En un bosque muy lejano, donde las hojas de los árboles bailaban al ritmo del viento y los animales conversaban como viejos amigos, vivían cinco personajes muy especiales: una ardilla muy curiosa, un árbol llamado Fulgencio, un búho sabio, un ratón aventurero y el viento, que siempre estaba en movimiento.
Era otoño, y el bosque se teñía de colores cálidos. Las hojas de los árboles cambiaban de verde a tonos de rojo, naranja y amarillo. Pero algo extraño sucedía: cada mañana, los árboles se despertaban con menos hojas. ¡Alguien estaba robando las hojas del bosque!
La ardilla, muy preocupada, convocó una reunión. “¡Debemos encontrar al ladrón de hojas!”, dijo decidida. El árbol Fulgencio, con su voz profunda y calmada, sugirió: “Debemos trabajar juntos y ser muy observadores.”
El búho, con sus ojos grandes y sabios, propuso un plan. “Vigilaremos el bosque por turnos. Yo lo haré por la noche, con mi vista aguda.” El ratón, pequeño pero valiente, añadió: “Y yo me deslizaré entre las sombras para buscar pistas.”
Así comenzó la búsqueda. Por la noche, el búho observaba desde lo alto, y durante el día, la ardilla y el ratón exploraban el suelo del bosque. El árbol Fulgencio, aunque no podía moverse, se mantenía atento y comunicaba a los demás cualquier movimiento sospechoso con sus susurros al viento.
Una noche, el búho vio algo inusual: una sombra se deslizaba sigilosamente entre los árboles. Rápidamente, dio la señal a los demás. La ardilla y el ratón, guiados por el susurro del viento, siguieron a la misteriosa sombra.
Para su sorpresa, descubrieron que no era un ladrón, sino el viento, quien jugaba alegremente con las hojas caídas. “¡No estoy robando las hojas!”, dijo el viento con su voz melodiosa. “¡Estoy bailando con ellas! En otoño, las hojas deben caer para que los árboles descansen y se preparen para el invierno.”
Todos se miraron y se echaron a reír. Habían aprendido una valiosa lección: no todo lo que parece extraño es malo, y a veces, las respuestas están en la naturaleza misma.
Desde ese día, el bosque se llenó de más risas y juegos. La ardilla, el búho, el ratón, el árbol Fulgencio y el viento se convirtieron en aún mejores amigos. Y cada otoño, celebraban juntos el baile de las hojas, recordando el misterio que los había unido aún más.
A partir de ese día, el bosque se llenó de nuevas aventuras. La ardilla, siempre curiosa, organizaba juegos y carreras a través de los árboles, invitando a todos los animales del bosque. El ratón, con su espíritu aventurero, exploraba cada rincón, descubriendo secretos y compartiéndolos con sus amigos.
El árbol Fulgencio, con su sabiduría ancestral, contaba historias del bosque, de los tiempos en que las estrellas hablaban con los árboles y los ríos cantaban canciones de cuna. Su corteza vieja y sus ramas fuertes eran el refugio y el hogar de muchos pájaros y criaturas pequeñas.
El búho, siempre sabio y sereno, enseñaba a los jóvenes animales sobre las estrellas, las fases de la luna y los misterios de la noche. Sus ojos brillaban con conocimiento y bondad, y su vuelo silencioso era una danza en la oscuridad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.