Había una vez, en un pueblo que estaba muy cerca del mar, una niña llamada María y su mejor amiga Ángela. Las dos eran inseparables y les encantaba pasar el día jugando en la playa, construyendo castillos de arena y buscando conchas de colores. Siempre soñaban con las maravillas que podrían encontrar bajo el agua y a veces se preguntaban si en el mar habría seres mágicos o secretos escondidos.
Una mañana muy tempranito, cuando el sol apenas empezaba a asomarse, María y Ángela fueron a la orilla para recoger conchas. De repente, escucharon una melodía muy dulce y suave que venía del agua. Era como una canción que les hacía sentir felices y curiosas. Miraron hacia el mar y vieron algo increíble: una sirena con cabellos brillantes y ojos del color del mar. Su nombre era Elena, y tenía una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor.
Elena les habló con una voz melodiosa y les dijo que vivía en las profundidades del océano y que su melodía era mágica porque ayudaba a cuidar a todos los animales del mar. María y Ángela estaban maravilladas. Nunca habían visto una sirena en persona, y mucho menos escuchado una canción tan bonita. Elena les contó que su misión era proteger el mar y que, para ello, necesitaba la ayuda de amigas valientes como ellas.
Las niñas, emocionadas, le preguntaron cómo podían ayudar. La sirena les explicó que había un problema: un pez llamado Tito, que era tímido pero muy importante, se había perdido en una cueva oscura y fría del fondo del mar. Tito tenía una luz especial que iluminaba el camino para todos los animales nocturnos, pero sin él, la cueva se había vuelto peligrosa y nadie podía pasar. Elena no podía ir sola a buscar a Tito porque era un lugar muy profundo y lleno de corrientes fuertes.
María y Ángela no dudaron ni un segundo y decidieron acompañar a Elena en esa aventura. Pero para poder ir al fondo del mar necesitaban un cuarto amigo que les ayudara a respirar bajo el agua. Así fue como conocieron a Olmo, un delfín juguetón y sabio que vivía cerca de la orilla. Olmo tenía un collar mágico que les permitía a los humanos respirar bajo el agua por un tiempo, y les prometió que los llevaría a la cueva donde estaba Tito.
Los cuatro amigos se abrazaron con ilusión y comenzaron el viaje hacia las profundidades. El agua era fresca y transparente, y a medida que bajaban, podían ver muchos peces de colores, corales brillantes y plantas que danzaban con las olas. María y Ángela tomaron la mano de Elena para sentirse seguras, mientras Olmo nadaba rápido y feliz a su lado, guiándolos con su sonrisa.
Al llegar a la cueva, vieron que era grande y oscura, pero la luz de la cola de Elena ayudaba a iluminar un poco. Buscaron por todos lados, hasta que escucharon un pequeño sonido que parecía un susurro. Era Tito, el pez luminoso, asustado y escondido entre unas rocas. Elena cantó una canción suave para tranquilizarlo, y María y Ángela le ofrecieron su amistad para que se sintiera valiente.
Tito se acercó poco a poco y les dijo que había entrado a la cueva por curiosidad, pero que después se perdió y no podía encontrar la salida. La luz que llevaba en su cuerpo se había apagado porque tenía miedo. María le recordó que todos estaban allí para ayudarlo y que juntos podían encontrar el camino para salir. Ángela tomó una concha mágica que había encontrado en la orilla, y al soplarla, se escuchó una melodía que hizo que Tito volviera a brillar con más fuerza que nunca.
Con la luz de Tito y la canción de Elena, los amigos lograron encontrar la salida de la cueva. Fue un momento muy alegre porque el mar volvió a llenarse de colores y vida. Los peces pequeños siguieron a Tito iluminando el camino y todos los animales marinos celebraron que la luz había vuelto.
Antes de irse, Tito les contó que no solo era un pez, sino también un guardián del mar, y que gracias a la valentía de María, Ángela, Elena y Olmo, el océano estaría protegido por mucho tiempo. María y Ángela se sintieron muy felices de haber hecho esa gran amistad y de haber aprendido que juntos podían superar cualquier miedo.
Cuando regresaron a la playa, el sol ya estaba alto, y las olas parecían bailar en la arena. María miró a sus amigas y sonrió. Sabía que nunca olvidaría ese día mágico, cuando la melodía de las profundidades les había enseñado que la amistad, el valor y la ayuda mutua hacen que el mundo sea un lugar mejor y más brillante.
Desde aquel día, cada vez que la brisa del mar les traía una canción dulce, María y Ángela recordaban a Elena, Tito y Olmo, y se sentían muy agradecidas por haber vivido una aventura tan especial. Y así, con el corazón lleno de alegría, siguieron jugando juntas, soñando con nuevos cuentos mágicos que solo el mar podría contar.
Y colorín colorado, este cuento de fantasía ha terminado.





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.