En un reino gobernado por el noble Rey Edric, había una leyenda que contaba la historia de una corona de oro, perdida en las profundidades de una montaña oscura, custodiada por un dragón feroz. Esta no era una corona cualquiera, pues se decía que otorgaba al portador sabiduría sin igual y el poder de entender el lenguaje de todas las criaturas del reino.
Rey Edric, atraído por la promesa de una gobernación más sabia y justa, decidió un día partir en busca de la corona. Su hermana, la Princesa Alia, temía por su vida, pues muchos valientes habían intentado antes recuperar la corona y ninguno había regresado.
La noche antes de la partida del Rey, la Princesa Alia, incapaz de disuadir a su hermano, buscó la ayuda de su mejor amiga, Lila, una niña conocida en el reino por su astucia e ingenio. Juntas, idearon un plan para acompañar al Rey en secreto y asegurarse de que regresara sano y salvo.
Al alba, el Rey partió con su caballo y su espada, mientras la princesa y Lila lo seguían de cerca, disfrazadas de mercaderes. Viajaron durante días, atravesando bosques encantados y ríos tumultuosos, hasta llegar a la base de la montaña donde, según las leyendas, vivía el dragón.
El camino hacia la cima estaba plagado de acertijos y trampas mágicas, pruebas puestas por el dragón para disuadir a los intrusos. El Rey, valiente pero no siempre sabio, resolvió los primeros acertijos por fuerza bruta, pero pronto se encontraron frente a un desafío que no podía solucionarse con la espada: un acertijo que requería conocer los secretos del corazón.
Fue aquí donde Lila intervino. Susurró al oído del Rey la solución, que había deducido observando las flores y los árboles que crecían alrededor: «El dragón busca un corazón valiente, pero también compasivo y sabio.»
Con la respuesta correcta, la montaña les permitió pasar al último tramo, donde finalmente se encontraron cara a cara con el dragón. Era una criatura imponente, con escamas que reflejaban el resplandor de la corona dorada que yacía detrás de él.
El Rey, listo para luchar, desenvainó su espada, pero Lila le pidió que esperara. Se acercó al dragón y habló con valentía: «Gran dragón, no venimos a luchar, sino a entender. Comparte con nosotros la sabiduría de la corona, y prometemos usarla para mejorar nuestro reino.»
El dragón, que había esperado durante siglos a alguien que deseara la sabiduría más que el poder, sonrió y movió su enorme cabeza en señal de aprobación. Permitió que el Rey tomara la corona, no por la fuerza, sino por el respeto y la comprensión mostrados.
Rey Edric, profundamente conmovido por las acciones de Lila y la princesa, colocó la corona sobre su cabeza y de inmediato sintió una oleada de comprensión y empatía hacia todas las criaturas de su reino. Regresaron juntos al castillo, donde el Rey, ahora sabio, gobernó con justicia y bondad por muchos años.
Desde entonces, el reino floreció como nunca antes, guiado por un rey que había aprendido que la verdadera sabiduría reside en escuchar y entender, no solo en gobernar. Y así, gracias a la valentía de una niña y la preocupación de una hermana, el reino vivió en paz y prosperidad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.