientos oscurecían su corazón. Un día, mientras exploraba su jardín, Monse encontró un espejo mágico. Este espejo tenía poderes especiales; en él podía ver no solo su reflejo, sino también diferentes emociones que habitaban en su interior.
Curiosa, Monse se acercó al espejo y, de repente, escuchó una voz suave que decía: «¡Hola, Monse! Soy el guardián de tus emociones. Puedes conocer a cada una de ellas si lo deseas». Monse sintió un cosquilleo en su estómago. «¿De verdad puedo conocerlas?», preguntó con alegría. «Sí», respondió el espejo, «pero debes estar lista para entenderlas y aceptarlas».
Con un asentimiento entusiasta, Monse tomó aire y dijo: «¡Quiero conocer mis emociones!». En un instante, comenzó a brillar un resplandor que la envolvió, llevándola a un mundo mágico donde las emociones tenían forma y color.
En este nuevo mundo, Monse vio a cinco personajes que la esperaban. Uno de ellos era un pequeño ser azul con una nube triste sobre su cabeza. «¡Hola! Soy Tristeza», dijo con una voz suave. «A veces, me siento así cuando las cosas no van bien».
Tristeza se acercó a Monse y le explicó: «Si alguna vez te sientes triste, está bien. Todos sentimos tristeza de vez en cuando. A veces, llorar y hablar de lo que nos preocupa ayuda a que la tristeza se sienta un poco más ligera».
Monse escuchó atentamente y, aunque no le gustaba ver a Tristeza tan apagado, comprendió que era parte de la vida. «¿Puedo ayudarte?», preguntó ella. Tristeza sonrió tímidamente. «Un abrazo siempre ayuda», dijo. Monse le dio un abrazo apretado, y, sorprendentemente, la nube de tristeza sobre la cabeza de Tristeza comenzó a despejarse un poco.
Justo en ese momento, un brillo amarillo y cálido apareció ante ellos. Era Alegría, un personaje resplandeciente que hacía reír a todos. «¡Hola, Monse! ¡Soy Alegría!», exclamó, brincando alrededor de Tristeza. «Me alegra conocerte. A veces, las personas pueden sentirse tristes, pero siempre trato de ayudarles a ver el lado divertido de la vida».
Monse sintió cómo su corazón se llenaba de colores con la presencia de Alegría. «¿Cómo haces para que la gente se sienta bien?», preguntó. Alegría se rió y dijo: «¡Con risas y juegos! Ven, vamos a bailar». Juntos, comenzaron a brincar y reír, y Monse no pudo evitar sumergirse en la alegría que Alegría transmitía.
Al poco tiempo, notaron la llegada de otro personaje. Era Ira, un ser de fuego que chisporroteaba como si estuviera lleno de energía. «¡Hola! Soy Ira», dijo con voz fuerte pero, en el fondo, un poco insegura. «Soy la emoción que te hace defenderte cuando te sientes enojada».
Monse se dio cuenta de que Ira podía ser un poco aterradora, pero también comprendió que el enojo es una parte importante de ser humano. «A veces está bien enojarse, pero hay que aprender a controlarte», dijo Ira con un tono más suave. «Si no lo haces, puedes lastimar a otros sin querer».
«¿Y cómo lo hago?», preguntó Monse, intrigada. «Respira hondo y cuenta hasta diez», dijo Ira. Monse tomó un profundo aliento y, junto con Ira, contaron hasta diez. Al finalizar, la furia de Ira empezó a transformarse en calma. «Gracias, Monse», dijo, mientras su fuego se tornaba más brillante en lugar de destructivo.
«Pero, espera, aquí no termina todo», dijo Alegría mientras señalaba a otro lugar. Allí estaba Temor, un pequeño ser con ojos muy grandes que parecía un poco asustado. «¡Hola! Soy Temor», susurró tímidamente. «A veces tengo miedo de lo desconocido, de lo que no puedo ver».
Monse se agachó para hablar con él. «Yo también tengo miedo a veces, especialmente cuando hay cosas nuevas». Temor sonrió un poco, y Monse se dio cuenta de que aceptar el miedo le daba un poco de poder sobre él. “Siempre puedes hablarle a alguien de tus miedos. Te ayuda a hacerlos más pequeños”, le dijo Monse, y Temor se sintió aliviado.
Finalmente, apareció un personaje con un rostro muy serio. Tenía una expresión de desagrado y un color gris. «¡Hola! Soy Desagrado», dijo con desdén. «Me siento así cuando no me gusta algo, ya sea un alimento o una situación».
«¿Y cómo puedo enfrentar tu desagrado?», preguntó Monse, intrigada. Desagrado frunció el ceño. «A veces solo necesitas intentar cosas nuevas. Puedes descubrir que lo que creías que no te gustaría, en realidad, puede ser genial».
Monse pensó por un momento y luego le sonrió a Desagrado. «¡Tienes razón! La próxima vez que me ofrezcan algo que creo que no me gustará, lo intentaré de todos modos». Desagrado asintió, y su color gris comenzó a cambiar a tonos más alegres.
En medio de todas estas conversaciones, Monse se dio cuenta de que cada emoción tenía su propio valor y enseñanzas. «Vamos a hacer algo juntos», sugirió Monse. «Podemos celebrar que cada uno de nosotros es diferente».
Tristeza, Alegría, Ira, Temor y Desagrado se miraron entre sí, y antes de que pudiera decir más, decidieron organizar una fiesta. Durante la fiesta, Alegría se encargó de las risas y la música, Ira propuso un concurso de baile, Temor compartió historias de aventuras pasadas que había vivido, Desagrado se atrevió a probar postres que al principio no le atraían, y aunque Tristeza estaba un poco callado, su presencia era importante porque recordaba a todos que las emociones son parte de la vida.
La fiesta fue un rotundo éxito porque todos se divirtieron y comprendieron que estaban juntos para apoyarse mutuamente. Monse, al ver a sus nuevas amistades en armonía, sintió en su corazón que había aprendido algo muy importante: no podía tener alegría sin haber sentido también tristeza, ni podría saber cuando estaba enojada sin poder calmarse después. Las emociones hacían que su vida fuera más rica y variada.
Al final de la fiesta, Monse se sintió cansada pero feliz. Ya era hora de regresar a casa, así que el espejo mágico la llevó de vuelta a su jardín.
Cuando regresó, Monse se miró en el espejo y sonrió. Con el tiempo, decidió hacer un diario especial donde escribiría sobre sus emociones y cómo se sentía cada día. “Así aprenderé a entender mis sentimientos”, pensó. Al final del día, Monse se durmió con una sonrisa en los labios, sabiendo que estaba bien sentir todas esas emociones, porque cada una de ellas era un hermoso color en su vida, dándole forma y significado.
Y así, Monse nunca olvidó su mágico viaje de descubrimiento. Cada vez que sentía una de sus emociones, recordaba a Tristeza, Alegría, Ira, Temor, y Desagrado, y comprendía que todas las emociones, grandes y pequeñas, eran partes importantes de ser quien era. ¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!
Cuentos cortos que te pueden gustar
Anna y Ella: Entre la Fantasía y la Realidad
El árbol de la sabiduría de Heráclito
El Deseo de Vampi
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.