Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de alegría, un parque muy especial donde los niños se reunían para jugar y hacer nuevos amigos. Este parque tenía columpios, toboganes y muchos árboles que daban sombra en los días soleados. Un día, el sol brillaba intensamente y el cielo estaba azul, perfecto para una gran aventura.
Luis, un niño de cinco años con el cabello castaño y una camiseta verde, estaba emocionado por ir al parque. Su mamá le había dicho que podría conocer a nuevos amigos. Luis se subió a su bicicleta y pedaleó hasta el parque, donde ya podía escuchar las risas de otros niños.
Al llegar, Luis vio a Sofía, una niña de cuatro años con cabello rubio y un vestido rosa. Sofía estaba jugando en el arenero, construyendo un gran castillo de arena. Luis se acercó y le dijo:
—¡Hola! Me llamo Luis. ¿Puedo ayudarte a construir tu castillo?
Sofía levantó la vista y sonrió ampliamente.
—¡Claro que sí! —respondió—. Me llamo Sofía. ¡Vamos a hacerlo el castillo más grande de todos!
Mientras trabajaban juntos, otro niño se acercó. Era Carlos, un niño de cinco años con cabello negro y una camiseta azul. Carlos llevaba una pelota bajo el brazo y miraba con curiosidad el castillo de arena.
—¡Hola! Soy Carlos. ¿Puedo jugar con ustedes? —preguntó.
Luis y Sofía asintieron con entusiasmo.
—¡Claro que sí, Carlos! —dijo Sofía—. Puedes ayudarnos con las torres.
Los tres niños comenzaron a trabajar juntos, riendo y divirtiéndose mientras construían el castillo más increíble que habían visto. Poco después, una niña con cabello rojo y un vestido amarillo se acercó corriendo. Era Mónica, una niña de cuatro años, y parecía muy emocionada.
—¡Hola! Me llamo Mónica. ¿Qué están haciendo? —preguntó.
—Estamos construyendo un castillo de arena —respondió Luis—. ¿Quieres unirte a nosotros?
—¡Sí! —exclamó Mónica—. ¡Me encantan los castillos de arena!
Los cuatro niños trabajaron juntos, añadiendo detalles y decoraciones al castillo. Luis hizo las murallas, Sofía hizo las torres, Carlos hizo un puente levadizo y Mónica añadió conchitas y piedras para decorar.
Cuando terminaron, se sentaron alrededor del castillo, admirando su trabajo.
—¡Es el mejor castillo de arena del mundo! —dijo Sofía.
—¡Sí, lo es! —agregó Carlos—. ¡Somos un gran equipo!
Luis, Sofía, Mónica y Carlos se levantaron y decidieron explorar el parque juntos. Corrieron hacia los columpios y comenzaron a balancearse alto en el aire. Las risas de los niños llenaron el parque, y todos los demás niños se detuvieron a mirar su alegría.
Luego, fueron al tobogán y se deslizaron uno tras otro, gritando de emoción. El parque era un lugar lleno de magia y diversión, y los cuatro amigos no podían estar más felices.
Después de un rato, decidieron sentarse bajo un gran árbol y compartir sus meriendas. Luis tenía galletas, Sofía tenía manzanas, Carlos tenía zanahorias y Mónica tenía uvas. Compartieron su comida, riendo y hablando sobre sus cosas favoritas.
—Me encantan los dinosaurios —dijo Luis—. ¿Y a ustedes?
—A mí me gustan las mariposas —dijo Sofía.
—A mí me gustan los robots —dijo Carlos.
—Y a mí me gustan los unicornios —dijo Mónica.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.