En una pequeña aldea rodeada de colinas y vastos campos verdes, vivía una niña llamada Vera. Vera era conocida por su curiosidad insaciable y su amor por las estrellas. Cada noche, antes de dormir, Vera se asomaba a la ventana de su habitación para saludar a las estrellas, convencida de que ellas le sonreían de vuelta desde el cielo nocturno.
Una noche especial, mientras el resto de la aldea dormía plácidamente, Vera vio algo que capturó su corazón por completo. Una estrella fugaz, más brillante y hermosa que ninguna otra que hubiera visto antes, cruzó el cielo dejando tras de sí un rastro de luz deslumbrante. Pero esta no era una estrella ordinaria; en su trayectoria, parecía dirigirse justo hacia la ventana de Vera.
Con los ojos abiertos de par en par y el corazón latiendo de emoción, Vera vio cómo la estrella fugaz se detenía justo frente a su ventana, transformándose en una figura etérea y brillante. La estrella, ahora con forma casi humana, le sonrió a Vera y con una voz suave y melódica, le habló.
«Querida Vera,» comenzó la estrella, «he viajado a través del cielo nocturno para entregarte un mensaje muy especial. Pero necesito tu ayuda. Mi luz se está apagando, y si no regreso pronto al cielo, me extinguiré para siempre. ¿Me ayudarás a volver a casa?»
Vera, sin dudarlo ni un segundo, asintió entusiasmada. Sabía que estaba a punto de embarcarse en la aventura más extraordinaria de su vida. La estrella, agradecida, le otorgó a Vera un regalo mágico: una varita que brillaba con luz de estrella. «Con esto podrás ayudarme,» dijo la estrella, «pero también descubrirás el poder de tu propia magia.»
Así comenzó la aventura de Vera. Con la varita en mano, y guiada por la estrella, recorrieron la aldea mientras todos dormían. La estrella le enseñó a Vera cómo usar la varita para hacer magia, cómo hacer que las flores brillen en la oscuridad y cómo conversar con los animales nocturnos.
Pero no todo sería tan sencillo. Para regresar al cielo, la estrella necesitaba recoger fragmentos de luz estelar que se habían dispersado por la tierra al caer. Juntas, Vera y la estrella, viajaron por bosques susurrantes y colinas dormidas, recolectando la luz perdida. Con cada fragmento recolectado, la estrella recuperaba un poco de su brillo.
Finalmente, después de una noche llena de maravillas y descubrimientos, reunieron toda la luz estelar necesaria. Era el momento de despedirse. Vera, aunque triste por la partida de su nueva amiga, sabía que la estrella debía volver a su hogar en el cielo.
Con un último acto de magia, y con la aldea como testigo silencioso de su hazaña, Vera ayudó a la estrella a ascender de nuevo al cielo. La estrella, ahora completamente restaurada, brilló más fuerte que nunca, enviando un destello de agradecimiento a Vera desde lo alto.
La aldea despertó al día siguiente sin saber que, en la quietud de la noche, una de sus pequeñas había vivido una aventura extraordinaria. Vera, con la varita de luz estelar en mano, sabía que aunque la estrella había regresado al cielo, la magia y la amistad que habían compartido permanecerían con ella siempre.
Y cada noche, al mirar las estrellas, Vera recordaba su aventura y sonreía, sabiendo que en algún lugar, allá arriba, tenía una amiga que brillaba más fuerte por ella.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.