En un pequeño pueblo rodeado de densos bosques y montañas, vivían tres amigos inseparables: Juan, Luis y Denis. Juan, con su cabello negro y corto y una mirada siempre decidida, era el líder del grupo. Luis, con su cabello castaño desordenado y una expresión curiosa, siempre tenía una pregunta en la punta de la lengua. Denis, con su largo cabello rubio y su actitud confiada, era la más valiente de los tres. Juntos, disfrutaban de la exploración y las aventuras, pero nunca imaginaron que una noche se verían envueltos en una de las más aterradoras y fantásticas de sus vidas.
Todo comenzó una noche de luna llena, cuando el aire estaba cargado de misterio y las sombras parecían moverse por sí solas. Los tres amigos estaban en el bosque, contando historias de terror alrededor de una fogata. Luis, siempre el más imaginativo, empezó a hablar de un viejo castillo abandonado que, según las leyendas locales, estaba habitado por vampiros.
—Dicen que el castillo de Drakul está en lo profundo del bosque —dijo Luis, con los ojos brillando a la luz de la fogata—. Nadie ha regresado nunca después de entrar allí.
—Eso son solo cuentos para asustar a los niños —respondió Juan, aunque una parte de él también sentía curiosidad—. Pero, ¿y si lo comprobamos?
Denis, que nunca rehuía un desafío, se levantó y apagó la fogata con un pie.
—Vamos. Si hay algo ahí, lo encontraremos juntos.
Con el corazón latiendo con fuerza, los tres amigos se adentraron en el bosque, guiados por la luz de la luna llena. El sendero era estrecho y sinuoso, y los árboles parecían cerrarse sobre ellos, creando un túnel de oscuridad. A medida que avanzaban, el ambiente se volvía más frío y el silencio más profundo, como si el bosque mismo los observara.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, llegaron a un claro donde se alzaba el imponente castillo de Drakul. Sus torres parecían arañar el cielo, y las ventanas oscuras eran como ojos vigilantes. Una sensación de inquietud se apoderó de ellos, pero no se dejaron intimidar.
—Aquí estamos —dijo Denis, adelantándose—. ¿Listos?
Juan y Luis asintieron, y juntos cruzaron el umbral del castillo. El interior estaba en ruinas, con muebles antiguos cubiertos de polvo y telarañas colgando de las esquinas. El aire estaba cargado de un olor a humedad y decadencia.
—Esto es increíble —murmuró Luis, examinando un candelabro dorado que colgaba del techo—. Es como estar en un museo.
De repente, un ruido sordo resonó desde las profundidades del castillo. Los tres amigos se detuvieron en seco, escuchando atentamente. El ruido se repitió, más fuerte esta vez, seguido de un susurro que parecía venir de todas partes.
—¿Escucharon eso? —preguntó Juan, tratando de mantener la calma.
—Sí —respondió Denis, apretando su linterna—. Viene de abajo.
Siguieron el sonido hasta una puerta oculta detrás de una gran estantería. La puerta conducía a una escalera que descendía a un sótano oscuro. Con valentía, comenzaron a bajar, iluminando el camino con sus linternas.
El sótano era vasto y laberíntico, con pasillos que se ramificaban en todas direcciones. Los susurros se hicieron más claros, y pronto llegaron a una gran sala iluminada por antorchas. En el centro de la sala, rodeada por una docena de ataúdes, había una figura alta y delgada vestida con una capa negra. Sus ojos rojos brillaban en la penumbra, y una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro al ver a los intrusos.
—Bienvenidos al castillo de Drakul —dijo la figura, su voz resonando en las paredes de piedra—. He estado esperando a unos visitantes tan valientes como ustedes.
Los amigos retrocedieron, pero la figura levantó una mano, y los ataúdes comenzaron a abrirse uno por uno. De ellos salieron vampiros de aspecto aterrador, con colmillos afilados y miradas hambrientas.
—No tengan miedo —dijo el vampiro—. Mi nombre es Vlad, y soy el señor de este castillo. No los lastimaremos… si nos ayudan.
Juan, tratando de mantener la calma, dio un paso adelante.
—¿Qué necesitas de nosotros?
Vlad los miró con interés.
—Hace siglos, este castillo fue maldecido. Estamos atrapados aquí, incapaces de abandonar el lugar. Solo los corazones puros pueden romper la maldición. Si nos ayudan, les prometo que nadie saldrá herido.
Denis, siempre la más valiente, miró a sus amigos y asintió.
—¿Qué tenemos que hacer?
Vlad explicó que en lo más profundo del bosque había un antiguo templo donde se guardaba una reliquia sagrada, un medallón que tenía el poder de romper la maldición. Sin embargo, el templo estaba protegido por criaturas y trampas mortales.
—Si logran traer el medallón, seremos libres —dijo Vlad—. Y ustedes podrán regresar a casa sanos y salvos.
Los amigos aceptaron la misión, sabiendo que no tenían otra opción. Vlad les dio un mapa antiguo y algunas antorchas para guiarlos en su camino. Salieron del castillo y se adentraron aún más en el bosque.
El viaje fue arduo y peligroso. Encontraron criaturas que nunca habían visto antes: lobos con ojos brillantes, serpientes gigantes y aves nocturnas que parecían espíritus. Sin embargo, no se rindieron. Usaron su ingenio y su valentía para superar cada obstáculo, trabajando en equipo y apoyándose mutuamente.
Finalmente, después de lo que parecieron días, llegaron al templo. Era una estructura antigua, hecha de piedra y cubierta de musgo y enredaderas. La entrada estaba flanqueada por dos estatuas de guerreros con espadas desenvainadas.
—Aquí es —dijo Luis, consultando el mapa—. Debemos tener cuidado. Vlad dijo que habría trampas.
Entraron con cautela, iluminando el camino con sus antorchas. El interior del templo era un laberinto de pasillos y salas llenas de inscripciones y símbolos antiguos. Avanzaron con cuidado, evitando trampas ocultas y resolviendo acertijos que les bloqueaban el camino.
Finalmente, llegaron a la sala principal, donde en el centro de un altar, descansaba el medallón sagrado. Era una pieza hermosa, hecha de oro y con una gema brillante en el centro. Denis se acercó lentamente y, con manos temblorosas, levantó el medallón.
En ese momento, una voz resonó en la sala.
—Han demostrado valor y pureza de corazón —dijo la voz, que parecía emanar de las paredes mismas—. Lleven el medallón y liberen a los condenados.
Con el medallón en sus manos, los tres amigos regresaron al castillo, superando nuevamente los peligros del bosque. Cuando llegaron, Vlad y los demás vampiros los esperaban en la entrada. Los ojos de Vlad brillaron al ver el medallón.
—Lo lograron —dijo con una mezcla de sorpresa y gratitud—. Ahora, por favor, colóquenlo en el altar de la gran sala.
Entraron en el castillo y se dirigieron a la gran sala. Colocaron el medallón en el pedestal central, y una luz brillante llenó la sala. Los vampiros comenzaron a cambiar, sus colmillos desaparecieron y sus ojos recuperaron un brillo humano. La maldición había sido rota.
Vlad, ahora un hombre normal, se acercó a los amigos.
—No tengo palabras para agradecerles lo que han hecho. Nos han liberado de siglos de tormento. Cumpliré mi promesa: pueden irse en paz.
Los amigos se despidieron de Vlad y los demás, y dejaron el castillo con una sensación de logro y alivio. El viaje de regreso al pueblo fue mucho más rápido, y pronto estuvieron de vuelta en casa, donde contaron su increíble historia.
Desde ese día, Juan, Luis y Denis fueron conocidos como los héroes del pueblo. Su valentía y amistad habían roto una antigua maldición y habían salvado a muchos. Y aunque nunca olvidaron la noche que pasaron en el castillo de Drakul, sabían que habían vivido una aventura que los uniría para siempre.
Y colorín colorado, este cuento de fantasía ha terminado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.