En un pequeño y apartado reino, rodeado por espesos bosques y montañas escarpadas, existía una curiosa maldición que afectaba a dos niños desde su nacimiento. Aradia, una niña con una melena plateada que brillaba como la luna llena, y Sariel, un niño con el cabello dorado como los primeros rayos del sol, vivían bajo los efectos de una maldición que solo les permitía salir en momentos específicos del día.
Aradia solo podía vagar libremente durante la noche. Su piel reflejaba la luz de las estrellas y sus ojos brillaban como dos luceros en la oscuridad. Amaba la tranquilidad de la noche, el canto de los grillos y el aullido distante de los lobos. Sin embargo, se sentía sola, ya que no podía compartir estos momentos con Sariel.
Sariel, por otro lado, solo podía salir durante el día. Su risa resonaba con el canto de los pájaros y su presencia iluminaba los campos y los bosques. Adoraba el calor del sol en su rostro y la vivacidad de los colores del día. Pero al igual que Aradia, se sentía solo, deseando compartir sus aventuras diurnas con ella.
La maldición que los separaba había sido impuesta por un antiguo hechicero que, celoso del poder y la belleza de la luz y la oscuridad combinadas, decidió mantenerlos separados para siempre. Sin embargo, había un momento raro y especial cuando podían estar juntos: durante un eclipse. En esos breves instantes, cuando el sol y la luna se alineaban perfectamente, la maldición se rompía y los dos niños podían reunirse.
Una noche, mientras Aradia observaba el cielo estrellado desde su ventana, notó algo diferente. La luna estaba en una posición inusual, y recordó las viejas historias que hablaban de los eclipses. Su corazón comenzó a latir con fuerza cuando se dio cuenta de que pronto habría un eclipse. Corrió hacia su lugar secreto en el bosque, donde sabía que encontraría a Sariel.
Sariel, también atento al cielo, había notado los mismos cambios y se dirigía rápidamente al claro del bosque. Los dos niños se encontraron justo cuando la sombra de la luna comenzaba a cubrir el sol. Los primeros rayos del eclipse bañaron el bosque con una luz mágica, y Aradia y Sariel sintieron una oleada de energía cuando se tomaron de las manos.
«¡Aradia! ¡Lo logramos!» exclamó Sariel, sus ojos dorados brillando con alegría.
«Sí, Sariel, estamos juntos de nuevo», respondió Aradia, su voz llena de emoción.
Sabían que el tiempo era limitado, así que aprovecharon cada segundo. Corrieron por el bosque, riendo y jugando, compartiendo historias de sus vidas separadas. Aradia le habló de los misterios de la noche, de las criaturas que solo se veían bajo la luz de la luna, y de las estrellas fugaces que había visto. Sariel, a su vez, le contó sobre los campos de flores que se abrían al amanecer, de los animales que se despertaban con el sol, y de los colores vibrantes que llenaban el día.
La magia del eclipse también trajo consigo habilidades especiales. Aradia descubrió que podía invocar pequeñas estrellas que flotaban a su alrededor, iluminando su camino. Sariel, por otro lado, podía hacer que las plantas crecieran y florecieran instantáneamente con solo tocarlas. Juntos, transformaron el claro del bosque en un paraíso encantado.
Mientras el eclipse llegaba a su fin, sabían que pronto tendrían que separarse de nuevo. Sin embargo, habían hecho una promesa. Buscarían una manera de romper la maldición para siempre. Con cada eclipse, se volverían más fuertes y aprenderían más sobre la magia que los rodeaba.
Los días y las noches pasaban, y aunque solo podían estar juntos durante los eclipses, su vínculo se hacía cada vez más fuerte. Aradia, en sus noches solitarias, estudiaba los antiguos libros de hechizos que había encontrado en una biblioteca oculta en el bosque. Sariel, durante sus días, hablaba con los animales y las plantas, buscando pistas y consejos sobre cómo romper la maldición.
Un día, Sariel encontró un viejo roble que hablaba. El árbol le contó sobre un amuleto mágico escondido en una cueva profunda, más allá de las montañas. Este amuleto tenía el poder de romper cualquier maldición, pero solo podría ser encontrado si ambos niños trabajaban juntos. Sariel sabía que tendría que esperar hasta el próximo eclipse para compartir esta noticia con Aradia.
Finalmente, el día del eclipse llegó. Aradia y Sariel se encontraron en el claro del bosque, y Sariel le contó sobre el amuleto mágico. Decidieron que en ese mismo momento, durante el eclipse, emprenderían su viaje hacia la cueva.
El camino fue largo y lleno de desafíos. Tuvieron que cruzar ríos caudalosos, escalar montañas empinadas y atravesar oscuros bosques encantados. Pero cada desafío solo fortaleció su determinación y su amistad. Llegaron a la entrada de la cueva justo cuando el eclipse estaba en su punto máximo.
La cueva estaba llena de trampas y acertijos, pero trabajando juntos, lograron superarlas todas. Finalmente, llegaron a una cámara iluminada por una luz dorada. En el centro, sobre un pedestal de cristal, estaba el amuleto. Aradia y Sariel se miraron y, tomados de la mano, se acercaron al amuleto.
«Solo juntos podemos romper esta maldición», dijo Aradia, su voz resonando con confianza.
«Sí, juntos somos más fuertes», respondió Sariel, apretando la mano de Aradia.
Con un esfuerzo combinado, levantaron el amuleto. Una onda de energía mágica los envolvió, y sintieron cómo la maldición se desvanecía. La luz del eclipse llenó la cueva, y cuando la luz se desvaneció, Aradia y Sariel se encontraron de pie en el claro del bosque, bajo un cielo despejado.
La maldición había sido rota. Aradia podía disfrutar del día, y Sariel podía explorar la noche. Celebraron su libertad con risas y lágrimas de alegría, sabiendo que nunca más tendrían que separarse.
Desde ese día, Aradia y Sariel vivieron muchas aventuras juntos, explorando cada rincón del reino, compartiendo su luz y oscuridad con todos los que conocían. Su historia se convirtió en leyenda, y los niños del reino crecieron escuchando sobre los dos amigos que, gracias a su valentía y su fuerte vínculo, lograron romper una antigua maldición.
Y así, bajo el sol y las estrellas, Aradia y Sariel vivieron felices para siempre, sabiendo que su amistad y amor eran más poderosos que cualquier maldición.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.