Había una vez una niña llamada Luna, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques encantados. Luna era una niña curiosa y valiente, siempre deseosa de explorar el mundo que la rodeaba. Tenía grandes ojos azules que brillaban como estrellas y una sonrisa que iluminaba hasta los días más nublados.
Cada tarde, después de terminar sus tareas, Luna se aventuraba en el bosque detrás de su casa. Allí, los árboles susurraban secretos y los pájaros cantaban melodías dulces. Un día, mientras caminaba por un sendero cubierto de flores silvestres, se encontró con su mejor amiga, Valeria. Valeria era una niña alegre y risueña con cabellos dorados como el sol. Siempre estaba inventando juegos y aventuras, y juntas compartían un lazo especial, como dos estrellas que brillaban en la misma noche.
—¡Luna, ven rápido! —gritó Valeria mientras saltaba emocionada—. ¡He encontrado algo increíble!
Luna corrió hacia su amiga y la siguió hasta un claro del bosque, donde el sol filtraba sus rayos a través de las hojas. En el centro del claro, había un jardín extraordinario, lleno de flores de todos los colores del arcoíris. Pero lo más asombroso de aquel jardín era que las flores no solo eran hermosas, sino que también parecían estar hablando.
—¿Has visto alguna vez algo así? —preguntó Valeria asombrada.
—¡Nunca! —respondió Luna, con los ojos bien abiertos—. ¡Vamos a escuchar lo que dicen!
Ambas se acercaron a las flores, y al instante, comenzaron a oír sus melodiosas voces.
—¡Hola, amigas! —dijeron en coro las flores—. Bienvenidas al Jardín de la Luz Lunar.
Luna y Valeria se miraron emocionadas. Inmediatamente, quisieron saber más.
—¿Por qué se llama así? —preguntó Luna.
—Porque solo en noches de luna llena, cobramos vida —respondió una flor de un brillante color violeta—. Nos encanta bailar bajo la luz de la luna y contar historias.
Valeria, siempre llena de energía, exclamó:
—¡Oh, qué bien! ¡Nos encantaría quedarnos y escuchar esas historias!
—¿Y cómo podemos hacerlo? —preguntó Luna, con la ilusión iluminando su rostro.
—Tendrán que ayudarnos a preparar nuestra fiesta lunar —dijo una flor amarilla, que parecía ser la más anciana de todas—. Si nos ayudan, les contaremos el más maravilloso cuento de todas nuestras vidas.
Las niñas asintieron entusiasmadas. No podían imaginar un mejor plan. Entonces, las flores comenzaron a guiarlas por el jardín, mostrando cómo debían recoger pétalos frescos, germinar semillas mágicas y recoger pequeñas piedras brillantes que sirvieron para adornar el jardín.
Mientras trabajaban, las flores cantaban canciones que resonaban en el aire, llenándolo con melodías alegres. Luna y Valeria, riendo y jugando, se unían a las canciones, creando un ambiente de felicidad.
En medio de la diversión, un pequeño conejo se acercó a las niñas. Tenía grandes orejas y un pelaje suave y blanco como la nieve.
—¡Hola! —dijo el conejo, saltando felizmente—. Soy Nube, el guardián de este jardín. ¿Qué hacen aquí?
—Estamos ayudando a las flores para la fiesta lunar —respondió Valeria, con una gran sonrisa—. ¡Queremos escuchar historias!
Nube, con su mirada curiosa, decidió unirse a las niñas y las flores en la preparación. Desde ese momento, el jardín se llenó de risas y alegría mientras todos colaboraban.
Con el trabajo concluido, el sol se comenzaba a ocultar, y el cielo se llenaba de tintes naranja y rosa. Las flores empezaron a prepararse para la noche mágica. De repente, la luna apareció, brillando más que nunca.
—¡Es hora de la fiesta! —anunciaron las flores—. ¡Bailen, bailen!
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.