Cuentos de Fantasía

La Niña que Hablaba con el Cielo bajo un Mar de Estrellas y Secreteos de la Noche

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes, donde los árboles susurraban secretos y las flores bailaban al compás del viento, vivía una niña llamada Nia. Ella tenía diez años y era conocida en todo el pueblo por su curiosidad insaciable y su amor por las estrellas. Cada noche, cuando el sol se ocultaba tras el horizonte, se escapaba de su casa y se dirigía al claro de un bosque cercano. Allí, se tumbaba sobre la hierba fresca y miraba hacia el cielo, donde miles de estrellas brillaban con intensidad.

Una noche, mientras observaba las estrellas, Nia notó algo extraño, una luz más brillante que las demás que danzaba en el firmamento. ¡Era como si una estrella le hiciera guiños! Intrigada, cerró los ojos y, con todo su corazón, le deseó a la estrella que apareciera frente a ella. Para su sorpresa, sintió un suave viento que la envolvía, y cuando abrió los ojos, se encontró frente a un ser etéreo con alas de color azul y destellos de plata. Era Lunaro, el mensajero de las estrellas.

—Hola, Nia —dijo Lunaro con una voz melodiosa—. He venido a cumplir tu deseo porque he sentido tu amor por el cielo.

Nia no podía creer lo que veía. Era la primera vez que conocía a alguien como Lunaro, un ser de otro mundo. Se sentó y no pudo evitar sonreír, sus ojos brillaban como las estrellas.

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó Nia, incapaz de ocultar su asombro.

—Las estrellas nos conocen a todos, —respondió Lunaro—. Y he venido a invitarte a un viaje muy especial. Esta noche, cruzaremos el dominio de los cielos y descubriremos los secretos que guarda el universo.

Nia se sintió emocionada y asustada al mismo tiempo. Pero su curiosidad era más fuerte que su miedo. Aceptó la invitación y, extendiendo su mano, Lunaro la condujo hacia las alturas. Sintió que flotaba y, en un instante, estaban en lo alto, donde el aire era fresco y puro.

Desde las nubes, Nia observó cómo su pueblo se hacía pequeño, como un juguete en una estantería. Miró hacia abajo y vio cómo las luces de las casas titilaban, como estrellas en la tierra. Mientras volaban, Lunaro le contó sobre los distintos grupos de estrellas y las constelaciones. Le habló de la Osa Mayor, del Cilicio y de Orión. Cada estrella, le explicó, tenía su propia historia, su propia esencia.

—Pero hay algo más que quiero mostrarte —dijo Lunaro de repente—. Hay un lugar secreto que pocos mortales han conocido: el Lago de las Estrellas. Se dice que quienes se asoman a sus aguas pueden oír los susurros de los sueños de la noche.

Después de un viaje lleno de asombro y maravilla, Nia vio un brillante lago que resplandecía como una joya en la oscuridad. Sus aguas reflejaban las estrellas, y al acercarse, oyó murmullos suaves, como si las estrellas mismas estuvieran hablando. Fascinada, Nia se asomó y dijo en voz alta:

—Por favor, cuéntenme sus secretos.

De pronto, la superficie del lago comenzó a ondular, y de sus aguas emergió una figura misteriosa. Era Siriak, el guardián del Lago de las Estrellas. Tenía la apariencia de un anciano sabio, con barbas largas como hilos de plata y ropas que sutilmente brillaban como el agua misma.

—Hola, Nia. He oído tu deseo de escuchar nuestras historias —dijo Siriak, mirando a la niña con ojos brillantes—. Pero ten cuidado, pues los secretos de las estrellas pueden ser tanto un regalo como una carga.

—Lo entiendo —respondió Nia, decidida—. Quiero conocerlo todo.

Y así, Siriak comenzó a contarle las historias del universo: la creación de los planetas, la lucha de las constelaciones por hacerse notar en el vasto cielo y las aventuras de los cometas, que viajaban de un extremo a otro del espacio. Cada relato era más emocionante que el anterior, y Nia se sentía cada vez más conectada a este mundo mágico.

Sin embargo, en medio de las historias, Siriak le advirtió:

—No todos los seres que habitan el cielo son bondadosos. Algunos buscan usar el poder de las estrellas para sus propios fines. Ten cuidado con aquellos que se acercan a ti con promesas vacías.

Nia escuchó con atención, sintiendo que cada palabra de Siriak resonaba en su corazón. En ese momento, un estremecimiento recorrió el aire. Las estrellas comenzaron a temblar y la luna oscureció su luz. A lo lejos, una sombra oscura se acercaba, un ser envuelto en un manto de nubes oscuras. Era Zarkon, el extranjero de las sombras, que había llegado a buscar el poder del Lago de las Estrellas para apoderarse de la luz de la galaxia.

Con una voz profunda y resonante, Zarkon habló:

—Siriak, entregame el poder de este lago. Con él, me convertiré en el rey del universo, y todos temerán mi nombre.

Siriak, firme, se interpuso entre Zarkon y el lago.

—No permitiré que uses este poder para hacer el mal. Este lago no es un objeto de deseo, sino un sagrado refugio de sueños y deseos.

Nia, que había escuchado la conversación con los ojos muy abiertos, sintió que no podía quedarse de brazos cruzados. Recordó las palabras de Siriak sobre la importancia de la luz y el amor. Con valentía, se acercó a la orilla del lago y, levantando su voz, dijo:

—Zarkon, el poder de las estrellas no es para ti. La luz brilla en cada corazón que ama, y tú no tienes el derecho de arrebatarlo. La esperanza y los sueños no pueden ser conquistados por la oscuridad.

Zarkon, sorprendido por la valentía de una niña, se detuvo. Nunca había esperado que una mortal se interpusiera en su camino. Durante un instante, miró a Nia con desdén, pero algo en su voz comenzó a resonar en su interior.

De pronto, las estrellas comenzaron a brillar con más intensidad, y en ese mismo instante, las aguas del lago se agitaron. De cada gota que caía, surgieron destellos de luz que danzaban y volaban, iluminando la noche y envolviendo a Zarkon. El ser oscuro comenzó a temblar ante la energía de la luz.

—¿Qué es esto? —gritó, mientras trataba de cubrirse de los destellos.

—Esto es el poder de los sueños y la esperanza —respondió Nia—. Tienes la opción de cambiar, de dejar atrás la oscuridad que has elegido.

Mientras las luces continuaban brillando, Zarkon sintió cómo algo dentro de él comenzaba a cuestionarse. No solo deseaba poder; también anhelaba pertenecer, ser amado. Las luces del lago irradiaban una calidez que lo tocaba en lo más profundo de su ser.

—¿Puedo cambiar? —preguntó, ya sin la arrogancia que lo había caracterizado.

Nia asintió, y con toda la fuerza de su amor por el universo, extendió una mano hacia él.

—Siempre hay tiempo para el cambio. Permíteme enseñarte que la luz puede acompañarte si decides convertirte en alguien mejor.

Zarkon, tocado por la fe de la niña, dio un paso atrás, aceptando la oferta de Nia. En ese momento, el lago comenzó a calmarse, y una luz brillante que antes le pertenecía llenó el espacio alrededor de ellos.

Lunaro, que había estado observando todo desde las sombras, aplaudió con sus alas.

—Has demostrado que la verdadera fuerza reside en el amor y la comprensión. No solo has salvado el Lago de las Estrellas, sino que también has mostrado a Zarkon que siempre hay un camino hacia la luz.

Zarkon se sintió transformado. Las nubes oscuras que lo envolvían comenzaron a disiparse, y la sombra que lo había acompañado por tanto tiempo fue reemplazada por destellos de luz que brotaban de su corazón.

Agradecido, se volvió hacia Nia.

—Gracias, pequeña, por mostrarme la manera. Prometo que nunca más volveré a usar mis poderes para el mal.

Nia sonrió, emocionada de ver que incluso el ser más sombrío había encontrado la luz. Lunaro y Siriak se cruzaron miradas, reconociendo el poderoso acto de bondad y valentía que acababa de ocurrir.

La noche continuó, y el Lago de las Estrellas volvió a brillar con su esplendor. Lunaro se acercó a Nia, quien contemplaba la nueva amistad entre ella y Zarkon.

—Es hora de que regreses a casa, Nia. Pero recuerda siempre el poder de la luz y lo que has hecho esta noche.

—No lo olvidaré —respondió Nia, sintiendo en su interior que había crecido y aprendido algo invaluable.

Lunaro la llevó de regreso a su hogar, y mientras la luna sonreía, Nia supo que era parte de algo mucho más grande. Había descubierto que cada estrella, cada ser, tenía un papel en el vasto universo, y que el amor, incluso en su forma más pequeña, podía iluminar las partes más oscuras de la vida.

Cuando finalmente volvió a su cama, Nia miró por la ventana, donde un mar de estrellas brillaba contra la noche. Ya no estaba sola. Sentía que cada estrella era un amigo, un confidente.

Así, Nia, Lunaro, Siriak y Zarkon no solo se habían encontrado en esa noche mágica, sino que también habían tejido una conexión que duraría para siempre. La niña que hablaba con el cielo había aprendido que en cada rincón del universo, la luz podía brillar y que, a veces, los secretos mejor guardados tienen el poder de cambiar corazones.

Y así, el eco de las estrellas se llevaba susurros de esperanza a todos los que miraban hacia el cielo con sueños, recordándoles siempre que la luz prevalecía sobre la oscuridad y que, con amor y amistad, cualquier corazón podía encontrar su camino.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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