Había una vez, en un pueblito cercano a un gran lago, una niña valiente y curiosa llamada Millie. Cada noche, como parte de su ritual, Millie jugaba en la orilla del lago, lanzando piedrecitas al agua para ver cuántas veces rebotaban en la superficie antes de hundirse.
Una noche, mientras el cielo parpadeaba con estrellas y la luna se reflejaba en el lago como una moneda de plata, un pájaro nocturno sobrevoló sobre Millie. El susto la hizo perder el equilibrio y, con un pequeño grito, se encontró cayendo al agua fría.
La corriente era fuerte y, aunque Millie sabía nadar, la sorpresa de la caída la dejó sin aliento. Luchó contra el agua y, exhausta, finalmente se aferró a un tronco que flotaba cerca. El vaivén de las olas la mecía suavemente y, sin darse cuenta, sus ojos se cerraron y cayó en un profundo sueño.
Al amanecer, el tronco había llegado a la orilla de un bosque desconocido. Millie despertó con el canto de los pájaros y las primeras luces del día, que parecían bailar entre las ramas de los árboles.
Desorientada, pero intrigada, siguió las luces que la llevaban por un sendero repleto de flores que brillaban como luciérnagas.
No tardó en llegar a una encrucijada con tres caminos. Uno continuaba recto, y los otros dos se desviaban a la derecha e izquierda. Justo cuando se disponía a elegir, dos figuras aparecieron de los caminos laterales: un niño con una sonrisa amigable y una niña con ojos llenos de determinación. Eran Agusto y Nishua.
Los tres niños intercambiaron historias y decidieron que era más seguro avanzar juntos. Las luces los guiaron hasta una casa que parecía abandonada, con un jardín silvestre y ventanas que ocultaban más secretos que interior.
¿Entramos? — Preguntó Millie, y aunque el miedo hacía que su voz temblara, su espíritu de aventura era más fuerte.
Los tres niños entraron y exploraron la casa hasta dar con una habitación donde una anciana los esperaba. Era una bruja, pero no como las de los cuentos que les contaban para asustarlos.
Esta bruja estaba atrapada en su propia casa por un hechizo que ella misma había conjurado por error.
Conmovidos por la historia de la bruja, los niños decidieron ayudarla. Juntos, exploraron libros antiguos de hechizos y recogieron ingredientes mágicos del bosque.
El tiempo pasaba y la amistad entre Millie, Agusto, Nishua y la bruja florecía. Pero el hechizo era fuerte y requería algo más que ingredientes y palabras mágicas: requería el poder puro de la amistad.
Una mañana, mientras la bruja preparaba un nuevo hechizo, los niños se dieron cuenta de que su conexión podía ser la clave. Unieron sus manos, y con sus corazones latiendo al unísono, pronunciaron el hechizo.
La casa tembló, las luces del bosque se intensificaron y, de repente, todo quedó en calma. La bruja, liberada al fin, les agradeció con lágrimas en los ojos.
Conclusión:
Millie, Agusto y Nishua habían aprendido que la amistad verdadera era un lazo fuerte, capaz de romper cualquier hechizo. Juntos habían enfrentado sus miedos y ayudado a alguien en necesidad.
Y aunque eventualmente encontraron el camino de regreso a casa, nunca olvidaron el secreto del Bosque Luminoso ni la aventura que había fortalecido su amistad para siempre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.