Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, dos grandes amigos llamados Fernanda y Fabricio. Fernanda era una niña alegre con una sonrisa brillante que siempre llevaba consigo una canasta llena de dulces. Fabricio, su mejor amigo, era un niño con rizos y una gran curiosidad por el mundo que lo rodeaba. Juntos, pasaban sus días explorando los bosques y praderas cercanas a su hogar, siempre en busca de nuevas aventuras.
Un día, mientras paseaban por el bosque, encontraron un sendero cubierto de flores que nunca antes habían visto. Decidieron seguirlo, intrigados por descubrir a dónde los llevaría. A medida que avanzaban, notaron que el aire se llenaba de un suave aroma a flores y miel. El sendero los condujo hasta un claro rodeado de árboles altísimos y coloridos, donde se alzaban miles de mariposas brillantes que revoloteaban por doquier.
«¡Mira, Fernanda! ¡Es un bosque de mariposas!» exclamó Fabricio, maravillado por la belleza del lugar.
«¡Es increíble, Fabricio! Nunca había visto tantas mariposas juntas y de tantos colores diferentes», respondió Fernanda con los ojos llenos de asombro.
Las mariposas, al ver a los niños, se acercaron amistosamente. Una de ellas, más grande y brillante que las demás, se posó en la mano de Fabricio. «Hola, pequeños aventureros. Bienvenidos al Bosque de las Mariposas. Mi nombre es Luminia, la líder de las mariposas mágicas de este bosque. ¿Qué los trae por aquí?»
«Estamos explorando y buscando nuevas aventuras», dijo Fernanda. «Y parece que encontramos un lugar maravilloso.»
Luminia sonrió y desplegó sus alas. «¡Entonces han venido al lugar indicado! Este bosque está lleno de magia y sorpresas. Pero antes de continuar, debemos pedirles un favor. Un malvado duende llamado Zarcus ha robado nuestro tesoro de luz y ha escondido los cristales en diferentes partes del bosque. Sin esos cristales, nuestras luces se apagarán y el bosque perderá su magia.»
Fernanda y Fabricio se miraron y, sin dudarlo, aceptaron ayudar a Luminia y a las mariposas. «¡Claro que sí! ¿Cómo podemos encontrar esos cristales?» preguntó Fabricio.
Luminia les entregó un pequeño mapa que mostraba las ubicaciones aproximadas de los cristales de luz. «Sigan este mapa y encontrarán los cristales. Pero tengan cuidado, Zarcus ha dejado trampas en el camino para evitar que los recuperemos.»
Armados con el mapa y su valentía, Fernanda y Fabricio se adentraron en el bosque, siguiendo las indicaciones de Luminia. A medida que avanzaban, encontraron todo tipo de criaturas mágicas que los ayudaban en su misión. Un conejo con orejas largas les mostró un atajo para evitar una trampa de Zarcus, mientras que un pájaro cantor les guió con su melodía hacia un claro donde se encontraba el primer cristal.
El cristal brillaba intensamente, y al tocarlo, Fernanda sintió una calidez reconfortante. «¡Uno menos, Fabricio! Vamos por el siguiente», dijo con determinación.
Continuaron su búsqueda, enfrentando desafíos y resolviendo acertijos. En una ocasión, tuvieron que cruzar un puente de piedras flotantes sobre un río de miel. Con la ayuda de un grupo de ranas cantarinas, lograron cruzar sin caer. En otra, encontraron una cueva oscura y llena de murciélagos amistosos que los guiaron hacia el segundo cristal.
Finalmente, solo quedaba un cristal por encontrar. Según el mapa, estaba escondido en el corazón del bosque, en un árbol gigante que tocaba el cielo. Al llegar al árbol, vieron a Zarcus, el duende malvado, vigilando el cristal. Zarcus era pequeño pero astuto, y al ver a los niños, rió con malicia. «¡Nunca recuperarán este cristal! El bosque de las mariposas será mío para siempre», gritó.
Fernanda y Fabricio no se dejaron intimidar. Recordaron las palabras de Luminia y sabían que debían actuar con valentía. «No podemos dejar que Zarcus gane. Tenemos que pensar en algo», dijo Fabricio.
Fernanda, mirando su canasta de dulces, tuvo una idea. «¡Fabricio, tengo una idea! Vamos a distraerlo con estos dulces.»
Los niños se acercaron a Zarcus y, con una sonrisa, le ofrecieron los dulces. «Hola, Zarcus. Sabemos que has estado cuidando de este cristal. Queremos darte estos dulces como muestra de amistad», dijo Fernanda.
Zarcus, sorprendido por la amabilidad de los niños, se acercó y probó un dulce. Su rostro se iluminó y, por un momento, olvidó su maldad. «Estos son los dulces más deliciosos que he probado», dijo con una sonrisa. Aprovechando la distracción, Fabricio tomó el cristal y lo guardó en su mochila.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.