En la cordillera de la zona central, un poco más arriba del pequeño pueblo de Coya, por la ribera sur del correntoso río Cachapoal, se encuentra una comunidad rural llamada Chacayes. En este lugar, famoso por sus montañas y sus verdes praderas, existe una quebrada conocida como la Quebrada del Infiernillo. Aunque hoy parezca tranquila, en el rincón más escondido de esta quebrada, bajo un enorme peumo, aflora una vertiente de agua cristalina que guarda secretos de un pasado cercano, cuando los carboneros del fundo solían descansar y pernoctar allí después de largas jornadas de trabajo.
Era común escuchar a los viejos contar historias misteriosas sobre ese rincón, donde decían que vivía un animal mitológico llamado el Culebrón. Este ser, mitad serpiente, mitad dragón, de tamaño descomunal, tenía un cuerpo cubierto de escamas brillantes que reflejaban la luz del sol y unos ojos amarillos que parecían quemar en la oscuridad. Se suponía que su silbido agudo era tan intenso que podía asustar hasta a los más valientes. La leyenda decía que el Culebrón era el guardián del bosque y que, cuando alguien se atrevió a perturbar su reino, su silbido anunciaba que pronto vendría a reclamar su territorio.
Yo, que ahora vivo muy cerca de la quebrada, casi tocando ese rincón del Infiernillo, siempre he sentido una mezcla de curiosidad y respeto por aquel mito. En las tardes, cuando el sol comienza a esconderse y el monte empieza a dormitar, me asomo a la quebrada con un mate en la mano o para dar las últimas caladas a mi vieja pipa. Si uno se esfuerza en afinar el oído, es posible percibir el lejano y penetrante silbido del Culebrón, como si estuviera buscando alguna presa o simplemente haciendo sentir su presencia en el bosque.
Una tarde, mientras disfrutaba del atardecer y del olor a eucaliptus húmedo, conocí a Pedro, un niño de mi edad que había llegado con su familia a vivir temporalmente al fundo. Pedro era curioso, valiente y soñador, y cuando le conté sobre el Culebrón y el rincón bajo el peumo, sus ojos se iluminaron. Decidimos, sin perder tiempo, que esa misma tarde iríamos juntos a investigar la quebrada y comprobar si la leyenda del Culebrón era real o solo un cuento para asustar a los carboneros.
Nos acercamos sigilosamente bajo la sombra fresca de los peumos gigantes y encontramos la vertiente. El agua salía limpia y fría, borboteando entre las piedras y musgos verdes. El lugar tenía una belleza misteriosa y un silencio profundo que parecía conservar secretos antiguos. Mientras nos sentábamos a descansar y sorber el mate, escuchamos de repente un silbido agudo y distante que recorrió la quebrada como un eco fantasmagórico. Pedro se quedó inmóvil, sus ojos grandes y fijos en la espesura del bosque que parecía esconder algo enorme, algo que miraba desde la penumbra.
Con el pulso acelerado, le propuse seguir el sonido, pero Pedro, con mucho más coraje del que yo había pensado, asintió y juntos nos adentramos entre los árboles. Caminamos con cautela, disfrutando del aroma de la tierra mojada y el crujir de las hojas secas bajo nuestros pies hasta que llegamos a un claro donde la luz del atardecer dibujaba extrañas figuras en el suelo. Allí, entre las raíces de un viejo peumo, apareció una sombra enorme y sinuosa que se movía con elegancia.
El Culebrón estaba frente a nosotros, enorme pero majestuoso. Su piel parecía brillar con reflejos verdes y dorados, y sus ojos originales amarillos nos miraban con curiosidad más que con amenaza. No era un ser malvado, sino protector. Con una voz suave, que parecía un susurro en el viento, nos habló. Nos contó que él cuidaba la quebrada y su entorno porque allí se encontraba la vida más pura y antigua, un refugio para muchas criaturas y plantas que necesitaban del agua y la sombra.
El Culebrón nos explicó que el silbido era su manera de avisar a quienes se acercaran que debían respetar la naturaleza y no dañarla. Durante años, había mantenido a salvo el rincón del Infiernillo, un lugar sagrado para el bosque y todos sus habitantes. Nos pidió que ayudáramos a cuidar el lugar y a difundir ese respeto entre las personas que vivían en Chacayes y sus alrededores.
Pedro y yo prometimos que lo haríamos y, para sellar el compromiso, el Culebrón nos regaló una pequeña escama brillante, pero nos advirtió que solo la usaríamos en momentos de verdadera necesidad, porque era un símbolo de confianza y amistad con la naturaleza.
A partir de aquel día, visitamos la quebrada a menudo, cuidando la vertiente y enseñando a otros niños y adultos la importancia de respetar los bosques y sus misterios. El miedo inicial que tenía la gente ante el Culebrón se transformó en un profundo respeto y admiración. Ya nadie temía su silbido; al contrario, era un recordatorio de que la naturaleza estaba viva y necesitaba ser protegida.
Las leyendas, a veces, no son solo historias para asustar, sino mensajes para aprender y vivir en armonía con el mundo que nos rodea. Gracias al Culebrón, entendimos que cada rincón del monte tiene su alma y que debemos cuidarla con amor y cuidado. Ahora, cada vez que escucho el silbido agudo al caer la tarde, sé que es el Culebrón reclamando no una presa, sino la atención y el respeto hacia su hogar, y me siento orgulloso de ser su amigo y guardián junto a Pedro y todos aquellos que amamos el bosque.
Así, la quebrada del Infiernillo y su rincón bajo el peumo siguen siendo un lugar mágico, un puente entre el pasado y el presente, entre la realidad y la fantasía, donde el Culebrón aún vive y susurra al viento que la naturaleza es y siempre será un tesoro que merece ser protegido por todos nosotros. Y esa es la historia que ahora comparto contigo, para que nunca olvides escuchar con atención el silbido del viento, porque a veces, solo a veces, es el Culebrón que nos habla y nos invita a cuidar el mundo con el corazón abierto.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.