Érase una vez en un pequeño pueblo lleno de colores brillantes y risas, donde vivía un niño llamado Diego. Diego era muy curioso y siempre quería explorar y descubrir cosas nuevas. Tenía una mente bulliciosa, activa y un espíritu libre. Sus amigos, Sofía y Mateo, lo seguían a todas partes, ansiosos por vivir aventuras inolvidables. Los tres eran inseparables y pasaban horas jugando en el parque, corriendo entre los árboles y creando mundos de fantasía.
Un día, mientras jugaban en el parque, Diego encontró un mapa viejo y desgastado escondido bajo una roca. Su emoción era evidente, ya que el mapa mostraba un camino que conducía a un bosque misterioso. Sofía y Mateo se acercaron rápidamente a ver qué había encontrado. «¡Mirad!» grito Diego, «¡esto nos llevará a una gran aventura!»
Los tres amigos decidieron seguir el mapa, y así, con el corazón latiendo de emoción y un poco de miedo, se adentraron en el bosque. A medida que caminaban, los árboles se volvían más altos y las sombras más profundas. Pronto llegaron a un claro donde encontraron un castillo encantado. Sus paredes eran de un color azul brillante y se adornaban con flores que parecían estar hechas de joyas.
“¡Guau! ¡Es hermoso!” exclamó Sofía, mientras miraba maravillada las luces que danzaban alrededor del castillo. Mateo, que siempre había sido más cauteloso, comenzó a sentirse un poco inquieto. “Voy a regresar a casa,” dijo, “esto se siente un poco extraño.” Pero Diego, el líder de sus aventuras, lo animó a quedarse. “No tengas miedo, Mateo. Solo será una pequeña exploración. Vamos a ver qué hay adentro.”
Así, se acercaron al castillo. La puerta estaba entreabierta, y al empujarla se encontraron con un gran vestíbulo lleno de espejos y luces parpadeantes. Era como si estuvieran dentro de un sueño. De repente, una voz dulce y melodiosa resonó en el aire. «Bienvenidos, queridos niños. Soy Lúmina, la guardiana de este castillo. He estado esperándolos.»
Los ojos de los tres amigos se abrieron de par en par al escuchar la voz. “¿Quién eres?” preguntó Diego, intrigado. “Soy un espíritu que cuida de este lugar mágico. Necesito su ayuda, pues he perdido mi poder de iluminar el bosque, y sin él, todo se está volviendo oscuro y triste”, explicó Lúmina.
“¿Cómo podemos ayudarte?” inquirió Sofía, llenándose de valor. Lúmina sonrió. “Deben participar en tres retos. Si logran superarlos, yo recuperaré mi luz y el bosque se llenará de alegría nuevamente.”
Diego, emocionado, aceptó rápidamente el desafío, mientras Mateo parecía más nervioso. “¡No te preocupes, Mateo! ¡Juntos lo lograremos!” le aseguró Sofía.
El primer reto era cruzar un río de agua brillante custodiado por unos sapos parlantes. “¿Por qué deben cruzar?” preguntó un sapo con una voz profunda. “Debemos ayudar a Lúmina a recuperar su poder”, respondió Diego con determinación. “Entonces, deben resolver un acertijo,” dijo el sapo. “Si lo logran, podrán cruzar. Aquí va: ¿Qué es lo que se eleva y nunca se cae, y lo que baja y nunca se queda en el suelo?”
Los niños pensaron y pensaron. Finalmente, Sofía exclamó: “¡La edad! ¡Eso nunca se cae, y lo que baja siempre regresa!” Los sapos asintieron, satisfechos, y dejaron que cruzaran el río.
El segundo reto fue enfrentar a la brisa juguetona que revoloteaba por el lugar. “Debéis atraparme, si lo logran, les daré un hilo dorado que los llevará al siguiente reto,” dijo la brisa riendo. Sofia, Diego y Mateo comenzaron a correr tras ella, riendo y jugando. Tal fue la alegría que la brisa, divertida, decidió dejar hacerse atrapar. Fue un momento de pura felicidad y amistad. “Aquí tienen el hilo dorado,” dijo la brisa, mientras se detenía ante ellos.
Finalmente, el tercer reto era construir un puente hecho de sueños. “Necesitan cerrar los ojos y pensar en sus sueños más grandes. Sus pensamientos deben unirse y crear algo mágico para que el puente se materialice,” dijo Lúmina. El grupo cerró los ojos y soñó juntos: Diego soñó con explorar el mundo; Sofía soñó con ser una gran artista; y Mateo soñó con ser un aventurero. Sus deseos se unieron como luces brillantes, formando un hermoso puente de colores.
Con el puente construido, cruzaron y finalmente llegaron a un hermoso jardín lleno de flores que nunca antes habían visto, donde Lúmina los esperó con una gran sonrisa. “¡Lo lograron! Gracias a ustedes, he recuperado mi poder,” dijo ella, y en un destello de luz, el bosque cobró vida. Las flores comenzaron a cantar y los árboles se llenaron de colores vibrantes.
“Ahora, pueden volver a su hogar, llevándose una pequeña luz de este lugar mágico,” dijo Lúmina mientras les entregaba una pequeña chispa de luz a cada uno. “Recuerden, siempre que sientan miedo o duden, solo deben pensar en su luz interior y en sus sueños.”
Diego, Sofía y Mateo regresaron a casa, sintiéndose más valientes y felices que nunca. Aprendieron que no había nada de malo en buscar aventuras y que los verdaderos retos sólo requerían trabajo en equipo, amistad y un poco de imaginación. Nunca olvidaron su día en el bosque encantado, y siempre llevaron consigo la luz que Lúmina les había dado, pues esa luz representaba su propio potencial para iluminar cualquier camino que decidieran tomar.
Y así, los tres amigos continuaron explorando el mundo a su manera, cada día lleno de sueños, aventuras y risas. Aprendieron que, aunque las reglas y la autoridad eran necesarias a veces, lo más importante era creer en ellos mismos y en la magia de la amistad. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.