En la antigua Grecia, donde los dioses caminaban entre los mortales y los milagros eran tan comunes como el amanecer, vivía un bebé llamado Hermes. Era un niño travieso, con ojos chispeantes y una sonrisa que ocultaba su astucia. A pesar de su corta edad, Hermes poseía habilidades extraordinarias, y le encantaba usarlas para hacer travesuras.
Un día, Hermes decidió que sería divertido robar las ovejas de Apolo, el dios de la música, la verdad y la profecía. Con una risa juguetona, Hermes guió sigilosamente a las ovejas fuera de los campos de Apolo y las escondió en una cueva secreta. Para asegurarse de que no lo descubrieran, hizo que las ovejas caminaran hacia atrás, confundiendo así sus huellas.
Apolo, al darse cuenta de la desaparición de sus ovejas, quedó perplejo. Conocido por su temperamento sereno y su sabiduría, decidió buscar al culpable. Tras seguir las confusas huellas, llegó a la conclusión de que solo alguien con habilidades divinas podría haber realizado tal hazaña.
Decidido a resolver el misterio, Apolo fue a hablar con Maya, la madre de Hermes. Maya era una mujer de gran belleza y bondad, conocida por su compasión y sabiduría. Al escuchar la acusación de Apolo, Maya se rió con dulzura.
«¿Cómo puedes pensar que un bebé, mi pequeño Hermes, sería capaz de semejante travesura? Debe ser un malentendido», dijo Maya, mirando a su hijo con amor.
Sin embargo, Apolo, guiado por su intuición, no estaba convencido. Decidió vigilar a Hermes, esperando descubrir la verdad.
Mientras tanto, Hermes, consciente de que Apolo lo estaba observando, decidió devolver las ovejas antes de ser descubierto. Pero no sería tan sencillo. Hermes sabía que necesitaba hacer algo especial para distraer a Apolo y escapar sin ser visto.
Así, con una sonrisa traviesa, Hermes inventó la lira, un instrumento musical que nunca antes se había visto. Con habilidad, comenzó a tocar melodías encantadoras que cautivaron a Apolo. El dios de la música, fascinado por los sonidos mágicos, se olvidó momentáneamente de las ovejas y se acercó a Hermes.
«¿Qué es este maravilloso instrumento que tocas, pequeño Hermes?» Preguntó Apolo, completamente hechizado por la música.
Esperando alcanzar un acuerdo, Hermes le ofreció la lira a Apolo. «Es un regalo para ti, a cambio de tu perdón y amistad», propuso Hermes con una sonrisa inocente.
Apolo, impresionado por la genialidad y el talento de Hermes, aceptó la lira. A cambio, le prometió enseñarle todo sobre la música y la poesía. Además, decidió perdonar la travesura de Hermes, reconociendo su espíritu juguetón y su ingenio.
Desde ese día, Hermes y Apolo se convirtieron en grandes amigos. Apolo enseñó a Hermes los secretos de la música, mientras que Hermes compartió con Apolo su astucia y su amor por las bromas.
Juntos, vivieron muchas aventuras, explorando los rincones más remotos de Grecia y aprendiendo el uno del otro. Hermes creció para ser un dios astuto y carismático, amado por muchos y temido por otros. Apolo, por su parte, encontró en Hermes un compañero leal y un amigo que siempre traía alegría y sorpresas a su vida.
La historia de Hermes y Apolo se convirtió en una leyenda, contada de generación en generación. Se decía que su amistad demostraba que incluso los seres más poderosos podían aprender el uno del otro y que las diferencias podían superarse con comprensión y respeto mutuo.
Y así, en la antigua Grecia, Hermes y Apolo continuaron sus aventuras, protegiendo a los mortales, guiando a los héroes y compartiendo la belleza de la música y la sabiduría en todo el mundo. Su legado perduró a través de los siglos, recordándonos el poder de la amistad y la importancia de perdonar y aprender de nuestras travesuras.
Con el paso del tiempo, Hermes y Apolo se convirtieron en símbolos de armonía y cooperación. La lira que Hermes había creado y regalado a Apolo se convirtió en un tesoro celestial, admirado por dioses y mortales por igual. Pero la historia no termina aquí. La amistad entre Hermes y Apolo llevó a una serie de aventuras y desafíos que forjaron aún más su unión y les enseñaron valiosas lecciones.
Un día, Maya, preocupada por el creciente poder de los dioses del Olimpo y su influencia en los mortales, convocó a Hermes y Apolo. «Mis queridos hijos», comenzó Maya, «el mundo de los mortales está en un delicado equilibrio. Vuestra influencia puede traer gran bien, pero también potencial desorden. Debéis usar vuestros dones con sabiduría y siempre en busca del bien mayor.»
Hermes, con su habitual sonrisa traviesa, asintió. «Entiendo, madre», dijo. «Usaré mi astucia para el bien y para proteger a aquellos que lo necesiten.»
Apolo, con su mirada serena y pensativa, también accedió. «Haré lo mismo. Mi música y mis dones proféticos serán una guía para aquellos en busca de la verdad y la armonía.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.